Confiar no es creer que tendremos todo lo que queramos, ni siquiera lo que nos conviene. Es apostar, aún si nos equivocamos. ¿A qué apostamos? A que la vida será posible, y suficientemente buena.
Tenemos una gripe mediática, una crisis económica, se calienta el globo, el panorama político se degrada con descalificaciones, los atentados terroristas siguen minado la paz, todo el mundo está conectado y es diferente… Pregunto: ¿Por qué tendríamos que cultivar la confianza? Respuesta: ¿Tenemos alternativa? Sin confianza no hay vida.
Confiar de verdad en el proceso de la vida, no de forma ñoña sino de forma valiente, con entrega, con pasión.Con frecuencia me encuentro este problema en clínica. La vida va mal, muy mal. No hay opciones buenas, sólo menos malas. ¿Qué nos queda?: confiar. Confiar de verdad en el proceso de la vida, no de forma ñoña sino de forma valiente, con entrega, con pasión. Confiar mientras damos tiempo a la oportunidad, mientras miramos alrededor, mientras trabajamos duro para preservar lo valioso y cambiar lo que no funciona.
La confianza auténtica ha superado a la inocencia porque sabemos todo el daño que podemos recibir, y aun así decidimos entregarnos, no a un ideal, a una realidad. La confianza ciega no es auténtica. La auténtica confianza es crítica, sabe de los defectos, de los peligros, del riesgo,…y aun así apuesta. La confianza auténtica es condicional- no se da gratis-, no es masoquista, es una decisión madura de compromiso auténtico que deja espacio a lo incierto.
Lo contrario de la confianza no es la desconfianza, sino el control, y el control es excelente, pero limitante. El control nos deja en el reino de lo concebible. Si buscamos novedad, debemos confiar. Si buscamos pulir lo conocido, virtuosismo y purismo. Es lo que nos enseña el Jazz, por ejemplo.
La confianza auténtica es condicional- no se da gratis-, no es masoquista, es una decisión madura de compromiso auténtico que deja espacio a lo incierto.Cada vez que nuestra antigua apuesta llega a sus límites, y todas tienen que hacerlo, nos vemos empujados al cambio y nos llenamos de angustia. Cambiamos de melodía.
Una forma de cambio es la guerra, acusar al otro de nuestro malestar, el abuso, el sálvese quien pueda. Otra forma de cambio es evolucionar, respetar la diversidad, buscar la riqueza en la variedad, asumir nuestra angustia como algo de lo que nos tenemos que hacer cargo y no como el defecto de otro. Clínicamente nuestra cultura se está comportando de forma neurótica, infantil, culpando a los demás, tras una etapa de profundo narcisismo. Es impresionante el paralelismo entre las enfermedades sociales y las de los individuos.
Como en toda personalidad individual, ha habido y hay partes de nuestra cultura que son sanas, que saben que la vida requiere riesgo, compromisos y pactos, que asumen el reto de comenzar de nuevo aprendiendo de la experiencia. Es hora de que se escuchen.
No estamos lejos del ambiente de Viena, 1900. La paranoia nos llevó a dos guerras mundiales. Como terapeuta, la confianza casi siempre me ha resultado. Casi. Yo apuesto. ¿Queda otra?
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