Cuando nos damos una vuelta por las librerías, supermercados y centros comerciales nos asaltan los ejemplares de María Dueñas, Julia Navarro, Matilde Asensi, Almudena Grandes, Elena Poniatowska —con su reciente premio por Leonora—; pero también, rebuscando entre los títulos dedicados al vampirismo y los crímenes nórdicos, las últimas publicaciones de Elvira Lindo, Espido Freire, Carmen Amoraga —finalista del premio Planeta que ganó Eduardo Mendoza— y, recientemente, Alicia Giménez Bartlett —ganadora del Nadal 2011.
Podemos sentirnos satisfechas por la contundencia con la que aparecen ante nosotros estas maestras del lenguaje poniendo voz a nuestros problemas y sentimientos —incluso a través del tiempo, puesto que, en general, la acción de estas novelas sitúa a sus protagonistas femeninas en alguna de las guerras pasadas: la civil española, la posguerra o la segunda mundial.
Se citan, aproximadamente, ciento cincuenta títulos, dieciocho de los cuales pertenecen a mujeres, es decir, algo más de un doce por ciento. Pero la percepción es distinta si consultamos revistas que informan sobre lo que hay en las librerías. En una de estas dedicada a leer se citan, aproximadamente, ciento cincuenta títulos, dieciocho de los cuales pertenecen a mujeres, es decir, algo más de un doce por ciento. El anuario de dicha revista dedicado a 2010 logra llegar al cincuenta por ciento, que pierde cuando establece una lista de veintidós jóvenes escritores en la que solo hay cinco mujeres (el veintitrés por ciento).
Aparición anecdótica en los puestos de referencia de la Cultura.
En el ámbito institucional, donde se encontrarían artistas lejos de las campañas de publicidad y los éxitos de ventas, la situación es desoladora. En dos páginas del Ministerio de Educación español sobre narrativa y teatro, encontramos un porcentaje de presencia de mujeres que va del quince por ciento del primer género al veinticinco del segundo. En cuanto a los premios que otorgan estos poderes oficiales, las escritoras apenas aparecen. La última Premio Nobel fue Elfriede Jelinek, en 2004, desde que en 1996 lo obtuviera Wilsawa Szymborska.
En cuanto a los Premios Nacionales de Narrativa, Poesía y Literatura Dramática de España, nos encontramos de una a tres mujeres en los últimos veinte años. La interesante dramaturga Lluïsa Cunillé ha sido la única en obtener este premio dentro de su categoría. Conocemos el Premio Cervantes 2010 a Ana María Matute, pero desde 1992 no lo ganaba una mujer –Dulce María Loynaz-.
Pienso en Chile por su reciente Premio Nacional de Literatura, Isabel Allende, la segunda mujer en treinta años, junto con Marcela Paz. En cuanto a la presencia en las instituciones, es conocimiento compartido la desproporción en la Real Academia Española: tres de cuarenta, un vergonzoso siete por ciento frente al diecinueve de la Academia Mexicana de la Lengua, con seis mujeres de treinta y un miembros.
Sin una capacidad crítica entrenada, aquello que es importante se nos vuelve invisible a los ojos. Por otro lado, las revistas especializadas sobre Literatura nos muestran, cada vez más, otras escritoras que se han convertido en referencia obligada en el ámbito de la literatura escrita por mujeres, entre ellas, la genial Ana María Shua. Por tanto, considero que sería necesario un rescate de más autoras para los puestos de referencia en la Cultura.
Es evidente que a las que no tienen un estante en el pasillo central de una librería o un centro comercial no se les puede calificar de invisibles; de hecho, algunas como la académica mexicana Margo Glantz, se desvinculan deliberadamente de «esa narrativa de más fácil lectura y en apariencia más cercana a una problemática propiamente femenina con la que han logrado hacerse un espacio en el mundo literario otras escritoras hispanoamericanas — y españolas, francesas, escandinavas, añado—de éxito».
Esto no significa un rechazo al triunfo; pienso, por ejemplo, en María Ángeles Pérez López y Laila Ripoll, poeta y dramaturga, respectivamente, harto reconocidas con publicaciones, premios, estrenos o recitales, nacionales e internacionales. Sin embargo, tenemos que saber verlas y reconocerlas, para lo que es necesario leer, aprender, educar y educarse. Sin una capacidad crítica entrenada, aquello que es importante se nos vuelve invisible a los ojos. Como decía mi profesor de Fonética, tenemos que calarnos las gafas adecuadas para poder ver.
*Pilar Jódar es filóloga, investigadora en Teatro español actual y docente de Literatura española e hispanoamericana.
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