Cómo piensan las personas con alta inteligencia emocional: 7 preguntas clave

En el trabajo, en la vida y en las relaciones, la inteligencia emocional marca la diferencia entre reaccionar y responder, entre tomar decisiones impulsivas o actuar con conciencia. Bill Murphy Jr., fundador de Understandably y colaborador de Inc., propone una mirada práctica sobre cómo piensan —y se cuestionan— las personas emocionalmente inteligentes. Su punto de partida es sencillo: antes de dar un consejo o actuar, hacen preguntas.

No se trata de dudar de uno mismo, sino de usar la curiosidad como herramienta. Las preguntas son una forma de investigar, comprender mejor el contexto y guiar las emociones hacia un propósito. A continuación, las siete preguntas que, según Murphy, ayudan a cultivar una inteligencia emocional más consciente y efectiva.

1. ¿Por qué?

La pregunta más simple y más poderosa. Quienes poseen una alta inteligencia emocional se la repiten constantemente:
¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Por qué quiero esto? ¿Por qué digo o pienso esto?

Preguntarse “por qué” permite revisar la coherencia entre la emoción que se experimenta y el objetivo que se persigue. Es una forma de poner pausa antes de reaccionar y de asegurarse de que las emociones impulsan —y no sabotean— los resultados deseados.

2. ¿Qué es lo peor que podría pasar?

El miedo, base de muchas indecisiones, suele estar más vinculado a la anticipación emocional que al hecho en sí. Pensar en el peor escenario posible no es pesimismo, sino una manera de poner los temores en perspectiva.

Las personas emocionalmente inteligentes descubren que, al imaginar el peor desenlace, este rara vez resulta tan grave como parecía. En esa distancia se gana claridad y capacidad de decisión.

3. ¿Cómo lo ven los demás?

Mirarse desde afuera es un ejercicio difícil, pero necesario. La inteligencia emocional implica entender cómo se interpretan nuestras palabras y acciones. Un ejemplo sencillo: convocar a una reunión “importante” sin aclarar el motivo puede generar miedo en el equipo en lugar de entusiasmo.

Preguntarse cómo percibirán los demás un mensaje ayuda a evitar malentendidos y refuerza la empatía, una de las competencias básicas del liderazgo.

4. ¿Tengo que decir todo esto?

A veces la prudencia comunica más que el exceso de palabras. La edición emocional consiste en saber cuándo hablar, cuánto decir y cuándo callar.

Murphy recuerda la frase de Warren Buffett: “Siempre puedes mandar a alguien al diablo mañana”. La idea no es reprimir, sino dar espacio a la reflexión. En comunicación —como en liderazgo—, menos puede ser más.

5. ¿Cuál es la mejor explicación plausible para esta información negativa?

Ante la falta de información completa, el sesgo negativo suele dominar. Las personas emocionalmente inteligentes se entrenan para imaginar la versión más positiva posible de una situación, sin negar los hechos.

Si un empleado llega tarde con frecuencia, puede haber causas personales, familiares o logísticas detrás. Mantener la mente abierta no elimina la responsabilidad, pero sí mejora el modo de abordarla. El beneficio es doble: se gestiona el conflicto sin perder humanidad.

6. ¿Cuál es mi objetivo?

Saber por qué se hace algo no siempre implica tener claro el objetivo final. Esta pregunta obliga a definir el propósito concreto antes de actuar.

Las personas con inteligencia emocional revisan sus metas y alinean sus emociones con ellas. De ese modo, las emociones dejan de ser impulsos desordenados para convertirse en una brújula que orienta las decisiones.

7. ¿Cómo puedo ayudar a otras personas a obtener lo que necesitan?

El último interrogante es quizá el más estratégico. La inteligencia emocional no se limita al autoconocimiento: también se refleja en cómo contribuimos al bienestar o éxito de otros.

En una negociación, por ejemplo, reconocer lo que la otra parte necesita —incluso a nivel emocional— puede abrir caminos de acuerdo más sólidos y sostenibles. Ayudar a otros no solo es un gesto altruista: también puede ser una vía eficaz para alcanzar objetivos propios.

Inteligencia emocional: una práctica, no un talento

Murphy concluye con una idea simple: la inteligencia emocional no es innata, se entrena. Memorizar algunas preguntas y repetirlas con frecuencia puede transformar la forma de afrontar los desafíos.

Como en el aprendizaje de cualquier disciplina, primero se dominan las reglas y luego se aplican de forma natural. En este caso, la práctica consiste en detenerse, pensar y preguntar antes de actuar. Una estrategia sencilla para liderar y vivir con más conciencia y equilibrio.

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