Tras dedicar varios años a orientar a mujeres de perfiles socioculturales bien distintos, lo que más me preocupó fue la falta de una «cultura jurídica elemental».
Ha pasado ya bastante desde que defendí mi último caso. La verdad es que me sorprendí a mi misma en esa tarea, pues no entraba en mis planes, estudiando derecho y especializándome en temas de familia, tras varios años de ejercicio periodístico. La decisión de hacerlo tuvo que ver más con mi toma de conciencia en cuanto al hecho de ser mujer y sujeto de derecho, que con una clara vocación por lo jurídico. Me explicaré.
Sabemos que hacerse como persona no es fácil. Estamos sujetos a la tarea individual de aprendizaje constante a lo largo de toda nuestra vida, nos guste o no. Y quien no aprende de sus errores cae y vuelve a caer en ellos cuantas veces sea preciso, llegando a la vejez con los deberes sin hacer. Lo peor de lo peor. Así que aquí cada uno, hombres o mujeres, nos llevamos lo nuestro. Sí o sí.
Pero, con todos mis respetos hacia los hombres, tengo que afirmar que ser mujer es bastante más difícil. Las razones están claras. Que la maternidad lo condiciona casi todo, es cierto. Que la inversión de energía en la crianza de los hijos es mayor en las mujeres que en los hombres, pues también. Que ambas circunstancias la hacen especialmente vulnerable y dependiente en determinados momentos de su vida, lo mismo. Pero si a todo lo anterior le añadimos falta de conocimientos, escasos recursos y pertenecer a una sociedad cuya cultura esté asentada en la desigualdad entre hombres y mujeres, la situación se agrava considerablemente.
España pertenece a ese modelo social. Hemos avanzado y mucho en los últimos años, pero todavía queda un largo camino por andar hasta terminar, entre otras cosas, con esta lacra que llena los informativos de mujeres asesinadas a manos de sus maridos-compañeros sentimentales-novios y otras formas al uso. La violencia de género no es más que la punta del iceberg, el final que más se ve, de un problema con hondas raíces que se alimentan de la personalidad de cada uno.
Tras dedicar varios años de mi vida a orientar jurídicamente a mujeres de perfiles socioculturales bien distintos, todas con problemas de pareja, una de las cosas que más me preocupó era lo que yo llamaba la falta de una «cultura jurídica elemental».
Casi la totalidad de las personas que acudían a mi consulta no eran conscientes de que el matrimonio es un negocio jurídico con consecuencias de gran trascendencia sobre la responsabilidad económica de la pareja; o de que actuar en términos de vinculación económica a partir de una relación sentimental puede llegar a tener consecuencias fatales si las cosas de pareja no van bien.
Soy del parecer que, al menos de forma superficial, al tiempo que se instruye a los niños en primaria sobre los cambios hormonales, la sexualidad y la reproducción, nuestro sistema educativo debería incorporar en la secundaria, información de corte jurídico (el término «jurídico» impone mucho, pero no es para tanto) en cuanto a temas elementales pero críticos para la vida del día a día. Y el derecho de familia es uno de ellos.
Debo confesar que me «colé» así, como el que no quiere la cosa, en aquellos talleres de corte psicológico que se impartían para las mujeres del municipio. Conseguí, a base de mucho insistir, cinco minutos de intervención al final. Mi plan de exposición, pasaba por captar no sólo la atención de la audiencia en los quince primeros segundos, sino en conseguir que, en el último minuto, todas estuvieran dispuestas a completar un formulario en el que solicitasen un seminario sobre «Cultura Jurídica General Básica». Sólo contaba con la reactividad de un grupo de mujeres que consideraban que no estaban allí para escuchar las monsergas de la abogada, entre otras cosas porque a ellas «su historia les iba bien» y no necesitaban saber sobre «eso de los malos tratos, ni el divorcio». ¿Tu marido es autónomo? ¿A nombre de quien tenéis el piso? ¿Estás avalando a tu hija? ¿Dónde te has casado? ¿Sabes que todo lo que debe él lo debes tu? ¿Sabes que eso no tiene por qué ser así? ¿Has firmado alguna vez un cheque? ¿Tienes un negocio?
El objetivo se había conseguido. Pedían turnos para intervenir y hacer preguntas y la necesidad de saber más podía con ellas. Todas, absolutamente todas, tenían alguna lúgubre historia que contar relacionada con la historia económica de su relación. Por supuesto, conseguí mi espacio e impartí mis seminarios. Una experiencia fantástica.
Tenemos que formar generaciones de mujeres y hombres que construyan sus relaciones de pareja sobre una base de conocimiento sólida y un código de valores asentado, entre otros, en el respeto al otro y la no violencia. Conocimiento personal, interpersonal, y práctico.
Que lo jurídico se muestra al ciudadano de a pié poco interesante, ni se discute. La gente no tiene ese gusanillo que sí aparece, cuando las cosas suceden. ¿Por ejemplo? Cuando te compras un coche con tu novio y lo pones a su nombre con el fin de pagarlo entre los dos y lo avalan tus padres., Y cuando se rompe la relación, el coche se lo queda aquél que lo tiene a su nombre (tu novio), debiendo pagar (si no lo hace él) el avalista, o sea tus padres cuando ya no eres tú justamente quien lo conduce. Entonces te planteas: «¡si lo hubiera sabido antes!» Mis hijas me preguntan: «mamá ¿y los bancos qué hacen?, ¿para qué sirve una cuenta corriente?, etc.
Las aulas trabajan ya sobre el concepto de igualdad entre hombres y mujeres, también informan sobre sexualidad, ¿qué tal una pizca de información para tener una relación de pareja «jurídicamente sana»?
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