¿Tener más capacidad es un lastre?

Si no hubiera una herida previa, lesión que no cesa desde hace milenios, esas ideas verbalizadas por Mónica de Oriol no habrían producido escándalo y se habrían quedado sepultadas en su propia maldad. Porque esa declaración tiene otros momentos que reflejan una propuesta perversa sobre mujeres y hombres. Tienen mucha importancia esas palabras porque reflejan las aspiraciones de regulación laboral del poder económico. Y ese poder, ya se ha visto, tiene mucha influencia en las decisiones del gobierno. 

La superioridad como problema

Hay algo que distingue a las mujeres de los hombres y que no es discutible, ni matizable. Ni siquiera depende de la época o de la cultura en la que vivan. Las mujeres tienen una capacidad, la de engendrar en su seno un ser humano, que solo tienen ellas. Muchos hombres, ante esa capacidad que ellos no tienen, tratan de convertirla en un inconveniente. Lo paradójico es que han tenido éxito en su pretensión y la posibilidad que tienen las mujeres de ser madres es la excusa perfecta para impedir que la mitad de la población ejerza el poder que le corresponde y que ahora detenta el otro sexo.

Las mujeres pueden hacer las mismas cosas que  los hombres y una más que para ellos es imposible. La psicología da pistas sobre cómo reacciona una persona o un colectivo cuando tiene un fuerte complejo de inferioridad Las mujeres pueden hacer las mismas cosas que  los hombres y una más que para ellos es imposible.  La psicología da pistas sobre cómo reacciona una persona o un colectivo cuando tiene un fuerte complejo de inferioridad. Una muy común es desprestigiar aquello que no se tiene y que además nunca se podrá alcanzar. La fábula de la zorra y las uvas lo describe bien. Otra manera de defenderse para no sentirse menoscabado por lo que nunca se podrá obtener, es tratar de controlar esa facilidad de concebir.

La maternidad como argumento

Incluso las más lúcidas feministas del siglo pasado creían que el problema que había para que las mujeres pudieran desarrollar todo su potencial en la sociedad era la maternidad. Creían que cuando se consiguiera una máquina que imitara el útero, las mujeres se liberarían definitivamente de las trabas que la atan. Equivocaban la excusa que una parte de la sociedad daba a las mujeres para justificar su postración, con la verdadera causa del problema.

La exclusividad que da la naturaleza a las mujeres  para su asombrosa capacidad de engendrar se limita a unos meses. Después, la crianza y el cuidado de la prole y de los adultos masculinos son obligaciones culturales, no exigencias biológicas. Si ahora la mujer se ve obligada a asumirlas es por razones sociales, no por ser inherente al hecho natural de tener un hijo.

La conciliación es un asunto de dos

Algunos empresarios no quieren hombres y mujeres que concilien. Para ellas reservan el cuidado de los trabajadores en activo y la producción y cuidado de la mano de obra del futuro.

La procreación natural necesita el concurso de dos personas. Dos personas que comparten patria potestad y también la responsabilidad del cuidado de los hijos. Sin embargo la legislación "premia", es decir fomenta el concurso exclusivo de la madre para esas actividades. Ese premio es un regalo envenenado. Todas las "concesiones" que se le hacen a la mujer más allá del hecho de parir, que es lo único de su exclusiva responsabilidad, liberan al otro, en algunos casos a su pesar, de sus obligaciones en el cuidado y educación de sus hijos. Los niños durante los primeros años de su vida son totalmente dependientes y la legislación debería obligar por igual a los dos progenitores a procurar ese cuidado. Cuando los hombres estén obligados por ley a asumir su responsabilidad en el cuidado de los hijos, la representante de esa parte del empresariado ¿dirá que no quiere contratar a mujeres entre los veinticinco y los cuarenta y cinco, ni a hombres mayores de veinticinco?

*Mª Teresa Pascual Ogueta es Ingeniera de Telecomunicación experta en nuevas tecnologías y también escritora. Autora, entre otros, del libro "Despidos, la edad y otros pretextos"(Díaz de Santos, 2012).


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