Javier, que es madridista furibundo y amigo, me dice que, como ya tienen ganada la liga de fútbol 2007/2008 (y de esto está seguro), para entretenerse, ahora se dedica a coleccionar frases que pronuncian los políticos. Me remite la de un importante personaje que, tras hacer una afirmación discutible, concluye: "Los que no piensan así, o están simplemente equivocados o son derrotistas". Tal cual. Me aseguré de que había leído bien las palabras del antiguo alto dignatario y recordé que la historia siempre se repite porque desde hace siglos pareciera que en España nos esforzamos en vivir de la mano de un maniqueísmo intransigente y ramplón. Nos gusta el dogmatismo. Gozamos -todos- siendo inflexibles y manteniendo nuestras opiniones como verdades inconcusas. Manuel Azaña lo dejó escrito, hace ya tres cuartos de siglo, en su Velada de Benicarló con una profunda reflexión que sigue teniendo actualidad y vigencia: "A muchos españoles no les basta con profesar y creer lo que quieren: se ofenden, se escandalizan, se sublevan si la misma libertad se otorga a quien piensa de otra manera. Para ellos, la nación consiste en los que profesan su misma ortodoxia…".
Sigue soplando la intolerancia y el jugar a buenos y malos. No conocemos otra diversión. Los buenos, claro, siempre son los de mi cuerda, o los que están conformes con lo que yo digo, sea lo que sea. Y, si no es así, me cabreo y me enfado, olvidando -como recoge el adagio latino- que "res severa verum gaudium"; es decir, en las cosas serias, en las cuestiones importantes está la auténtica alegría. Nunca en las tonterías. Cuento esto a propósito de un recorte de periódico que cae en mis manos. Un señor, de cuyo nombre no quiero acordarme, acaba de publicar un libro en el que (a fuer de original, que es lo que parece estar de moda) estudia la estrategia de una compañía y lo hace sobre las empresas de la familia Corleone, protagonista de la famosa serie cinematográfica El Padrino. Aunque parezca difícil de creer, según la información periodística que manejo, el libro pretende dar lecciones de estrategia empresarial a partir de los negocios (extorsión, juego, contrabando, asesinatos…) de la "famiglia". Incluso se contraponen las distintas formas de entender el liderazgo de Vito y Michael Corleone a partir de las diferentes estrategias que emplean, su liderazgo, la estructura de sus "empresas", la red de contactos, los recursos humanos en los que se apoyan, su cultura, los productos que "comercializan" y ¡señoras y señores! su Responsabilidad Social Corporativa…
Aunque no lo crean, esto no es una novela; les estoy relatando hechos reales. Uno comprende y apoya la utilización de los clásicos, de sus textos y de sus enseñanzas para, a su través, penetrar en la enjundiosa realidad de la empresa, una moderna institución, vinculada al siglo XX, que tiene como misión producir y vender bienes y servicios para el mercado. Lo que no me cabe en la cabeza es la comparación de la moderna empresa con las organizaciones mafiosas, basadas en el crimen organizado, el incumplimiento permanente de la ley, la extorsión, el engaño, el fraude y la mentira. ¿De qué estamos hablando? ¿Cómo podemos filosofar sobre las políticas de RSE en las organizaciones criminales? Seamos serios, por favor. No todo vale para conseguir los fines que nos propongamos, ni aun con la amplitud de miras del animus educandi.
Es verdad que desde hace algunos años hemos estado sumidos en una profunda crisis de la ética empresarial, cuando aparece el concepto de "capital impaciente", sinónimo del enriquecimiento a toda costa, y cuando en limitados ámbitos/sectores desaparecen los criterios de identidad en el gobierno de las organizaciones, pero eso es -afortunadamente- tiempo pretérito. Hoy, las empresas y sus dirigentes tienen otras responsabilidades y algún compromiso que van parejos, y aún más allá, que el mero resultado económico.
La empresa del siglo XXI es, debe ser, una institución de servicio público con un fuerte compromiso social. Cuando se comporta éticamente aumenta su valor, como escribe el profesor Vicente Salas (El siglo de la empresa, 2007): "El comportamiento ético es sinónimo de cumplir las promesas que se realizan a terceros. Cuando ese comportamiento honesto se repite, la persona adquiere una reputación y sobre esa reputación se construyen expectativas acerca de cuál será su comportamiento en situaciones similares que se presenten en el futuro… Cuando se tiene, preservar la reputación supone un fuerte incentivo para evitar la conducta deshonesta y evitar engaños".
Me temo que el libro que cobija la tesis de que caben modelos de gestión y liderazgo (incluso de RSE) en la actuación de los Corleone acabará estudiándose en alguna escuela de negocios, y bien que lo siento. Mejor sería que, antes de hacerlo, profesores y alumnos repasaran el capítulo XXII de la segunda parte de El Quijote: Camino de la famosa cueva de Montesinos, acompañado Alonso Quijano de su escudero Sancho y del primo del licenciado, que hacía de guía y era de profesión "humanista", tras oírle a ambos algunas sinrazones y muchos despropósitos, sentencia Don Quijote: "Más has dicho, Sancho, de lo que sabes; que hay algunos que se cansan en saber y averiguar cosas que, después de sabidas y averiguadas, no importan un ardite al entendimiento ni a la memoria". Amen.