Mujeres y hombres: ¿liderar en solitario?

Contestar a esta pregunta de manera general sería imprudente, injusto y reduccionista. Sí me atrevo a afirmar que el paso del ejecutivo al directivo pone a prueba el equilibrio que el profesional mantiene con sus valores. Día a día, en el espacio privilegiado que supone una sesión de coaching, veo que muchos coachees reconocen haber hecho renuncias. Vida familiar, sueños empresariales, hobbies, amigos, salud… copan los primeros puestos.  

De entre todos los sacrificios, lo que a mí más me preocupa es que renuncian a ser ell@s mism@s. Se visten de un personaje que les encorseta y limita y salen todos los días a representar una función teatral. La persona que son, poco a poco se va quedando arrinconada en una esquina de su panorama vital y a veces, hasta se avergüenzan de ella.

Es entonces cuando se empiezan a definir desde los metros cuadrados del despacho que ocupan, la marca del coche que conducen, el cargo que pone en su tarjeta o el número de personas que tienen a su cargo.

Cuando el paso del puesto ejecutivo al directivo se produce de una forma más natural, en la que la persona -hombre o mujer- sigue teniendo su espacio, tanto quien cumple la función directiva como la empresa ganan mucho. En ese estadio pierden la perspectiva, “ningún personaje es lo suficientemente grande para abarcar la persona que somos”, y tarde o temprano eso pasa factura.

Los miedos y las inseguridades están a la orden del día, ¿me caerá el próximo ERE? ¿Me estarán desplazando? ¿Fulano quiere mi puesto? ¿Qué valor aporto a la empresa? ¿Realmente me gano el puesto?…

En época de crisis se agarran al sillón más que nunca. La pérdida de libertad por la esclavitud del personaje les lleva a tomar medidas agresivas que les carcomen por dentro -despidos a granel, descalificaciones gratuitas, guerras de poder…- y, poco a poco, casi sin darse cuenta, renuncian a ser felices.

Cuando el paso del puesto ejecutivo al directivo se produce de una forma más natural, en la que la persona -hombre o mujer- sigue teniendo su espacio, tanto quien cumple la función directiva como la empresa ganan mucho. El cargo es una consecuencia de una labor bien hecha, de una asunción gradual de responsabilidades… y no un fin en sí mismo. Desde mi punto de vista, éste es uno de los grandes retos que las empresas tienen por delante.

En el posicionamiento de las mujeres ejecutivas respecto a este dilema veo dos posturas muy marcadas: las que se cosen al personaje y pueden llegar a ser mucho más agresivas que sus homólogos masculinos y las que consideran y ponderan con profundidad y realismo el equilibrio persona / personaje. No en vano el 30% de las mujeres declara reducir su trabajo tras su primera maternidad y un 70% afirma sentirse dividida entre la doble jornada laboral y personal.

Casi todas las coachees mujeres con las que he trabajado ratifican esta estadística: expresan sufrimiento y sentimientos de conflicto por querer llegar a todo.

Casi todas las coachees mujeres con las que he trabajado ratifican esta estadística: expresan sufrimiento y sentimientos
de conflicto por querer
llegar a todo. 
El otro día una directiva me contó que a la salida del colegio su hijo de seis años le preguntó, “¿Por qué el trabajo de los papás es más importante que el trabajo de las mamás?” A lo que ella contestó, “Cariño, no es así pero ellos sí que lo creen”.

De alguna manera, la mujer acepta el compromiso último con la vida familiar, asume que es su papel, que le toca. Si en lugar de liderar en solitario, lograra crear un espacio compartido en el que el padre tenga el privilegio de ejercer como tal, todos ganarían: su pareja, sus hijos, ella misma.

Él tiene que responder, ella que armarse de paciencia y enseñarle. Si antes hablaba de las empresas, creo que éste es el desafío de las mujeres del siglo XXI, conseguir que sus parejas sean miembros de primera categoría en el maravilloso proyecto común que es la familia.

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