La obra Contención mecánica, creada por la compañía Teatro de los Invisibles y dirigida por Zaida Alonso, irrumpe en el panorama teatral de Madrid para sacar a la luz una violencia invisibilizada. En un país donde aún se practica la contención mecánica en hospitales psiquiátricos —es decir, atar a las personas con correas a una cama—, este montaje se convierte en un grito escénico contra una realidad que muchos desconocen y otros prefieren no mirar.
La pieza se construye a partir de testimonios reales de personas psiquiatrizadas que han sufrido esta forma de violencia institucional. Entre ellas, Rafael Carvajal, poeta y performer, quien ha sido contenido mecánicamente en más de una decena de ocasiones y que ahora, lejos de silenciarse, pisa el escenario como parte del elenco.
Con una dramaturgia dividida en siete capítulos y un prólogo, Contención mecánica combina elementos documentales, poesía, música en directo, audiovisuales y coreografías pop, logrando una propuesta estética que impacta sin dejar de cuidar al espectador.
Desde su estreno en el 41º Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid, la obra ha cosechado reconocimientos y recorrido importantes festivales como SURGE Madrid, MeetYou (Valladolid) o L’Altre Festival (Barcelona). En 2024, fue galardonada con el premio al mejor espectáculo en el XVI CENIT (Certamen de Nuevos Investigadores Teatrales) del Teatro TNT de Sevilla, y su texto fue publicado en la revista Acotaciones de la RESAD.

Además, ha traspasado los límites del teatro: en octubre de 2024, Zaida Alonso intervino en una jornada del Ministerio de Sanidad sobre salud mental y derechos humanos, y en abril del mismo año la obra fue mencionada en la Asamblea de Madrid como ejemplo de denuncia artística de las prácticas psiquiátricas abusivas.
Más allá de la denuncia, Contención mecánica busca generar reflexión y empatía, abriendo una conversación urgente sobre el trato a las personas con diagnóstico de salud mental. ¿Por qué se sigue recurriendo a estas prácticas? ¿Se escucha a las pacientes o se las invalida sistemáticamente? ¿Qué alternativas existen? La obra no da respuestas cerradas, pero plantea las preguntas necesarias.
Desde Teatro de los Invisibles, Zaida Alonso apuesta por un teatro que no solo represente el mundo, sino que lo atraviese y lo transforme. En esta entrevista, nos adentramos en su proceso creativo, los desafíos de trabajar con testimonios reales y el potencial del arte como herramienta para denunciar, sanar y despertar conciencias.
Zaida Alonso: «El arte tiene un poder inmenso para remover conciencias y sensibilizar»

¿Qué te llevó a abordar un tema tan delicado como la contención mecánica y la salud mental?
Nuestra compañía Teatro de los Invisibles comenzó su andadura en 2017 con La liberación de la locura, una pieza de teatro documento sobre salud mental que reunía testimonios reales de personas diagnosticadas y pretendía arrojar luz sobre este colectivo que la sociedad estigmatiza.
Contención mecánica es la continuación de esa investigación, y esta vez no sólo buscamos desestigmatizar y dar voz a quien no la tiene, sino también denunciar una práctica habitual en España en las unidades de psiquiatría y los servicios de urgencias: atar a personas a la cama haciendo uso de correas.
Nosotras conocimos la existencia de la contención mecánica a través del caso Andreas, que nos impactó enormemente. Andreas Fernández falleció en 2017. Nosotras justo estábamos representando La liberación de la locura y algunos colectivos con los que colaborábamos, como LoComún, denunciaron este caso. Andreas murió con 26 años en la unidad psiquiátrica del Hospital Central de Asturias, tras permanecer 75 horas atada a una cama.
Le habían diagnosticado una enfermedad mental basándose en sus antecedentes familiares, pero en realidad tenía meningitis. Este tal vez sea el caso más paradigmático sobre contención mecánica en nuestro país y el que hizo que muchas personas, como nosotras, supiéramos de esta práctica que se sigue realizando de manera habitual en nuestros hospitales, a pesar de haber sido catalogada como tortura por la ONU en 2013.
¿Cuál fue el mayor desafío emocional o técnico al llevar estas historias al escenario?
Pues creo que descarcargarnos un poco de la gran responsabilidad que supone trabajar con la intimidad de las personas que han cedido su testimonio con tanta generosidad para nuestra obra. Lo que más nos preocupaba era hacerlo con el mayor respeto y amor posibles sin perder el objetivo de dar visibilidad a su historia y hacer pensar a una sociedad muchas veces adormecida.
Esa responsabilidad la sentí sobre todo con Rafael Carvajal, poeta, performer y activista loco que ha experimentado más de una decena de contenciones mecánicas y al que invité a subirse al escenario con nosotras.
«Lo que más nos preocupaba era hacerlo con el mayor respeto y amor posibles sin perder el objetivo de dar visibilidad a su historia»
Rafael Carvajal y su experiencia tienen un papel central en la pieza. ¿Cómo ha sido trabajar con él y qué aporta su presencia en el escenario?
Rafael es sin duda el alma de Contención mecánica, pero era, por así decirlo, nuevo en la compañía, ya que el resto del elenco llevamos trabajando juntas desde 2017. Le introdujimos en la obra poco a poco y con cuidado, y posteriormente, gracias a un proceso extendido en el tiempo, hemos ido aumentando su nivel de implicación en el proyecto hasta alcanzar el protagonismo que ostenta en la dramaturgia final.
Rafael aporta muchísima verdad a la propuesta, porque al final el público conoce de primera mano una realidad silenciada y muchas veces desconocida. Además es todo un artista: yo ya estaba maravillada por sus poemas antes de conocerle en persona, así que subirle a un escenario ha sido un auténtico honor. Y Rafael también ha influido en la obra con su sentido del humor, porque él, en cierto modo, nos ha dado el “permiso” para poder reírnos en determinados momentos de algo tan crudo como lo que ha vivido, puesto que él mismo es el primero que lo hace.

¿Cómo lograste equilibrar la crudeza de los testimonios con los elementos artísticos del teatro documental?
Volviendo al sentido del humor, creo que la obra aborda un tema tan duro que es necesario darle asideros al público para que coja aire y pueda asimilar ese sufrimiento tan desgraciadamente real del que hablamos. De ahí que nos tomemos la licencia de reírnos en determinados momentos. Y en esta misma línea, también intentamos apostar por una convergencia artística que incluye desde un contrabajo eléctrico como protagonista del espacio sonoro, hasta poesía, tutoriales en streaming o coreografías pop.
La dramaturgia está vertebrada en un prólogo y siete capítulos, que me han servido para estructurar la enorme cantidad del material documental recopilado y para poder ir cambiando el dispositivo escénico. En cuanto a la puesta en escena, he querido sugerir la dicotomía entre dos mundos: el de los supuestos cuerdos y el de los supuestos locos, es decir, la sociedad que estigmatiza y la sociedad estigmatizada, y he apostado por un espacio aséptico, diáfano y multifocal, con una preponderancia del blanco en el cromatismo para evocar espacios generadores de contención, tanto mecánica (recintos hospitalarios) como farmacológica (laboratorios).
«He querido sugerir la dicotomía entre dos mundos: el de los supuestos cuerdos y el de los supuestos locos»
En tu opinión, ¿qué papel puede jugar el arte en la lucha contra el estigma hacia las personas con problemas de salud mental?
El arte tiene un poder inmenso para remover conciencias y sensibilizar, tocando el alma y haciendo pensar a una sociedad que vive muchas veces en la ignorancia. Yo creo que el arte debe generar preguntas, es un auténtico motor de transformación social. Por eso, nuestra forma de hacer teatro es que la realidad se filtre en escena para intentar transformarla. De hecho, a través de la empatía, el público puede llegar a ser consciente de otras realidades distintas y de la estigmatización y el sufrimiento que padecen las personas que tienen un diagnóstico de salud mental.


La obra también explora la relación de nuestra sociedad con la «locura». ¿Qué descubriste sobre esta relación al desarrollar la pieza?
Creo que mi mayor descubrimiento ha sido en torno a los límites de la locura y he llegado a la conclusión de que esa diferenciación entre el mundo de los supuestos cuerdos y el de los supuestos locos responde a una construcción social y a un relato impuesto. Es un patrón que nos enseña que las personas que no encajan en la ‘normalidad’ son expulsadas, privadas de su autonomía o medicalizadas hasta la anulación. Pero, ¿qué es lo normal y por qué tiene que existir esa supuesta normalidad?
¿Qué nuevos enfoques o temas te gustaría explorar en el futuro como directora?
Precisamente tengo entre manos un nuevo proyecto que cuestiona los cánones sociales marcados por una normatividad excluyente. El hambre imposible de ser normal –que así se titula– es una pieza, entre la autoficción y la performance, que se aproxima de manera holística al concepto del estigma, cuestionando el constructo social de la normalidad y reivindicando los márgenes, una constante en la línea de trabajo de nuestra compañía Teatro de los Invisibles. Esperamos estrenarla pronto y contar más detalles.