Será porque estoy cumpliendo los cuarenta (y el gerundio es clave porque me falta un año) que la situación de América Latina me resulta familiar. Sí, ya no soy la que era, ya no voy al gimnasio tres veces por semana, ya no leo cuatro libro por mes ni salgo todos los jueves de copas. No vayan a creer, he tenido mis años de gloria y creo que eso me ha dejado con una idea inflada de lo que debo y puedo hacer. Lo mismo pasa en muchos países de Latinoamérica.
Después de más de cinco años de buenas noticias macroeconómicas y corporativas (no así políticas en muchos de los casos), las empresas también se encuentran en un contexto de expectativas infladas. El incremento promedio del producto en la región en 2007 fue de más de cinco puntos porcentuales: Argentina creció a un 8,7%; Brasil, al 5,4%; Chile, al 5,1%; Colombia, al 8,2%; Perú, al 9% y Venezuela, al 8,4%. Las economías latinoamericanas se encuentran con fundamentos macroeconómicos saneados. La mayoría de los países tienen altos niveles de reservas internacionales, regímenes cambiarios más flexibles, políticas monetarias creíbles, cuentas externas relativamente prósperas y presupuestos equilibrados.
Ya nada es lo que era
Pero el mundo ha cambiado en las últimas semanas y las estimaciones para 2008 son a la baja en todos los casos, con la excepción de Perú. En 2009, el crecimiento se dividirá a la mitad en el mejor de los casos. Aun así, con el mundo desarrollado en recesión, un crecimiento promedio para Latinoamérica del 2,5% puede ser una noticia positiva. La clave para el "top management" está en cómo se gestionará dentro de este nuevo escenario de expectativas decrecientes.
Algunos de los elementos de este escenario son preocupantes. Por un lado, las economías de Estados Unidos, la zona Euro, el Reino Unido y Japón entrarán en recesión en 2009. Esto afectará significativamente las exportaciones de América Latina. El efecto debería mitigarse en aquellas economías con mercados diversificados como consecuencia del crecimiento del papel de China como socio comercial. En segundo lugar, la caída en el precio de las mercancías y el quiebre del sistema financiero mundial se han traducido en un período de depreciación de las monedas latinoamericanas, lo que ha obligado a los Bancos Centrales a reducir sus reservas. El debilitamiento de las monedas podrá a su vez repercutir en el precio de los alimentos y la energía, ejerciendo una presión adicional sobre la inflación.
Herramientas ¿para qué?
Y aquí llega un punto clave de mi preocupación: existe un número limitado de herramientas económicas para enfrentar la desaceleración de las economías latinoamericanas. No hemos visto a los bancos centrales de la región bajar los intereses de forma coordinada (ni individual), y sí se observa una continuada preocupación por las metas de inflación, de lo cual cabe inferir que los tipos de interés no bajarán. Recordemos que los bancos centrales son finalmente los encargados de otorgar crédito y aportar liquidez al sistema bancario comercial, que a su vez financia la "economía real". Estos dos roles encontrados, controlar la inflación y aportar liquidez durante el desaceleramiento, crearán más de un debate en estos días turbulentos.
Desde el punto de vista fiscal, las limitaciones son evidentes. De un extremo a otro de la región, desde México hasta Argentina, incluidos Brasil y Perú, los años de crecimiento han ido acompañados de un aumento del gasto público. Probablemente éste sea el momento por definición de implementar políticas fiscales contracíclicas, pero no es claro si conviene, en tiempos de crédito caro y escaso, agregar presión a las necesidades de financiamiento de las economías latinoamericanas. Probablemente, las autoridades se darán cuenta que la libertad para usar políticas fiscales puede ser más limitada de lo que esperaban. Es momento de anticipar la reversión del ciclo económico. La posible nacionalización de las AFJP en Argentina ha demostrado que ya está en el debate público la dificultad que tienen los gobiernos para financiar su gasto.
Ante semejante contexto, y considerando que la demanda interna tiene aún un rol importante en la determinación del crecimiento futuro, es necesaria una gestión política, económica y empresarial prudente.
Cuando cambian las circunstancias, resulta esencial conocerse a uno mismo para no cometer desmadres de difícil reparación. La adecuación de las expectativas a la nueva realidad sería síntoma de madurez. Me refiero, por supuesto, a mí, que estoy llegando, mucho más rápidamente de lo que me gustaría, a los cuarenta.
Vanina Farber es Profesora e Investigadora de Centrum Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP)