Mujeres tiranas

"…hagan lo que hagan, encubren siempre sus verdaderas intenciones. Son camaleónicas, por lo que adoptan las formas que les sean propicias a sus objetivos en todo momento. Ejercen, en su papel de madres y esposas, el poder de la manipulación sin tregua".


La tiranía, se mire por donde se mire, siempre es deleznable. Se ejerza hacia uno mismo o hacia los demás. La que te infringes a ti mismo, te esclaviza. La que ejerces hacia los demás puede acabar convirtiéndose en maltrato sí o sí. Que uno se maltrate ya es malo. Pero ser un tirano con los demás no tiene perdón.

Por centrar el tiro. Según nuestro diccionario la tiranía posee dos acepciones. "Abuso o imposición en grado extraordinario de cualquier poder, fuerza o superioridad" y "Dominio excesivo que un afecto o pasión ejerce sobre la voluntad". Hay alguna más, pero la omito porque no viene al caso.

La reflexión que me ocupa en este primer artículo del año viene a mí a raíz de unos hechos que me indignan por repetitivos y que llevo francamente mal. Me refiero a las mujeres que en el seno de la unidad familiar abusan de su superioridad, manipulando a los varones (sobre todo) a su antojo.

Génesis de la tirana

Esta especie, que he dado en llamar la de la "Mujer tirana", tiene claro qué es lo que le interesa (lo que le importa ya es otro tema) y lleva dentro de sí insatisfacciones y miedos sin resolver.

Crece en cualquier sitio y se reproduce a la llamada de su "edad fértil de apareamiento" (¡qué peligro para algunos hombres!, sugiero la lectura de mi artículo dedicado a este punto titulado "Aparearse no es formar familia). Momento en el que adopta una forma emocionalmente propicia para conseguir atraer al macho con el que, cumplido el acto reproductor y dado este sus frutos, ya no tiene nada más que tratar.

La cosa se complica cuando el hombre, papá feliz (para el caso de que lo sea), se enfrenta a la cruda realidad y descubre que ha tenido un hijo pero, ¡ay caramba!, no ha formado una familia ni tiene un hogar. Y donde creía que había amor, no hay nada salvo una hipoteca, deudas y una casa y un conflicto.

Construir una vida feliz con este material requiere un arte que no todo el mundo tiene. Por falta de formación o por falta de disposición. La formación, mal que bien, la podemos suplir acudiendo a mediación familiar que hoy día hay mucho de esto. Recursos, esta sociedad, ya ha generado bastantes para reeducar a los adultos en la línea de conseguir que su vida sea mejor. El misterio no está ahí. La clave del asunto, a mi parecer, la encontramos en la disposición. Sin buena disposición por ambas partes, sufrirán los dos y el menor será víctima de los despropósitos de ambos. No seguiré por estos andurriales del conflicto familiar porque no quiero desviar la atención de lo que es el objeto de este artículo.

Ejemplos de mujeres tiranas se me ocurren algunos. Mi experiencia y observación me ha llevado a la conclusión de que, hagan lo que hagan, encubren siempre sus verdaderas intenciones. Son camaleónicas, por lo que adoptan las formas que les sean propicias a sus objetivos en todo momento. Ejercen, en su papel de madres y esposas, el poder de la manipulación sin tregua.

De los miembros de la unidad familiar nadie suele salvarse de cumplir lo establecido por ella en su imaginaria carta de navegación. Con los hombres la clave del éxito es de diversa índole. Las hay que recurren a la lágrima fácil, otras prefieren ser melosas pero inquisitivas, y así podríamos citar unos cuantos comportamientos más. Con las que no puedo, dicho sea de paso, es con las que ataviadas con el traje de la "enfermedad" (sea real o imaginaria) hacen claudicar a sus hombres al momento. Ellas pasan a crear rutinas de vida muy agresivas por mentalmente coercitivas, y así les convierten en verdaderos esclavos.

¿Cómo reaccionan maridos e hijos?

Los maridos huyen porque las relaciones no funcionan. Sobre los que son capaces de romper su relación y emprender una nueva vida no hay más que hablar. Los que me sorprenden son los que se quedan junto a la mujer de por vida y aprenden a vivir con ella. Algunos aplican aquello de si no puedes con tu enemigo únete a él. Otros, sencillamente, pasan. Ni las escuchan y hacen lo que les da la gana. Hablan poco, se crean un mundo interior con el que se entienden bien, y dicen a todo sí o sencillamente no hacen caso y van a la suya. Se convierten en una especie de "entes domésticos" que entran y salen del hogar bajo el amparo del ejercicio de la figura del "padre".

Los hijos ya son harina de otro costal. Las hijas, como mujeres que son, tienen con su madre una relación dominada por una especie de entendimiento inconsciente que une a las hembras de cualquier especie animal. O dicho de otro modo. Las hijas entienden de qué va su madre y ponen coto (cada una a su manera) al intento de que quiera esta hacer para dirigir su vida. No hay chantaje posible. Al menos en términos generales.

Los chicos lo tienen peor

Desde mi punto de vista el vínculo emocional entre la madre y su hijo varón (sobre todo si es el único hijo varón) es diferente al que tiene con su hija. Si la "Mujer Tirana" es hábil, tendrá un dócil vasallo para el resto de su vida. Pero es capital que no se deje ver. El niño tiene que creer que su madre es perfecta, porque necesita que eso sea así. El afecto que el pequeño siente hacia su madre, unido al afán de dominio de ésta da lugar a una fórmula compleja de pobres resultados en lo que tiene que ver con la madurez emocional del menor. Y es que el niño emprende el camino de su vida con una pesada carga: la de tener contenta a su señora madre.

Llegado a la edad adulta sólo tendrá dos alternativas para conseguir una realización plena. Irse o quedarse. Claro que, bien pensado, también puede jugar a tener una doble vida. Suele ser lo habitual en estos casos. Depende del disfraz que adopte la "tirana" de turno y de lo frágil y vulnerable que sea el hijo que la sufre.

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