Familias sanas, sociedades sanas

Todas las sociedades en todos los tiempos han tenido historias negras y prácticamente todos los casos las mujeres y los hijos son el sujeto pasivo, quien sufre la agresión y los hombres el sujeto activo, quien la ejecuta.

Me provoca verdadero pavor el caso del austríaco secuestrador y violador de su hija o el de aquella familia de Valladolid -padre con dos hijas sin salir en veinte años de su casa y madre enterrada en el sótano del domicilio familiar- que cuando fueron “interceptados” por la autoridad, acabaron en un psiquiátrico.

Esta lamentable realidad sigue en vigor, como podemos comprobar casi a diario y no puedo dejar de preguntarme ¿por qué?

La familia es el origen de la formación de la persona y sobre ese pilar es donde se construye al futuro adulto.Sin pretender hacer un análisis exhaustivo de las circunstancias que desencadenan estos hechos, sí me interrogo sobre las razones que hacen que sea -casi siempre- el sexo masculino quien “procede”, por llamarlo de algún modo.

Empiezo observando que las familias suelen organizarse según la idiosincrasia de las sociedades a las que pertenecen. Así pues, si la organización social da prevalencia a lo masculino, dicha disposición se reproduce en el entorno de la unidad familiar pasando a ser el hombre quien tiene más cota de poder frente a la mujer, o al revés, en el supuesto contrario.

¿Sucede esto en nuestro país? ¿Quién tiene más poder dentro de la unidad familiar: hombre o mujer? ¿A qué llamamos poder? ¿Acaso puede hablarse de que existan relaciones de poder dentro de la pareja? ¿Qué es el poder en pareja? ¿Qué le da poder a un cónyuge frente al otro?

Lo cierto es que, se mire por donde se mire, los informativos no hablan de que una señora ha torturado a su marido y a sus hijos, pero sí al revés.

El mundo en el que vivimos cuando somos niños es aquél que nuestros mayores han creado para nosotros.¿Qué hacen algunas mujeres?
Sabemos que la violencia se ejerce de muchas maneras. Hay violencia física y violencia emocional; que puestos a pegar, lo hace más y mejor quien más fuerza tiene y hábil sea; y que en esto los hombres tienen ventaja. Cuando somos atacados, cada uno reacciona de manera diferente: unos pegando, otros discutiendo, y otros no se defienden: huyen.

Se huye por miedo. Ese maldito miedo que todo lo puede y lo atrapa. Y para huir del hogar, el plus del miedo es la soledad y el no saber. Eso para el caso de que no haya niños. Si los hay, el miedo es doble, porque se teme por ellos y huir no es fácil. Porque el primer muro a saltar es el de la propia impotencia y el de la confusión.Hay situaciones en las que la violencia se muestra de una forma muy sutil y perversa y otras en las que el miedo y la dependencia económica llevan a muchas mujeres a convertirse con el paso del tiempo en cómplices de sus parejas.

La familia es el origen de la formación de la persona y sobre ese pilar es donde se construye al futuro adulto. Lo que brota de ahí trasciende a la sociedad y, aquel que aprendió a matar en familia, matará fuera de ella.

Hasta el punto de cargar a sus hijos con la pesada herencia de su propio drama personal: asumen el rol de sufridoras y necesitan creerse las mentiras que su pareja les cuenta porque de otra forma no podrían vivir. Sólo esto puede explicar que mantengan el tipo a pesar de las circunstancias.

¿Y la responsabilidad social?
Que sea en el entorno de la unidad familiar donde se produzcan semejantes barbaridades, añade un plus de gravedad a la maldad que se ejecuta. Y es que la unidad familiar se organiza con diferentes fines -¡por supuesto!- pero todos orientados a procurar el bienestar de sus miembros y a crear un ambiente óptimo para la formación de los hijos fruto de esa unión.

Si uno de sus miembros -padre, madre, hijo, tío, abuelo o cualquier otro imaginable- la utiliza para organizar, gestar y perpetuar sus crímenes, sean del tipo que sean, el perjuicio va mucho más allá de aquellos que los sufren con miedo y en silencio.

La familia es el origen de la formación de la persona y sobre ese pilar es donde se construye al futuro adulto. Lo que brota de ahí trasciende a la sociedad y, aquel que aprendió a matar en familia, matará fuera de ella.

¿Existe responsabilidad social? Pues sí.
El mundo en el que vivimos cuando somos niños es aquél que nuestros mayores han creado para nosotros. En los diez primeros años de vida se imprimen en nuestra conciencia mil datos que no nos cuestionamos y que, conforme vayamos madurando o los aceptaremos expresamente como propios, o si ha habido rechazo, los almacenaremos en algún lugar perdido de la memoria. En cualquier caso, siempre estarán ahí y su puesta en marcha o no dependerá de un mar de circunstancias que no voy a analizar aquí.

Debemos prepararnos para construir personas que sepan gestionar sus emociones básicas.Vivimos en una sociedad marcada por lo tecnológico. Hoy, grandes y pequeños nos enfrentamos a oleadas de información que, nos guste o no, deja en los niños el poso de otras realidades que no son las de su hogar. Eso no debería de ser malo. Y sin embargo muchas veces lo es.

Decir que el aprendizaje en la infancia está marcado, en la mayoría de los casos, por el indiscriminado acceso de los pequeños a todos los medios de comunicación, no creo que escandalice a nadie. Que los niños pasen horas ante la televisión, pongan lo que pongan no sería grave siempre y cuando los mensajes recibidos fuesen positivos y útiles pero, desgraciadamente, no suele ser así. Nos encontramos con pequeños que tienen a temprana edad comportamientos muy violentos, con intolerancia al fracaso y sin ninguna capacidad para oponerse del que tienen enfrente.

El impacto de los medios de comunicación sobre el tejido social tiene una envergadura capital y por eso deberíamos utilizarlos para que en todos los estratos sociales calen el aprendizaje social y emocional.

Debemos prepararnos para construir personas que sepan gestionar sus emociones básicas. Si somos capaces de dar este primer paso, algún día nos encontraremos con adultos que para solucionar sus diferencias en pareja, o donde toque, encuentren formas alternativas a la violencia.

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