Hace poco tuve una experiencia transformadora en Bali, junto a nueve mujeres maravillosas. Fueron días llenos de conversaciones profundas, risas y reflexiones, que me recordaron algo esencial: la importancia de escuchar cómo somos a través de los ojos de otras personas.
Cuando así lo hacemos, descubrimos aspectos de nosotras mismas que a menudo pasamos por alto o que -el siempre invitado, pero nunca bienvenido- síndrome de la impostora se encarga de ocultar.
Durante este viaje, esas mujeres me definieron con palabras que resonaron profundamente en mi interior: victoria, poder y serenidad. Serenidad, sí, esa cualidad que a veces olvido que poseo, pero que emerge cuando más la necesito.
Me hizo pensar en cómo me dedico a ayudar a otras personas a descubrir su serenidad y a ver su potencial, para que superen sus propias inseguridades. Sin embargo, me di cuenta de que yo también necesito esa ayuda de vez en cuando.
«Me definieron con palabras que resonaron profundamente en mi interior: victoria, poder y serenidad»
El factor X
Además de estas revelaciones internas, Bali también me desafió físicamente y me demostró mi propia fuerza y tenacidad para superar miedos. Me encontré pedaleando en bicicleta por calles caóticas, esquivando transeúntes, motos y coches, con el corazón latiendo a mil por hora. Y, como si eso no fuera suficiente, también me lancé al océano Índico sin flotador, solo con aletas y un tubo, para nadar con mantarrayas y tortugas.
Nunca mejor dicho: me lancé a lo desconocido, enfrentando mis miedos sin más protección que mi determinación. Estas experiencias me recordaron que, aunque las dudas me asalten, tengo la capacidad de enfrentar y superar mis temores, incluso cuando parecen gigantescos.
A menudo me ataca el síndrome de la impostora con preguntas como: ¿Es mi inglés lo suficientemente bueno? ¿Tengo el conocimiento técnico necesario? Y entonces vuelvo a estudiar y estudiar. Me encanta aprender, pero a veces olvido lo más importante: esa secret sauce o, como me gusta llamarlo, factor X.
Esa mezcla única de empatía, cercanía, humanidad y vulnerabilidad que no se aprende en los libros, pero que es lo que realmente nos hace especiales. Ese factor X es lo que, cuando lo abrazamos, nos permite conectar profundamente con los demás y liderar desde un lugar de autenticidad.
«Me lancé a lo desconocido, enfrentando mis miedos sin más protección que mi determinación»
Redescubrirse a través de otros ojos
Recientemente, hablé con mi hija sobre no darle poder a las malas palabras de los demás, aquellas que a veces nos lastiman. Le expliqué que esas palabras vienen desde la necesidad de alguien más, quizás una necesidad de amor, de atención o de validación.
Fue un recordatorio para ambas de que, si bien la empatía es fundamental para entender a los demás, también debemos valorarnos a nosotras mismas como seres humanos únicos. Nuestros errores no nos definen; en cambio, cuando los reconocemos, nos brindan la oportunidad de desarrollar nuevas y mejores virtudes.
Aquí es donde las redes de apoyo juegan un papel crucial. Saber que no estamos solas y que está bien levantar la mano cuando no podemos con todo es un acto de valentía, no de debilidad. Aunque a veces parezca que tenemos que ser súper humanos, al final del día, somos simplemente personas que sienten y padecen. Y eso está bien.
Nuestras redes de apoyo, esas personas que ven nuestro valor cuando nos cuesta verlo a nosotras mismas, son las que nos ayudan a seguir adelante, a recordar nuestro factor X, y a celebrar tanto nuestras victorias como nuestros momentos de vulnerabilidad.
«Saber que no estamos solas y que está bien levantar la mano cuando no podemos con todo es un acto de valentía»
Bali me enseñó muchas cosas, pero lo más importante fue redescubrirme a través de los ojos de las personas que me rodean. Y esa experiencia me reafirmó que, aunque las dudas puedan atacarme, no estoy sola.
Puedo apoyarme en las redes que he construido y seguir adelante con la certeza de que, incluso en mis momentos más inseguros, mi valor sigue siendo inmenso.
