Es lo que tiene gozar de libertad y disponer de plena licencia para ser políticamente incorrecta. Te permite poner encima de la mesa los asuntos más espinosos, los que otros evitan tocar para no mancharse, los que muchos demonizan en público y practican en privado. La prostitución nació con la humanidad y ha convivido con ella por los siglos de los siglos. No se trata de estar de acuerdo o en contra de su ejercicio. Se trata de abordar el problema: Si existen prostitutas – y por millones a lo largo del planeta – es porque hay demanda de sus servicios.
Vaya por delante que lo que se debería legalizar es la prostitución voluntariamente ejercida y lo que hay que erradicar de raíz son las mafias, el tráfico de mujeres y la explotación sexual.Vaya por delante que lo que se debería legalizar es la prostitución voluntariamente ejercida y lo que hay que erradicar de raíz son las mafias, el tráfico de mujeres y la explotación sexual. Está confirmado que las prohibiciones no acaban con los problemas – llámense drogas, alcohol o sexo bajo previo pago – y está más demostrado aún que hay locales de señoritas de alto nivel en los centros financieros y calles emblemáticas de las principales capitales, mientras las autoridades hacen la vista gorda. Locales lujosos con porteros pulcramente uniformados, coches de precios prohibitivos aparcados en sus puertas de acceso, sesenta euros la copa de champagne, trescientos euros la media hora de compañía y miles de euros la noche completa.
Seamos serios. La prostitución no sólo es ejercida por muertos de hambre, inmigrantes engañados o marginados sociales que por desgracia no disponen de otra salida para sobrevivir. Hoy en día mujeres – y hombres – con carreras universitarias e idiomas se prestan a este juego porque saben que difícilmente conseguirán un dinero tan rápido y con “horario laboral” tan flexible. Y el sexo pagado no sólo es demandado por solitarios, problemáticos en sus relaciones con los demás o personas de gustos sexuales psicodélicos. Ejecutivos de alta dirección, autónomos, padres de familia, fiscales, taxistas, futbolistas, jueces, camioneros, fontaneros, policías, funcionarios, ministros, médicos, novios en capilla, alcaldes, constructores, abuelos y veinteañeros. El puterío no es excluyente ni por edad ni por condición social. Y nadie debe juzgar el uso que cada cual da libremente a su cuerpo ni la forma de practicar relaciones sexuales cuando las dos partes están de acuerdo. ¿Pero quién decide si una profesión es denigrante o inmoral para legalizarla o no? ¿Bajo qué criterios? ¿Acaso no es humillante para un ingeniero con máster e idiomas ser mileurista? ¿Acaso no es inmoral que los que gobiernan utilicen sus puestos de responsabilidad para prevaricar o enriquecerse indebidamente?
¿Pero quién decide si una profesión es denigrante o inmoral para legalizarla o no? ¿Bajo qué criterios? ¿Acaso no es humillante para un ingeniero con máster e idiomas ser mileurista?Y no se vayan todavía que aún hay más. Si consideramos que los que ceden su cuerpo y practican sexo a cambio dinero ejercen la prostitución… ¿Aquellos que con el único mérito de la juventud o cuerpos esculturales van a la caza de damas y caballeros de alto poder adquisitivo para alcanzar un estatus social o un nivel económico potente no son prostitutos? Se me ocurren ejemplos de jovencitas con vejestorios que podían ser sus abuelos, cabezas de chorlito con tetas neumáticas perseguidoras de deportistas de élite, gigolós de tercera al acecho de millonarias necesitadas de cariño y un largo etcétera a los que todos ponemos nombres y apellidos.
Es evidente que la legalización de una actividad que se va a continuar ejerciendo sí o sí garantizaría de derechos a muchas mujeres que se sentirían menos desprotegidas. Les dotaría de una posición más igualitaria y no de subordinación frente a los clientes. Sería un mercado más controlado y menos sujeto a delincuencia – inmigración ilegal, extorsión, tráfico de drogas, esclavitud sexual – También existen los argumentos en contra: Los proxenetas pasarían a ser empresarios legítimos, desaparecería el anonimato de los ejercientes al darse de alta en la Seguridad Social y podrían estigmatizarse socialmente, se dignificaría la industria del sexo no a quienes lo desempeñan…
Con toda seguridad una vez legalizada la prostitución se seguirían cometiendo injusticias – ¿en qué profesión no se cometen? – pero también se limitarían los abusos. Con sensibilidad y sentido común hay que plantear este debate social, en lugar de seguir escondiendo bajo tierra la cabeza públicamente y entre las piernas del contratado en la intimidad.
Hoy me despido con unos bellos versos de Sabina que incitan a la reflexión:
tan cinco estrellas,
que, hasta el hijo de un Dios,
una vez que la vio,
se fue con ella,
Y nunca le cobró
la Magdalena.
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