Empleadores de nosotros mismos: una posible solución

Dice Fernando Nájera que aunque es evidente que las relaciones laborales han cambiado mucho, no parece que hayamos superado el esquema tradicional definido por un centro de trabajo al que acuden los empleados durante un horario más o menos rígido para realizar determinadas tareas.

En una sociedad mucho más formada, informada y democrática como la actual, este modelo hace que un gran porcentaje de los trabajadores se sienta indiferente, resignado e incluso víctima de aquel que le emplea, ahora bien cuando la coyuntura económica es favorable, esta situación se ve modulada y muchas de las tensiones aliviadas por las  múltiples vías de escape que la bonanza nos brinda, pero en cuanto se cierne sobre nosotros la sombra de la crisis, las tensiones afloran y el miedo a perder lo poco que tenemos nos paraliza y nos impide mirar hacia delante.

No tenemos por qué ser empleados de una única empresa sino que podemos pasar a ser empleadores de nosotros mismos que ofrezcamos nuestras habilidades a todos aquellos que puedan necesitarlos. Aunque la recesión que nos envuelve esté teniendo efectos devastadores y debamos luchar denodadamente para superarla, sería irresponsable no aprovecharla para hacer un diagnóstico certero no sólo de los males de los que adolece nuestro tejido productivo sino que sobre todo del  espíritu que preside nuestra actitud hacia la vida laboral.

Hasta ahora en España muchos de nuestros jóvenes tendían a formarse en aquellas materias que sin repugnarles demasiado  tenían la sospecha de que les podían ayudar a encontrar trabajo o les iban a proporcionar cierto estatus social, para posteriormente una vez acabados los estudios emplearse por cuenta ajena con aquel que primero les ofreciese un puesto de trabajo.

De acuerdo con este modelo la mayoría de las personas no ejercerían nunca aquello para lo que se habían preparado y al final se sumirían en la desilusión y el desanimo y lo que es peor, muchos terminarían entrando en una vía laboral muerta puesto que si fueran despedidos al cabo de unos años no podrían encontrar otra ocupación ya que en el fondo su verdadera cualificación se la habría proporcionado ese primer empleador y precisamente para resolver sus problemas específicos.

En esta coyuntura y ya no tanto por convicciones personales como por mera necesidad deberíamos al menos plantearnos que no tenemos por qué ser empleados de una única empresa sino que podemos pasar a ser empleadores de nosotros mismos que ofrezcamos nuestras habilidades a todos aquellos que puedan necesitarlos. De hecho muchas empresas no cuentan ya con Departamentos médicos, jurídicos o de contabilidad propios sino que recurren a profesionales especializados  para externalizar esos servicios.

Esta alternativa que puede contribuir a fomentar la competitividad y la conciliación de la vida familiar no creo que sea la única solución aplicable a todos, pero tampoco debemos eludir plantearnos la posibilidad de prestar nuestros servicios de forma profesional a un elenco de clientes que recibirán mejores servicios, más baratos y de forma más ágil y dinámica a la vez que nos permite diseñarnos la jornada laboral, organizarnos mejor los periodos de descanso y la relación con nuestra familia, ahorrando costes ambientales como son los derivados del transporte y la ocupación de espacio en las grandes ciudades, o sociales al liberarnos de horarios cerrados y constreñidos que nos impiden tener una vida personal plena y atender a nuestros hijos.

Además cuando hacemos lo que más nos gusta y mejor conocemos lo haremos bien y seremos reconocidos por ello. Esto nos motivará y nos permitirá trabajar contentos y no fatigarnos y como consecuencia nuestro trabajo será recompensante y nos ayudará a realizarnos como personas y como profesionales.

Este planteamiento tampoco debe entenderse como que el que no encuentre trabajo por cuenta ajena lo intente por su cuenta, de modo que los mejores vayan por la primera vía y sólo los que no tengan éxito lo intenten por la otra. Las dos vías deben poder contemplarse por todos y no desperdiciar las aptitudes emprendedoras de nadie.

En definitiva pienso que para que una sociedad progrese, crezca, genere riqueza y por tanto empleo no basta con favorecer las condiciones para recuperar la actividad tradicional que nos llevó hasta la cima desde la que nos precipitamos en el abismo, por el contrarío deberíamos intentar encontrar nuevas rutas de progreso para lo cual es preciso  aprovechar la mayor cantidad de cerebros, lo que hace imprescindible que cambiemos la percepción que tenemos de los emprendedores y aprendamos a aprovechar tanto sus habilidades profesionales como su iniciativa e ilusión.

Fernando Nájera es el Director del Master Profesional en Ingenieria y Gestion Medioambiental (Madrid).

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