Una reflexión que recorre sentires sobre la educación que no alcanza el ritmo de los cambios y su importante peso en la vida cotidiana y en nuestro fondo emocional. Una reflexión que demanda educación para la vida.
Hace ya varios días que una inquietud me ronda. Es una inquietud que vuela alrededor de mi cabeza como una molesta mosca de verano. Su persistencia me conmueve de tal forma que me altera el sueño y oscurece mi fondo emocional. Ese campo fértil que hace nuestro día a día apacible, alegre, manso o insoportable, ofuscado, oscuro y cualquier otro paisaje de la gama que define las casi infinitas posibilidades entre ambos.
En el equilibrio, el centro entre razón e intuición, está la tolerancia. En la tolerancia puedo encontrar otras ideas. Son esas ideas las que me permiten establecer diferencias, encontrar mis opiniones, estimarlas. Y en la estima encontrar súbitamente la autoestima.
Es cierto que han sido días donde las dificultades fueron interrumpiendo el natural discurrir de las cosas que busco para mi vida cotidiana. Que busco y al cual contribuyo con el esmero con que un hornero fabrica su nido de barro y paja, aunque no siempre lo consiga. Aprendí que es un compromiso diario con el cual renuevo los votos frecuentemente.
La inquietud se vincula con la pérdida del equilibrio. Y el equilibrio o su ausencia con el olvido de sensaciones y valores que no debo ignorar.
Creo que debemos atender a nuestra intuición. La intuición se ha transformado en un valor que defiendo. Y digo defiendo porque la vida moderna no lo hace. La educación no nos habla de estas cosas: sigue perpetuando el reinado de la razón y los datos. Muchos de los cuales están a un clik de nosotros. Einstein afirmaba no guardar en su memoria información que podía conseguir fácilmente… Pero no se enseña a Einstein en la escuela. Tampoco sistemas donde esos datos se organizan arrojando un sentido o problemas cuya solución implica la recopilación de datos. Información significativa.
Nostalgia por la poesía
Los expertos en recursos humanos y aquellos que analizan las necesidades del futuro en el mundo del trabajo coinciden en que el liderazgo, el trabajo en equipo, la innovación, la comunicación y la capacidad de aprendizaje son aptitudes requeridas y, además, esperadas en el futuro inmediato, donde los cambios serán aún más radicales. Me pregunto cómo harán quienes se están formando para desarrollar estas aptitudes mediante una educación informativa donde uno de los mayores desafíos es memorizar lo más posible para aprobar. ¿Y luego? ¿Sentido, opinión, comunicación, liderazgo, equipo…?
Cada vez que hablo del sistema educativo siento nostalgia por la poesía. Podrá gustarte o no pero el lenguaje poético obliga a la mente a utilizar recursos de comprensión y abstracción que no convoca ningún otro texto. Tanto como las matemáticas o la música. Buenos ejercicios sin duda.
La mosca que me ronda no es una. Son varias. Pero sobre todo son alarmas que me indican que no he utilizado mi intuición, aún cuando malestares en el cuerpo me indicaban escucharla. He allí la causa de los obstáculos que alteraron el usual discurrir de las cosas que tanto disfruto. No la escuché. Pude evitarlos. Ganó la educación, la cultura del dato.
Una vez más volver al centro
Una vez más las cosas pasan por volver al centro, a mi centro. Al delicado equilibrio donde escucho a mi intuición, y le hago caso. Ese equilibrio ganado día a día a golpe de des-construir creencias culturales que taponan mi sensibilidad con datos, con opiniones de personas a quienes aprecio o no, pero que no siempre coinciden con las mías, a la invasión de información no significativa que suele agobiarme.
En el equilibrio, el centro entre razón e intuición, está la tolerancia. En la tolerancia puedo encontrar otras ideas. Son esas ideas las que me permiten establecer diferencias, encontrar mis opiniones, estimarlas. Y en la estima encontrar súbitamente la autoestima.
Desaparecen las moscas de verano en el silencio. Un bien apreciado con ambivalencia: a veces nos descoloca, otras veces nos confunde. Puede que el silencio nos asuste. Pero cuando nos acompaña, cuando es parte del empeño por profundizar en nosotros mismos, el silencio es el ingrediente que necesito para reencontrar mi equilibrio.