Ana D'Onofrio: el poder en el periodismo

Ana D’Onofrio, periodista y segunda en la línea decisoria del influyente periódico La Nación, -Argentina- fue una de las doce empresarias entrevistadas para el libro Las jefas. Aquí te presentamos un fragmento de la entrevista que pinta muy bien la pelea que todavía deben dar las mujeres en los medios. Pero también sobre la imagen pública y publicada de la mujer, el poder y la maternidad entre otros temas.

Hasta la llegada de Ana D’Onofrio a la cúpula de La Nación, ninguna mujer había tenido tanto poder en el diario más prestigioso de la Argentina. Esto quiere decir que, hasta mediados de la década del noventa, los temas que aparecían en la tapa del matutino fundado por Bartolomé Mitre hace casi ciento cuarenta años eran decididos, pura y exclusivamente, por mentes y miradas masculinas. Nada demasiado diferente de lo que ocurría en el resto de los grandes diarios latinoamericanos, donde, hace apenas unas décadas, no había ni siquiera reporteras para relatar las noticias. El panorama era casi idéntico en Clarín.

Hasta la llegada de Ana D’Onofrio a la cúpula de La Nación, ninguna mujer había tenido tanto poder en el diario más prestigioso de la Argentina.La zona caliente es aquella donde las noticias impactan de lleno sobre el corazón del poder: son las secciones de Política, Economía, Internacionales y Opinión. Allí es donde la palabra tiene un peso mayor porque genera consecuencias institucionales, políticas, económicas.

Precisamente allí, en el quinto piso y en esa franja decisiva, se encuentra ubicado el despacho de Ana D’Onofrio, la prosecretaria general de Redacción. Un cargo que, en los papeles, significa que es la tercera en la línea de mando de la redacción, después de su subdirector, Fernán Saguier, y del secretario general, Héctor D’Amico, un periodista de larga trayectoria, que dirigió la revista Noticias en su época dorada.

No hay ninguna periodista mujer cuya palabra tenga un peso semejante al de un hombre en el periodismo político argentino, ese que hace de contrapoder. Es cierto que existe una Magdalena Ruiz Guiñazú. Pero la radio no tiene el mismo poder editorializante y su influencia sobre la agenda política es mucho menor, comparada con un diario influyente.

¿Son excluidas las mujeres, se autoexcluyen o ambas cosas?

Hay muchas razones culturales que lo explican. Para quienes estudian estos temas, hay un punto bastante inexplorado que aborda el abogado norteamericano Owen Fiss, un respetado constitucionalista liberal que fue secretario de la Corte de los Estados Unidos y es un habitual visitante de la Argentina.

Cuando los medios inundan la pantalla con imágenes de mujeres-objeto, rubias tontas como las que aparecen en los shows masivos ese bombardeo constante va minando no sólo la imagen de las chicas siliconadas y escasas de neuronas, sino de lo femenino en general. A la larga, y como una lluvia fina y descalificante, esos pobres emblemas logran reforzar los prejuicios asociados con las mujeres (que siempre se relacionan con la falta de capacidad o de experiencia) y terminan desacreditando la palabra de las mujeres en su conjunto.

Empresarias, académicas o ejecutivas, con másteres en el exterior y una formación intelectual irreprochable, han tenido alguna vez, o varias, la experiencia de no ser escuchadas. O de ser ‘ninguneadas’, como está de moda decir hoy. Nada personal. Está anclado en la cultura.

Una larga historia que explica, en parte, por qué los diarios tardaron tanto en incorporar un punto de vista femenino capaz de pesar en el relato de la realidad. Eso fue lo que empezó a suceder en 1996, cuando al menos una mujer empezó a influir en la versión que los hombres tenían del mundo.

‘El hombre siempre va casi excluyentemente a lo que considera importante, el resto le parece de menos valor, hasta frívolo. No está mal, sólo que es incompleto. En cambio a las mujeres nos gusta también lo que es interesante, aunque no sea importante en la agenda mediática. Nos interesan temas que tienen que ver con la educación de los hijos, la infidelidad, el alcoholismo, la calidad de vida, los temas que tenemos cerca cotidianamente. Creo que en este aspecto mi aporte ha sido agregar esa cuota de cercanía que todos los temas necesitan, incluso aquellos más duros, que también me interesan y a los que les asigno valor, cómo no. Pero me parece y siento que es necesaria una mirada diferente, mezcla de curiosidad y empatía con lo que espera el que recibe el mensaje. Después, por la cantidad de lecturas que tuvieron estos temas, te das cuenta de que interesaron mucho’, explica la dama fuerte de La Nación sentada en su oficina, que da al centro de la redacción, un salón enorme repleto de periodistas yendo y viniendo.

Sobre Ana D´Onofrio: carrera y maternidad

Se casó recién a los cuarenta y cuatro años y fue mamá a los cuarenta y ocho, un precio que, probablemente, ningún hombre paga por estar sentado en un lugar similar. ‘Quizás a mí nadie me pedía tanto, pero este trabajo es muy absorbente y yo le dediqué veinte años enteros de mi vida. La conducción periodística es una tarea full-time. Uno no es periodista de 9 a 20. Uno es periodista 7 por 24: siete días durante las veinticuatro horas que tiene cada día. No conozco otra manera de ejercer esta profesión.’

Dice que aquellos años en los que se dedicaba a su trabajo como si fuera un sacerdocio fueron de convalecencia en el terreno emocional.‘No podía pensar en la maternidad. ¿Cómo iba a pensar en esas cosas si estaba sola? Siempre creí que un hijo tiene que estar con mamá y papá. Había tenido varias experiencias sentimentales que me habían hecho sufrir
mucho. Entonces, por varios años, me guardé un poquito. Me dediqué a mirar para adentro, a mirarme… y a trabajar, por supuesto. Estudié programación neurolingüística y coaching, hice talleres de desarrollo personal, leí todo lo que cayó a mis manos sobre el tema… quería saber qué me pasaba a mí y quería saber cómo iba a armar mi tiempo futuro.

Con el paso del tiempo, gané en plenitud y se fueron aplacando las intenciones y las ganas de tener una familia. Me parecía que era algo muy difícil y que quizá no era para mí. Me decía a mí misma que a unas les toca y a otras no. Y que, después de todo, yo ya había logrado mucho. Me decía que en mí había una vida plena, y eso era verdad, porque me encantaba y me encanta lo que hago; a poca gente le pasa. Me decía que me sentía bien conmigo porque miraba al espejo y me gustaba lo que veía. Trabajaba mucho, me quedaba hasta muy tarde con los cierres… supongo que también así tapaba algún vacío. Pero, claro, lo tapaba con una gran pasión, la p
asión de esta profesión maravillosa.’

Como al resto de las que mandan o influyen en la Argentina, no le gusta la palabra poder. No se identifica con ella. O, al menos, con las asociaciones que se hacen sobre las mujeres poderosas. Lo explica:

‘La palabra ‘poderosa’ para definir a las mujeres que estamos en lugares importantes es más del imaginario ajeno que del propio. Nunca cuando me levanto me miro al espejo y digo: ‘Cuánto poder que tenés! ¿Qué vas a hacer hoy con él?’. Quiero decir: no convivo con esa idea, como la gente puede creer. Es parte de mi rutina diaria. Cuando me levanto, a las seis de la mañana, lo primero que hago es prender la radio y empezar a pensar cómo vendrá el día informativamente, mientras preparo el desayuno para mi hijo y mi marido, recojo los diarios y doy de comer a mis perras. Algo normal. Cuando ellos se
van me conecto con lo que vamos a hacer de nuevo en la página Web; antes era igual pero con el diario papel. A esa hora ya estoy hablando por teléfono con la redacción online viendo cómo viene el día. Encargo notas para hacer a la mañana. Llego a mi oficina a las nueve. Y sigo, voy mechando con las muchas reuniones que mantengo durante el día. ¿Esto es poder? ¿Quién le llama poder a esto? Para mí es pasión y responsabilidad’.

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