Las viudas se ven forzadas a abandonar la familia

“Ser viuda es un estado de muerte social, incluso entre la castas altas. Todas conviven con el estigma y ninguna debe mostrar ni su sombra”, explica Mohini Giri.  Al norte de la India, en Vrindavan, las calles se llenen de gente que subsiste al día. Es el lugar de destierro de más de 15.000 mujeres, según datos del Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer UNIFEM, que con la muerte del marido lo han perdido todo.

A las siete de la tarde el centro religioso cierra las puertas. Entre bicicletas, rickshaws (los carros tirados por hombres en bicicleta), vacas y el gentío que viene y va; serpentean mujeres vestidas de blanco con el pelo rapado y andar renqueante. Son las que ni tan sólo podrán dormir bajo el techo del destartalado ashram y van en busca de una calle tranquila para pasar la noche. Entre ellas está Aruna. Procede de la poblada Calcuta, al este del país. Tiene 65 años, aunque en los últimos tiempos ha perdido la cuenta. El andar fatigado, los ojos cristalinos y la inclinación de la espalda hacen de la mujer una anciana. Con dificultad sabe leer y escribir, pero lo que sí recuerda con precisión fueron las edades que cambiaron su vida. “Tenía siete años. Mis padres me casaron con un joven de 15 años”, cuenta con una leve sonrisa. Aruna pasó de jugar a imitar las coreografías de las películas Bollywood a pintarse el bindi, el punto rojo en la frente que toda mujer casada debe llevar.

En las zonas más tradicionales, una mujer sólo se la reconoce como persona dentro del matrimonio. Sin él, no tiene identidad social ni religiosa.Durante sus años de matrimonio, vivió en casa de sus suegros de forma discreta e hizo lo que se esperaba de ella cuidando de su marido y de sus dos hijos. Cuando cumplió los 50 años, la tuberculosis se llevó a su esposo y dejó de ser mujer. En las zonas más tradicionales, una mujer sólo se la reconoce como persona dentro del matrimonio. Sin él, no tiene identidad social ni religiosa. Aruna era una boca más que alimentar, un impedimento para que los hijos heredaran el pequeño trozo de tierra que por ley le pertenece. Si bien es cierto que el amalgama indio no permite generalizar, ella forma parte de las 40 millones de viudas que en su mayoría viven en la mendicidad.

Señalada por sus allegados como la culpable de la muerte del esposo, Aruna asumió un destino impuesto. Sabía que no le esperaba el prohibido rito del sati -la inmolación de la mujer en la pira funeraria del marido-, pero debería llevar el luto reprimiendo sus voluntades. Como la mayoría de viudas, se borró el bindi, cortó la larga cabellera negra, dejó las pulseras y el colorido ropaje para convertirse en un ser asexual. “Estaba tan triste. Sentía mucho dolor dentro. Sólo me quedaba Krishna”.

Según la mitología hindú, el dios de color azul Krishna pasó su infancia y su adolescencia en Vrindavan, lugar sagrado para alcanzar la salvación mediante el rezo. Aruna recorrió los 1.300 kilómetros de peregrinación para conseguir el moksha, la liberación espiritual. “El camino de Calcuta a Vrindavan lo hice junto a otra mujer que enviudó. Estuvimos muchos días caminando, no sé cuántos. Evitábamos que nos vieran”, recuerda cabizbaja. A una viuda se la considera portadora de desgracias, jamás será invitada a una festividad y menos aún a una boda o al nacimiento de un nieto.

“Ser viuda es un estado de muerte social, incluso entre la castas altas. Todas conviven con el estigma y ninguna debe mostrar ni su sombra”, explica Mohini Giri, la reconocida activista india por los derechos de las mujeres, nominada al Nobel de la Paz en 2005 y presidenta de la ONG Guild for Service. Se dio cuenta que algo debía hacer por ellas durante la guerra que enfrentó a India y Pakistán en los años 70 acompañando a su suegro en la retaguardia, el entonces presidente de la India V.V. Giri. Observó atónita cómo los soldados caían y sus mujeres quedaban en el más absoluto desamparo.

Con el cabello ya blanco, rememora el casi medio siglo recorriendo el país para concienciar a jueces y líderes religiosos. “Hemos dado pequeños pasos en la mejora de la vida de la mujer viuda. Puede heredar, puede volver a casarse si quiere y tiene el derecho a recibir una pensión muy pequeña de 400 rupias mensuales ”, continua Giri, “estos cambios no son suficientes porque ni siquiera saben que la ley lo permite. Debemos conseguir que las leyes no sean sólo palabras”.

La ONG Guild for Service ha creado recientemente un ashram a las afueras de Vrindavan que acoge a unas 120 viudas. Se les garantiza un lugar limpio para vivir, tres comidas al día, servicio de enfermería y se las anima a no perder los coloridos saris. Aunque en su mayoría son mujeres que han enviudado a partir de los 40 años, también se encuentran las llamadas ‘niñas viudas’. Hace unos meses Radha, de 12 años, gritaba pidiendo ayuda desde la amplia puerta de entrada al centro. Una bolsa con cuatro prendas era todo lo que había podido llevarse de casa de sus padres, huyendo del maltrato y, por lo que dicen sus silencios, de los abusos sexuales.

“Cada vez son más las mujeres que acuden a nosotras para decirnos que sufren abusos. Saben que si acuden a la policía pueden ser violadas”, declara sin miedo al tabú. Giri tampoco niega algo que es vox populi. En algunos ashrams de Vrindavan, donde las jóvenes buscan protección en los patios interiores, los hombres y mujeres responsables del mantenimiento del mismo fuerzan a viudas jóvenes a prostituirse para su propio beneficio económico.

Radha bordea el sagrado río Yamuna mientras las gentes de la ciudad aprovechan los últimos rayos de sol para bañarse. Los rezos han acabado por hoy en Vrindavan. Sin apartar la vista del suelo, emprende el camino de vuelta al ashram de Mohini Giri. No es la vida que había imaginado para ella, no entiende qué hizo mal en su anterior reencarnación; sólo sabe que podrá dormir tranquila.

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