Mujeres rurales: de robinsonas a tejedoras insumisas

Se las dibuja como una rareza que cada vez lo es menos. Las mujeres y el medio rural están empezando a ser uno de los motores más importantes de estos lugares a los que casi nadie mira y, sin embargo, a través de ellos todo sucede. Y cuando digo todo me refiero por un lado a la vida, que no es otra cosa que tiempo, y, por el otro, al alimento, que no es otra cosa que la base de la existencia.

Hace apenas un año presenté un libro de la periodista Gemma Villa y la fotógrafa Pilo Gallizo titulado Robinsonas de Tierra adentro. Se centraba en el caso de varias mujeres que vivían en la misma zona en que yo, o cerca: Maragatería, en León, España. Un lugar donde los inviernos son inhóspitos, duros, voraces y, sin embargo, tienen una luz que se posa sobre las piedras de los muros como un milagro que promete todas las esperanzas.

Y de eso va vivir aquí, ser mujer y no rendirse. De tener y generar esperanza. De ofrecer inspiración a través del propio ejemplo. En aquel libro las Robinsonas confesaban que su vida no era fácil pero que, aún así, no la cambiarían por nada. Que ellas, todas, vivían solas. Y que cuidar la huerta, los animales, acumular leña y tener entretenimiento aparte a veces se les complicaba: es mentira que vivir en el campo no genere estrés.

Implica otro tipo de nerviosismo, quizás más satisfactorio. Porque lo que te acelera no es tardar dos horas en llegar a tu puesto de trabajo tratando de sortear un atasco, sino saber que la tierra tiene sus procesos y que en cada uno de ellos hay que estar ahí para darle lo que necesita sin que pueda esperar por ti: arar, sembrar, regar, cultivar, cosechar y guardar, en conserva o congelado, porque cuando el frío llegue sabemos, todas, que aquí no se dará nada y si queremos comer lo que nuestro huerto ofrece, es clave planificar y reservar casi todo.

No vivimos ya, la mayoría, del campo. Pero sí vivimos pegadas a sus ciclos. Y es bastante lógico que sean cada vez más mujeres las que eligen esta forma de ser y estar en el mundo. Si nos retrotraemos a los arquetipos más sencillos pensamos en la mujer como esa figura que nutre y genera vida, justo lo que ocurre en el día a día de los pueblos en los que tratamos de hacer nuestro camino. La cocina es esencial, los olores que allí creamos al calor del fuego y las luces que sabemos observar como un bien precioso sobre las mesadas que nos aportan paz.

No me refiero al arquetipo de la madre literal, ojo. De hecho, en aquel libro de las Robinsonas, casi ninguna era madre. Yo tampoco lo soy. Y sin embargo, vivimos con una conexión natural muy fuerte con los ciclos de la vida y la creación. Sentimos los cambios de estación en la piel y en los ojos, en los párpados que se caen cuando el sol se va poniendo, respetando los ritmos circadianos como el mejor regalo que le podemos hacer a nuestro cuerpo. Eso hacemos, entre otras muchas cosas. Porque no es fácil vivir en el campo, incluso aunque no vivas de él. 

La imagen romántica es, como todas las idealizadas, eso, un escaparate que tiene algo de felicidad real, es cierto, pero también esconde un estrés particular. Las mujeres que decidimos vivir aquí contra todo pronóstico somos, de algún modo, una suerte de resistencia. Nos negamos a lo que estaba reservado para nosotras allá en la gran ciudad: sé una profesional de éxito, busca a otra persona que cuide a tus hijos, ve al gimnasio, sal a cenar con tus amigas y, el fin de semana, toma tiempo con tu familia. El lunes, otra vez, saldrás con el vaso de sturbucks en la mano rumbo a la oficina.

Esa imagen, también estereotipada al máximo, es, de algún modo, a la que nos negamos a plegarnos. Por supuesto no implica que un idealismo sea mejor que el otro, ni mucho menos. Hay que partir de la base de que nadie es totalmente libre, ni siquiera estando en contacto directo con la tierra: ella manda. Un jardín no es la naturaleza. La pregunta es a qué tipo de vida estás dispuesta a amoldarte mientras puedas elegir.

Decía Marina Garcés en su ensayo Nueva ilustración radical que creía en una suerte de tejedoras insumisas, mujeres que negasen el camino dispuesto para ellas y que hicieran entre sí una red de apoyo que a su vez sirviese como palanca para modificar ciertas lógicas sociales y económicas que, sin duda, nos están llevando al abismo de la propia humanidad.

Yo sueño que esas tejedoras comiencen a tensar el ovillo desde el mundo rural, porque no hay mayor revolución que esta: plegarse a las inclemencias del tiempo, sí, pero no de las lógicas de la sumisión y la competencia desmedida que este mundo nos impone para desarrollarnos y llegar a algún lugar supuestamente importante. Pero, ¿cuál es ese lugar?, ¿cuál es esa noción de éxito tan manida?, ¿no trabajamos para poder comer? Entonces, ¿por qué no dejamos parte de nuestro tiempo para cultivar aquello que nos hace bien en lugar de acumular dinero para comprar los productos insípidos que otros nos quieran vender?

Yo dije no hace unos años y, aunque esta decisión haya traído consecuencias muy duras, no me puedo arrepentir. Sentirse cerca de la raíz y en paz es una de las cosas más revolucionarias que existen: no hay dinero que compre esta forma de vida y eso, supongo, es lo más cerca que se puede estar de la libertad real.

Ojalá más mujeres se unan, se atrevan a conquistar estos espacios e imaginar otros mundos posibles, porque el mundo rural está dispuesto a todo: incluso a proyectos innovadores digitales como el que yo creé en escuelasavia.com

Hay que mirar el sol, sus ciclos, su esperanza. Y caminar. Donde nadie mira todo es posible, precisamente porque muchos aquí perdieron la esperanza y entonces hay una grieta desde la que reinventarse y construir de nuevo. Nosotras no bajamos los brazos: seguimos en pie y adelante, tejiendo una red cada día más fuerte y hermosa. Feliz día a todas esas mujeres rurales que resisten con alegría y le dan la vuelta a la barbarie como un boomerang afilado. Seremos millones.

Violeta Serrano
Violeta Serrano
Escritora, creadora de Escuela Savia y directora del posgrado en Literatura y discurso político de FLACSO Argentina

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