Ya sabes lo que sentimos (o la paternidad responsable)

Como hombre del siglo XXI, mi visión sobre el 8 de marzo, día que históricamente simboliza la lucha por los derechos de las mujeres, se enriquece no solo por el dinámico contexto de cambio en el que nos hallamos y mi rol como padre, sino además por mi compromiso con una paternidad responsable. Si bien la paternidad de tres hijas podría parecer la razón principal de mi perspectiva, en realidad, fue otra experiencia la que marcó un verdadero punto de inflexión en mi percepción, la cual compartiré al concluir este artículo, y que considero muy relevante.

Iniciemos desde el comienzo, ya que el propósito de este artículo es ofrecer una reflexión sobre el 8 de marzo desde una perspectiva masculina, que podríamos considerar contemporánea, con el fin de resaltar la relevancia de una colaboración estrecha entre hombres y mujeres en la búsqueda de la igualdad. La realidad subyacente es que este desafío nos incumbe a todos, y es posible que los enfoques previamente adoptados no hayan sido del todo efectivos. De hecho, creo que a través de una comprensión compartida de esta problemática, podríamos descubrir soluciones más eficaces.

Mi propósito es ofrecer una reflexión desde una perspectiva masculina y contemporánea, sobre la relevancia de una colaboración estrecha entre hombres y mujeres en la búsqueda de la igualdad.

Algo de historia 

El legado del 8 de marzo es tan rico como complejo, caracterizado por la fortaleza de mujeres que desafiaron el orden establecido en su lucha por un futuro más equitativo.

Aunque no se identifica un evento específico que se conmemore este día, se destacan las pioneras demandas que surgieron en eventos como el de 1857 o el 8 de marzo de 1908 en Nueva York, donde trabajadoras del sector textil exigieron reducciones en la jornada laboral, mejoras salariales y derechos de sufragio, así como la conmemoración de la catástrofe en la fábrica Triangle Shirtwaist de marzo de 1911. Originado en círculos socialistas, este día se afianzó inicialmente durante la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas en Copenhague en 1910, y posteriormente en 1921, el 8 de marzo fue establecido como el Día Internacional de la Mujer, obteniendo finalmente reconocimiento oficial por parte de la ONU en 1975.

En el desarrollo de este movimiento, inicialmente enraizado en ideales socialistas y revolucionarias para su época, la reivindicación fue progresivamente adoptada por un abanico más amplio de corrientes políticas, cada una aportando su propia interpretación del significado de este día.

Y más recientemente, se ha ampliado la perspectiva para incluir el papel del hombre como un elemento esencial en la creación de un entorno que propicie el crecimiento y la libertad de la mujer.

Es fundamental recordar que, más allá de las potenciales polarizaciones entre visiones socialistas y conservadoras, el núcleo de nuestra discusión se centra en asegurar la libertad de elección para las mujeres, seguido de garantizar su capacidad para competir en igualdad de condiciones.

¿Cuál debería ser el papel del hombre?

Como hombre, soy consciente de que mi experiencia vital se distingue significativamente de la de las mujeres, particularmente en el ámbito profesional, donde las desigualdades son palpables y complejas. Esto es especialmente cierto en el ámbito empresarial, donde la presencia de mujeres en roles directivos y en consejos de administración sigue siendo escasa. Esta situación refleja no solo las barreras históricas que han restringido el acceso femenino a posiciones de liderazgo, sino que también evidencia la continuidad de prejuicios y estereotipos que minan su reconocimiento y competencia.

Estoy firmemente convencido de que, como hombres, nos incumbe la responsabilidad de identificar y desafiar estas dinámicas, fomentando una cultura corporativa que priorice la diversidad y la inclusión.

Como mencioné en mi artículo anterior para esta publicación, titulado «Yo quiero ser como ellas»el empoderamiento de las mujeres en roles de liderazgo constituye no sólo un mandato ético, sino también una exigencia económica, porque las empresas con mayor diversidad en sus equipos ejecutivos eran más propensas a tener un rendimiento financiero por encima de la media nacional de su industria.

No obstante, la consecución de este cambio trasciende la mera implementación de políticas y programas; demanda una transformación cultural significativa que se origina en la introspección y el compromiso individual. Para los hombres supone que debemos estar preparados para cuestionar nuestras convicciones y actitudes, brindando un apoyo activo a las mujeres. Ello conlleva convertirnos en aliados en su búsqueda de igualdad, atendiendo y aprendiendo de sus vivencias, y abogando por sus derechos en todos los ámbitos. 

La suma de mujeres y hombres 

Por lo tanto, el 8 de marzo se presenta como una ocasión idónea para reiterar nuestro compromiso con la igualdad. No se trata de una jornada de celebración, sino de un momento para reafirmar la contribución de los hombres en el camino hacia una sociedad que sea libre, justa, equitativa y diversa.

De esa forma, la igualdad de oportunidades con independencia de ser hombre o mujer constituye, en esencia, un beneficio universal, para todos. Un entorno donde las mujeres gozan de idénticas oportunidades que los hombres para desarrollar plenamente su potencial da lugar a una sociedad más próspera, variada y equitativa.

Así, el empeño por la igualdad de oportunidades no debe verse como un enfrentamiento entre mujeres y hombres, sino como un esfuerzo conjunto hacia un mundo más justo.

La paternidad responsable

En ocasiones, se requiere una experiencia reveladora para tomar conciencia de esta realidad; en mi caso, fue durante el periodo en que ejercí una paternidad compartida al 50%.

Fue la paternidad compartida, lo que me permitió vivir una realidad que muchas mujeres han vivido durante años.

A pesar de mis esfuerzos por balancear las obligaciones familiares con las profesionales, me vi inmerso en un dilema que me generó ansiedad, ya que era incapaz de satisfacer plenamente las demandas tanto del hogar como del trabajo. Esta fase de mi vida se complicó aún más cuando no pude participar en un proceso de selección para un puesto, para el cual me sentía plenamente capacitado y que era adecuado por mi experiencia profesional. No pude participar en el proceso porque no se hizo público. Nunca supe de él. No pude participar. Solo recibí una llamada en la que se comunicaba la incorporación de una persona que venía de otra organización. 

Pero fue una conversación con una colega lo que marcó un cambio significativo en mi percepción. Al contarle mi situación y expresarle mi frustración, su respuesta fue lapidaria: «Ahora entiendes lo que experimentamos las mujeres». Y no solo comprendí el problema al sentirlo en primera persona, sino que además comprendí el significado de la empatía.

Entonces, no solo entendí el punto de vista de las mujeres, sino que viví las tensiones y frustraciones de querer llegar a todo, de querer estar en todos lados, para luego no llegar a nada o quedarse a medio camino.

Tal vez, puestos a soñar, si tanto mujeres como hombres nos quedamos a la mitad, sea el momento propicio para avanzar juntos. Y, quizás, sólo entonces logremos recorrer la totalidad del camino.

Informe McKinsey: solo 6 de cada 100 CEOs son mujeres en España

Tomás Otero
Tomás Otero
Tomás Otero. Cádiz, 1975. Licenciado en Psicología. PADDB The Valley. PDD CEU IAM Business School. Master RRHH Garrigues. Profesional especializado en búsqueda de ejecutivos, experiencia de diez años en dirección de recursos humanos y miembro de comité de dirección. Conferenciante en diversas escuelas de negocio y experto en mentoring.

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