El otro día vi un capítulo de And Just Like That —la secuela de Sex and the City— que me dejó dándole vueltas a algo que llevo años sintiendo.
En él, una casamentera le decía a una de las protagonistas que debía cambiar su ropa, su forma de ser, su manera de hablar, todo… si quería “agarrar” a un hombre.
Y pensé: ¿de verdad seguimos con esto?
Porque reconozcámoslo: lo hacemos. Damos nuestra mejor versión —o mejor dicho, una versión editada— en las primeras citas. No mentimos, pero tampoco contamos toda la verdad. Sonreímos más de lo normal, fingimos interés por su pasión por el pádel o por el blockchain, y contestamos mensajes con una agilidad que ni el servicio de emergencias.
Los hombres también lo hacen, claro. Se comportan como si fueran más atentos, más tranquilos, más disponibles. Hasta que, semanas después, el hechizo se disuelve y aparece la persona real. Y ahí llega la gran pregunta: ¿quién demonios era el que me gustaba, él o su avatar de cita?
A veces siento que todos jugamos a Los Sims del amor. Construimos personajes, elegimos vestuario, ajustamos la personalidad en “modo conquista”, y esperamos a que la otra persona se enamore del personaje… no de nosotros.
Hace años inventé un concepto que se llamaba Las vidas de Ela. Retrataba las distintas versiones de una mujer: la que ríe, la que se contiene, la que sueña, la que se disfraza para encajar. Yo me representé como una marioneta moviendo sus propios hilos. Y lo curioso es que, aunque he cortado muchos de esos hilos, a veces todavía siento que me manipulo sola. Que sigo editando mi autenticidad para que no asuste.
Imagino qué pasaría si todos nos quitáramos las máscaras de golpe. Un caos absoluto. Conversaciones sin filtros, silencios incómodos, primeras citas que durarían diez minutos y amores que empezarían en el minuto uno. Sería convulso, sí, pero también real. Sin postureo emocional, sin esa necesidad constante de gustar.
Quizá la próxima vez que salga con alguien lo pruebe: irme sin maquillar ( no esa no y sin un conjunto top tampoco) pero sí hablar demasiado pronto de lo que me importa, reírme si algo me aburre y, sobre todo, no fingir que soy una versión mejorada de mí. Porque la verdadera seducción está justo ahí: en la imperfección sincera.
Y si asusta, que asuste. Peor es seguir viviendo detrás de una máscara que ya ni recuerdas cuándo te pusiste.
— La autenticidad asusta, pero nada da más miedo que fingir toda la vida.
El proyecto El amor en los tiempos del Match vive también fuera del papel:
- en Instagram, donde su comunidad crece cada día @srta.match,
- en su podcast en Spotify El amor en los tiempos del Match,
- y próximamente en su novela homónima, que completa este universo sobre los vínculos, la ironía y la búsqueda de autenticidad en tiempos de pantallas.


