Vidas que se marchan sin decir adiós

Él no tiene una historia para ser escrita porque no ha existido. Al menos no fuera del útero materno. Pero ya era una persona, le quedaban escasas semanas para nacer.Toda su familia esperaba ansiosa por ver su carita.

En su casa todo estaba preparado para recibirle: un dormitorio decorado con mobiliario infantil presidido por una cuna con un carrusel musical de ranitas porque traen suerte – que paradoja-, camisetas divertidas del tamaño del cuerpo de un muñeco, faldones más tradicionales, zapatos pequeños como una nuez, gorritos para proteger su cabeza del sol de verano, hasta una equipación completa del equipo de fútbol familiar.

Todas las noches sus padres acostumbraban a encender la luz del dormitorio del bebé y echar un vistazo. Abrazar los peluches, acariciar una ropa impoluta sin estrenar o pasar la mano por encima de las sábanas que cubrían la cuna para hacer desaparecer una arruga la mayoría de las veces imaginaria. Ya lo habían planeado casi todo: el nombre, padrinos, fecha del bautizo, lugar del convite. Acerca de la educación que el niño iba a recibir, no hubo dudas, guardería tras la baja maternal, ya que ambos trabajaban y los abuelos no estaban cerca. El colegio también estaba elegido. Y hasta la fecha aproximada, en la que si todo iba bien, recibiría la visita de su primer hermano.

Podía haber llegado a ser cantante de pop-rock, un ídolo de las masas, o quizá hubiese preferido dedicarse a la medicina para salvar vidas o curar a otros cuando se sienten mal. Iba a ser hiperactivo -presumía su padre- porque se movía continuamente en el vientre materno y daba fuertes patadas a pesar de su tamaño. Podía haber llegado a ser cantante de pop-rock, un ídolo de las masas, o quizá hubiese preferido dedicarse a la medicina para salvar vidas o curar a otros cuando se sienten mal. Puede que destacase por una personalidad solidaria y se decantase por la cooperación internacional para ayudar al desarrollo de países que no disponen de las condiciones sociales de las que disfrutamos nosotros.

Existían otras posibilidades, como que naciese con un talento natural para la interpretación y se alzase en el futuro con premios internacionales de prestigio. Su abuela tenía la ilusión de un cargo público en la familia, puede que su nuevo nieto le diese la alegría de construir un polideportivo, inaugurar un centro de salud o mejorar la calidad de vida de los vecinos del pueblo.

¿Pero cómo te enfrentas a la pérdida de un hijo al que no has llegado a conocer porque unas bombas en un tren arrebataron su vida
y la de su madre
antes incluso de ver la luz?
También cabía la posibilidad de que fuese el autor del increíble gol de chilena – o de penalti injusto en el último minuto – que diese a la selección española el primer mundial de la historia, para delirio del país entero. O maestro, para educar a los cientos de alumnos que pasasen por sus aulas a lo largo de los años. O un buen chico, amante de los suyos, sin más complicaciones que tener amigos con quienes disfrutar de su tiempo libre, encontrar un empleo estable, disfrutar de la vida e intentar hacer feliz a la mujer de la que se enamorase. Podría haber sido el padre –o el abuelo– del científico que descubriese la vacuna contra el SIDA o el remedio definitivo contra el cáncer. Hubiese sido, por encima de todo, un ser humano, un niño, si le hubiesen dejado nacer.

Dicen los que han pasado por ese horrible trance que la pérdida de un descendiente es lo más duro. ¿Pero cómo te enfrentas a la pérdida de un hijo al que no has llegado a conocer porque unas bombas en un tren arrebataron su vida y la de su madre antes incluso de ver la luz?

Hay miles de historias como ésta de personas a las que un once de marzo les cambió la vida para siempre. Mi cariño para todas las víctimas del terrorismo y la violencia.

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