Del Excel al fregadero

¿Somos afortunadas?

Somos afortunadas. Lo somos porque no tenemos que recorrer diez kilómetros diarios (o los que sean) con el fardo a cuestas para ir a por agua o a por alimento. Lo somos porque nuestros hijos no viven entre la basura ni pasan penurias. Lo somos, porque hemos podido tener formación y además nos hemos podido permitir el lujo de elegir qué queríamos hacer en la vida, con la vida y para la vida. Hemos tenido la gran suerte de no tener que sufrir el yugo ni de religiones castrantes ni de costumbres culturales asfixiantes. Hemos podido elegir.

Con semejantes comparaciones una se tiene que callar y decir pues sí, verdaderamente, somos afortunadas.

Sí, es verdad. Aquí, en España, la mujer no lleva fardo a cuestas ni todo lo demás. Pero en esta sociedad en la que vivimos, existe una raza de mujeres que amanece la primera de su “tribu” y se acuesta la última. Encadena a lo largo de la jornada, no un registro (el de ir a trabajar y ya) sino todos los que nutren el quehacer doméstico y el de atención y formación de los hijos. Para la cual, decidir formar una familia marca un antes y un después en lo que ella creía que iba a ser su vida. Y a la cual, igual que la que tiene que ir a por agua, también se le acaban las fuerzas y le asaltan los miedos.

¿Por qué se nos acaban las fuerzas?

En el día a día, todo debe estar milimétricamente medido para que los niños lleguen a los colegios a la hora, bien desayunados y vestidos. Para que la casa esté recogida, la despensa provista y el alimento preparado. Cruzas los dedos para que no se ponga enfermo ninguno. Que estudien y no tengan problemas escolares. Que den con amigos que sean buena gente.

En esta sociedad en la que vivimos, existe una raza de mujeres que amanece la primera de su “tribu” y se acuesta la última…

Cuando por fin pones el pié en la oficina, respiras hondo y sientes cierta liberación. Algunas veces. Todo va a depender de “a quien reportes”. De su equilibrio emocional, su humanidad y su profesionalidad. De si es generoso, comprensivo, tolerante, inteligente y listo.

De si sabe luchar por su equipo y si valora tu talento. De si sabe dar los buenos días y mirar de frente. De si te da tranquilidad y libertad para trabajar. De si se siente seguro de sí mismo y confía en ti. De si no te teme. De si es justo. Hay más “de si”, pero va a ser que no voy a seguir por estos derroteros.

Cuando por fin abres el ordenador, te olvidas de todo. Agenda, correo electrónico. ¿Qué tenemos para hoy? Pues hay mucho. Prioricemos. Toca enfrentarse a un mar de cifras y se abre el Excel. Son las diez de la mañana. He comido en la mesa. El cierre tiene que estar a las cinco. Las cuentas no cuadran. ¡Por fin! Terminé. Me puedo ir. Llego a casa a las siete. Los niños, la cena. ¿Han merendado? ¿Cómo ha ido en el Cole? ¿Están hechos los deberes? Me cambio de ropa. Ordeno todo lo mío para el día siguiente. Entro en la cocina, meto las manos en el fregadero y mi subconsciente me traiciona. ¡¡¡Dios, ¿pero qué es esto?!!! ¡Del Excel al Fregadero! Preparo la comida de mañana y la cena del día. Y por fin, cuando me recojo en el silencio de mi habitación, me encuentro conmigo misma doy gracias al Dios que me enseñó mi madre, porque el día ha salido bien. Me pongo las gafas, intento leer, pero me duermo irremediablemente. Sí, somos afortunadas, pero nos dejamos mucho en el camino.

Otros artículos de la columnista…

Otros artículos