Todo aquel que ha tenido la desgracia de padecer un caso de alzheimer o dolencias asimiladas en el seno de su familia o entorno más cercano habrá podido constatar como ese ser querido paulatinamente va desentendiéndose de la realidad, en principio con actitudes que nos llegan a irritar y nos sitúan al borde del reproche; se olvidan las llaves, no cierran un grifo o no recuerdan nuestro nombre. A medida que la enfermedad avanza, nuestro familiar tendrá que ser asistido para poder llevar una vida más o menos normal, es entonces cuando empezamos a asumir el deterioro y comentamos a modo de justificación que está perdiendo la cabeza. Simultáneamente las relaciones sociales se van esfumando hasta que llega el momento en que el enfermo ni sabe quién es, ni quiénes son los que lo rodean y apenas nos recompensan con una mirada perdida o una sonrisa y eso en el caso afortunado de que su estado basal sea de aparente serenidad, porque otras muchas veces sólo se advierte crispación, quejas o sufrimiento.
De lo primero de lo que me percaté es de que correlativamente a la pérdida de memoria, su círculo de relaciones se iba olvidando de ella mucho más deprisa de lo que lo hacía su propio deterioro Cuando hace unos años diagnosticaron a mi madre una enfermedad neurodegenerativa ya sabía que tendría que ir asumiendo que poco a poco la iría perdiendo, que se olvidaría de todo, hasta de comer e incluso de respirar y que finalmente moriría, pero de lo que no era tan consciente era de que mucho antes de que esa muerte biológica sucediera, tendría lugar su muerte social.
Siempre tuve mis dudas sobre la universalidad de la bondad humana y el sentimiento de gratitud de mis congéneres, pero tengo que reconocer que los años de convivencia con la enfermedad mental me han demostrado que no me faltaban razones para ser así.
De lo primero de lo que me percaté es de que correlativamente a la pérdida de memoria, su círculo de relaciones se iba olvidando de ella mucho más deprisa de lo que lo hacía su propio deterioro, por lo que fue cesando cualquier tipo de apoyo, aumentó su tristeza, bajó su autoestima y el proceso degenerativo se aceleró al verse privada de una buena parte de los estímulos de que con anterioridad gozaba.
También me llamó mucho la atención las razones que aludían esas mentes olvidadizas para ignorar al que fue su amiga o familiar, "Quiero recordarla como era" "Me quiero quedar con su imagen", "Sufro viéndola así". Esa es la muestra palpable del egoísmo humano, no queremos ayudar, no queremos sufrir, sólo nos queremos quedar con lo bueno, sin ser conscientes del bien que dejamos de hacer y de que en el futuro cosecharemos lo que sembramos.
Siempre hay personas que jamás te adularon, que nunca les diste nada que a veces ni conociste y que cuando ya no puedes hacer nada por ellos te dan todo lo que necesitas Hubo quien adujo que le producía depresión ver en ese estado a esa amiga que fue tan jovial y vitalista y a la que tanto quería. Pues bien a esa persona que nos regaló tanta alegría la estaban pagando sumiéndola en una gran pena, al privarla de ese contacto físico que era uno de los pocos estímulos a los que todavía respondía. Incluso en ocasiones te encontrabas con gente a la que sabias que la había ayudado y la veías pasar por delante, sin detenerse, simulando no conocerte ni conocerla. Una vez más sólo pensamos en nosotros.
Tampoco podemos olvidar a los piadosos profesionales, aquellos que atesoran obras de misericordia en los templos, pero no son capaces de ejercerlas con sus semejantes. Creerán que esas divisas que acumulan en no sé que cuenta son convertibles, pero una cosa es visitar al enfermo y la otra es rezar y como dice el dicho a Dios rogando y con el mazo dando.
Luego estamos los hijos que nunca estaremos a la altura de lo que nuestros padres hicieron por nosotros y que por muy buena intención que pongamos nos quedamos a lo sumo a mitad de camino, sin darnos cuenta que cuando rindamos cuentas con nosotros mismos, ese será un capitulo que nos dolerá especialmente porque seremos conscientes de que con poco esfuerzo más podríamos haber hecho mucho más por ellos.
Pero no todo es negativo, siempre hay personas que jamás te adularon, que nunca les diste nada que a veces ni conociste y que cuando ya no puedes hacer nada por ellos te dan todo lo que necesitas, su tiempo, su compañía, su cariño y sin que puedas responderles ya. ¿Hay amor más puro?
Y al final cuando mueres, algunos corroídos por su culpa se acercan al tanatorio o al funeral para poner broche a su conciencia, quedarse tranquilos y purgar su pecado por haber faltado incluso al deber moral de acompañar al que sufre.
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