Es un lugar común poner el foco en la falta de autoestima y de confianza de las mujeres. Sin embargo, lo más difícil es saber cuál es el origen y cuáles son los antídotos para cambiar el eje de las conversaciones y sobre todo, el camino y los resultados.
La importancia de la confianza en uno mismo está más allá del debate y de los sexos. Sin embargo, “la autoestima” tiene una incidencia mucho mayor cuando se habla de mujeres.
Leo en una investigación publicada en la revista Journal of Personality and Social Psychology , una conclusión que me hace pensar: el empoderamiento económico y el empoderamiento emocional no necesariamente van de la mano. Y esto se corresponde con la estadística de mi trabajo. Muchas veces las mujeres que más necesitan fortalecer quiénes son y por qué han llegado alto, son las que están a punto de subir un escalón esperado en su trayectoria o quienes, aún en las máximas posiciones, se replantean los porqués y los cómo.
El empoderamiento económico y el empoderamiento emocional no necesariamente van de la mano.
Los investigadores compararon los resultados de una encuesta de casi un millón de usuarios de Internet, primer estudio transcultural de edad y género sobre la autoestima. Y a pesar de algunas diferencias según las culturas, el denominador común es que en todos los países que estudiaron, la autoestima de los hombres es más alta que la de las mujeres.
En lo que nos toca, las mujeres tenemos la responsabilidad de no eternizar estos comportamientos ni transmitirlos a las nuevas generaciones. Pero creo que es fundamental no cargar sobre nuestros hombros lo que corresponde a un error cultural de la sociedad a lo largo de los siglos. Quitarnos el plomo de la mochila y transmitir otro modelo es vital para la percepción de niñas y jóvenes que nos miran como modelos a seguir.
Quitarnos el plomo de la mochila y transmitir otro modelo es vital para la percepción de niñas y jóvenes que nos miran como modelos a seguir.
El tema ya está instalado y hay un sin fin de iniciativas que apuntan a fortalecer la confianza en nuestras capacidades y en la imagen que proyectamos, más allá de los “cánones” de belleza que merman nuestra seguridad. Todo apunta a la libertad de elegir que es el centro de la confianza.
Rosalind Gill -profesora de Análisis Social y Cultural en la Universidad de Londres- y Shani Orgad –profesora de Medios y Comunicaciones en la Escuela de Economía y Ciencias Políticas de Londres- me aportan una mirada nueva. Dicen ambas que el “operativo confianza” nos alienta a emprender un trabajo extenso sobre nosotras mismas y nos aleja de denunciar las desigualdades estructurales que son el fuente real de los problemas que enfrentamos.
El hallazgo entonces es: no se trata de un déficit personal que si superamos resolverá todos nuestros problemas en muchas esferas de nuestra vida profesional y personal. Se trata no sólo de superar las barreras heredadas, sino de pelear por la desigualdad estructural, reformular las injusticias sociales y repartir esa gran carga de nuestra mochila con los actores más dinámicos y responsables de la sociedad.
No es suficiente saber lo que podemos y debemos hacer porque nos merecemos otros resultados, debemos exigir que nuestro entorno cambie para no perpetuarlos en las próximas generaciones.
No es suficiente saber lo que podemos y debemos hacer porque nos merecemos otros resultados, debemos exigir que nuestro entorno cambie para no perpetuarlos en las próximas generaciones.
Lo que propongo entonces, es trabajar en los “anticuerpos” para que el efecto de lo que “nos pasa”, sea cuanto antes, trasladado a organizaciones, empresas, medios de comunicación, formadores, sistema educativo o coaches, entre otros. Y como dicen Shani y Rosalind, pedir que rindan cuentas, incluso si tienen buenas intenciones.
El crecimiento de la “autoayuda” arroja datos importantes en este bienio de pandemia. Entiendo que hay diferentes formas de salir adelante y que pedir ayuda es fundamental. Sin embargo, el enfoque realmente abarcador y generoso con quienes nos rodean y quienes nos sucederán, debería ser transformador. No de manera individual, sino colectiva y estructural.
Urgencia, coraje, desafío, constancia y poder, son cinco palabras que utilizo a menudo. Desde ahora, enfatizaré aún más la necesidad de enfocarnos no sólo en la cultura de la confianza “individual”, sino en la cultura de construir un modelo por el cual ese poder del que hablo encuentre el marco necesario para expandirse y ser «colectivo».
Que no sea para las mujeres una cuestión personal, una lucha tediosa e infructuosa. Que quienes podemos hacerlo tomemos acción en nuestras propias vidas, Pero que a la par, la sociedad y las organizaciones se sientan interpeladas y actúen para acelerar el cambio y los resultados para todas, más allá de circunstancias, actitudes y aptitudes, obstáculos y horizontes.