Este mes de diciembre, las destempladas luces de Navidad compiten en protagonismo con los cables diplomáticos de Estados Unidos. Mientras que las primeras constituyen, como siempre, un estrepitoso motor para la acción consumista, las segundas vienen envueltas en ese halo de misterio que cubre todo aquello que debería haberse quedado en secreto de Estado y se ha convertido en carnaza de interés general.
Pero me sorprendo a mí misma leyendo el periódico (impreso, soy una romántica y sigo disfrutando manchándome los pulgares de tinta) y pasando de largo farragosas parrafadas sobre tales documentos. Filtraciones que permitirán que ciudadanos anónimos se acerquen a las tinieblas organizativas y logísticas del Gobierno de Estados Unidos.
Me alarma y me enloquece el hecho de que la muerte pueda tener nombre de mujer adúltera.
Tal vez por aquello de que soy mujer y libre.
Perdónenme si ese viaje a las entrañas del poder no me resulta tan atractivo como debería, pero me ha parecido demasiado escalofriante una tímida noticia sobre la pena de muerte en Irán. Es el nombre de Shahla Jahed y no el de WikiLeaks el que ronda mi cabeza. Me alarma y me enloquece el hecho de que la muerte pueda tener nombre de mujer adúltera. Tal vez por aquello de que soy mujer y libre. Tal vez porque puedo hacer y deshacer mi vida sentimental sin que me persigan las sombras de la lapidación, la ablación, los latigazos y los verdugos.
Los lectores que estén al tanto del lúgubre suceso, podrán pensar que Shahla Jahed no fue ahorcada por viciosa sino por asesina. Y yo diría que puede que haya un poco de lo anterior. Pero hay mucho de algo más. Y es que la oscura noticia rezuma contradicción y machismo desde el mismo titular.
El sigheh es un modo de convivencia recogido en la jurisprudencia islámica chií, a partir del cual hombres y mujeres pueden cohabitar durante “n” horas al día sin vivir en el pecado. Lo que en un principio podría parecer el guiño permisivo de una sociedad asfixiante, adquiere tintes de prostitución y desigualdad si consideramos que:
1.- La mujer recibe una suma de dinero por los servicios prestados
2.- Los hombres iraníes pueden tener hasta cuatro esposas permanentes y un número ilimitado de temporales
3.- Las mujeres sólo pueden tener un marido.
Pues en “sigheh" (que no en Sitges) vivían Shahla y Mohammad Jani: un mediático delantero de la selección nacional de Irán quien, a su vez, estaba casado “de verdad” con otra mujer que apareció zurcida a puñaladas. En un principio se juzgó a ambos. Y Shahla reconoció su culpa. Pero a pesar de que se retractó y de que ciertos observadores internacionales alzaron sus voces contra un proceso que tuvo lugar a la sombra de la coacción, Shahla fue llevada a la horca. La pena de él consistió en 74 latigazos por haber fumado opio. Sí, han leído bien. No por inducir, ser cómplice o protagonista de este triángulo tóxico y caprichoso, sino por haber fumado opio.
La revista Zanan tenía una tirada de 40 mil ejemplares antes de ser clausurada por amenazar “la seguridad psicológica de la sociedad iraní”. El objetivo de la revista era la defensa de los derechos de la mujer iraní.
El final de Shahla no pudo ser más pavoroso. Ahorcada al amanecer en la cárcel de Evin y en compañía de “los suyos”. Nada de verdugos discretos; de aquellos que, como en la antigüedad, se tapaban la cara para que el ejecutado no desatara su ira contra ellos en la otra vida. Su propio hermano retiró la silla. Y su ex marido temporal, su amante reconocido por ley, presenció la escena para pronunciarse como si de la evaluación de la victoria futbolística se tratara "La asesina de mi esposa debe recibir el castigo adecuado".
Casualmente, Shahla se llamaba también la Directora de la clausurada revista iraní Zanan, que en persa significa “mujeres”. Parece ser que Zanan tenía una tirada de 40 mil ejemplares antes de ser clausurada por amenazar “la seguridad psicológica de la sociedad iraní”. El objetivo de la revista era la defensa de los derechos de la mujer iraní.
Paso la página del periódico y me topo con WikiLeaks de nuevo.
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