Libertad de sentido único

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El viaje empezó antes de subir al avión, en realidad antes incluso de pasar el control de pasaportes. Porque viajar es conocer y sorprenderse. Preguntarse el porqué e intentar comprender y aprender de los demás. Incluye cambiar la forma de ver y de verse, de mirar y ser mirado. Olvidar la propia certeza.. A veces es preciso entender las razones, pero no  asumirlas. Viajar, para descubrir y encontrar en el aeropuerto de Barajas, tan cerca de casa, una vida tan lejana, tan inaccesible.

Imposible saber
Un manto negro. En su interior quizá una persona sentada. A su lado un hombre muy joven. Alrededor un niño travieso jugando. Puedo imaginar, suponer, pero no puedo acreditar nada. Ni siquiera los ojos. Nada que diga cómo es, cuál es su sexo, su edad. Si tiene sonrisa o si la tristeza y el tedio le invaden. Todas las pautas de relación humanas conocidas se vuelven inútiles. No hay comunicación posible; ni siquiera la mirada cómplice, indiferente o esquiva. Supongo que debajo hay una persona, pero no puedo saberlo.
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Todas las pautas de relación humanas conocidas se vuelven inútiles. No hay comunicación posible; ni siquiera la mirada cómplice, indiferente o esquiva. Supongo que debajo hay una persona, pero no puedo saberlo.

En otros momentos, esta escena hubiera sido impensable. Hubiera causado desasosiego. La policía hubiera intervenido para averiguar quién se oculta y porqué lo hace. Podría ser alguien a quien secuestran, un opositor político o un  reo en fuga; quizá un terrorista. No, no hubiera sido posible. Ahora nadie se inquieta. Al menos nadie lo manifiesta. Casi nadie mira por no perturbar o no perturbarse. Cuántas cosas injustas en nombre del libre albedrío aparente. 

La libertad como coartada
No es fácil. No lo es percatarse de cuánto hay de cinismo en la defensa de muchas ideas en nombre de la libertad. Una buena pauta es observar si, quien defiende la libertad personal de elegir,  respeta con el mismo énfasis a los que quieren libertad para hacer lo contrario de lo que ellos defienden.

Muchos no tienen empacho en afirmar que las mujeres de sus países se recluyen de forma masiva bajo un manto negro por una elección personal. Exigen respeto a su forma de no ver el mundo.

Occidente consiente en su suelo y no exige reciprocidad. Las  mujeres occidentales no tienen libertad en esos países para vestir y expresarse de acuerdo con la cultura que les es propia. Las periodistas, las representantes políticas, las empresarias, las mujeres de aquí no son libres allí. Respeto mutuo, al menos eso. ¿Por qué no empezar por ahí? ¿Por qué no exigir allí, el respeto a lo diferente que exigen aquí?

Pero no sólo eso. Si un quinceañero se recluyera en su habitación o en su ropa, la sociedad intervendría para ver quién y qué está detrás. Si se descubriera que es un grupo de personas la que da soporte, se hablaría de secta. Si no hubiera nadie, se hablaría de problemas sicológicos o mentales. Se le proporcionaría ayuda. Si es una joven adolescente de quince años la que en nuestro país decide cubrirse con un manto negro y dejar de relacionarse (El País 10/07/2011), se dice que es libre.

Hay respeto unánime cuando lo que decide la mujer es someterse. Unos lo defenderán porque eso es lo que tiene que ser de acuerdo con el libre albedrío, la religión, las creencias o las costumbres. Por el contrario, si una mujer decide saltarse lo establecido en algunas sociedades, como por ejemplo conducir un coche,  estudiar o pasear sola, desaparece la unanimidad para defender su derecho.

Los caminos del progreso son tortuosos y a veces confusos. Con frecuencia se vuelve hacia atrás si la fuerza del primer impulso para el avance se ha debilitado. Pero cuidado, ya lo dijo el poeta, si persiguen a los demás me acabarán persiguiendo a mí. La historia, si no se tiene cuidado, casi siempre se repite.  

*Teresa Pascual Ogueta, es Ingeniera de Telecomunicación y escritora. Conferencista, autora de libros y  publicaciones, se especializa  en el análisis crítico de la realidad.

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