En el artículo anterior reconocíamos las aportaciones del feminismo no sólo al establecimiento de los mínimos exigibles para la mujer en una agenda política, sino especialmente a la toma de conciencia sobre un orden social aplastante y explotador hasta entonces borroso y hasta designado como “el problema que no tiene nombre”.
Esta entrega pretende dar sólo unas pinceladas sobre la situación de las mujeres en cifras y el coste económico de la desigualdad que, para algunos, puede resultar algo más convincente que cualquier argumento ético o moral.
El acceso a profesiones cualificadas se ha abierto a las mujeres, pero también ha ocurrido la feminización masiva de aquellas ocupaciones femeninas poco valoradas socialmente.
2.- Nuestro lugar en el mundo
El reparto de tareas, las oportunidades, retribuciones, la propia división sexual del trabajo y hasta el uso del tiempo exhiben diferencias que excluyen, pero sobre todo alertan sobre cuál es el lugar que tenemos en la sociedad siendo unos u otras.
Es un hecho indiscutible que hombres y mujeres no participamos en el ámbito laboral del mismo modo. El reparto de tareas, las oportunidades, retribuciones, la propia división sexual del trabajo y hasta el uso del tiempo exhiben diferencias que excluyen, pero sobre todo alertan sobre cuál es el lugar que tenemos en la sociedad siendo unos u otras. Margaret Maruani, socióloga francesa, entiende que la situación del entorno laboral no sólo refiere la posición profesional de las mujeres sino que se trata de un tejido cuyos componentes son, sí económicos, pero también culturales e ideológicos:
Cada sociedad, cada época, cada cultura produce sus formas de trabajo femenino y genera sus imágenes y representaciones. La actividad femenina es, al mismo tiempo, una realidad económica y una construcción social. .
Las mujeres sufren mayores tasas de desempleo; suponiendo que consiguen trabajar se enfrentan a un escuálido abanico de profesiones en áreas que extienden funciones tradicionalmente femeninas; sus salarios mayoritariamente serán inferiores a sus homólogos varones y, obviamente, el acceso a puestos de mayor responsabilidad o ascensos en general se ven condicionados por consideraciones limitantes y machistas. El acceso a profesiones cualificadas se ha abierto a las mujeres, pero también ha ocurrido la feminización masiva de aquellas ocupaciones femeninas poco valoradas socialmente.
Sus apreciaciones están ampliamente sustentadas por diversas fuentes, por ejemplo el reporte El G20 y la igualdad de género publicado por Oxfam en julio de 2014, cuyo análisis confirma que “tanto en los países que pertenecen al G20 como en los que no, las mujeres cobran menos que los hombres, realizan la mayor parte del trabajo no remunerado, tienen mayor presencia en los empleos a tiempo parcial y son objeto de discriminación en el seno del hogar, en los mercados y en las instituciones”. Se reconoce el peso de un sistema económico discriminatorio que merma la capacidad de realización de los derechos y dignidad de los seres humanos en general y que ha sido especialmente injusto para las mujeres empobreciéndolas e impidiendo el desarrollo de su potencial; prueba de ello es que constituyen la mayoría de ciudadanos más pobres en el mundo y también lo son entre los colectivos excluidos para la toma de decisiones económicas.
El Índice Europeo de Igualdad de Género se presentó formalmente en Bruselas en junio de 2013. Pese a que los datos tomados para la formulación del índice no son recientes (sólo consideran información comparable del año 2010 de los entonces 27 miembros de la Unión Europea), sus resultados arrojaban una fotografía poco halagüeña: el conjunto de esta poderosa organización económica y política obtenía de media un 54 -sobre 100 que es el máximo deseable-, es decir, apenas llegaban a un nivel medio en sus esfuerzos por la igualdad de género.
Desde el Fondo Monetario Internacional se reconoce que la contribución femenina a la economía, el crecimiento y bienestar no despliega su potencial, lo cual tiene “serias consecuencias macroeconómicas”. Mientras en salud se han acercado a la mayor igualdad (nota 90), las dos grandes debilidades son, primero, el factor tiempo (nota 38.8), un asunto inquietante por la marcada dedicación femenina al cuidado como parte del trabajo no remunerado: 41.1 % de las europeas están involucradas en cuidado/educación frente al 24.9 % de hombres. Segundo, poder en toma de decisiones (nota de 38), resultado de la infrarrepresentación femenina en ministerios, parlamentos, Consejos de Administración de grandes empresas y otros órganos de toma de decisiones.
Otro termómetro imprescindible es el Informe Global sobre Brecha de Género que realiza el Foro Económico Mundial donde se estudia el equilibrio entre los sexos en salud, empoderamiento político, nivel educativo y participación económica de un total de 142 países, es decir alrededor del 73 % de la población mundial. Su particularidad es que con independencia del desarrollo económico que presente la nación participante, o el estado actual en que se encuentren sus recursos y oportunidades, se mide la brecha de género, es decir el nivel de acceso que hay a tales recursos y oportunidades tanto para hombres como para mujeres.
Es de especial relevancia el área de participación económica y oportunidad ya que se determina los ratios hombre/mujer de participación femenina en la fuerza laboral; equidad salarial por trabajos similares; ingresos femeninos estimados; legisladoras, altas funcionarias y directivas, así como trabajadoras técnicas y profesionales. De acuerdo a los autores, sólo 14 países han alcanzado niveles superiores al 80 % en términos de cierre de brecha, pero ninguno ha logrado cerrarla completamente. Este resquicio entre sexos se ha contraído a escala mundial en torno al lastimoso 4 %: sin duda la segunda brecha entre géneros más dilatada con avances lerdos según muestra la evolución de todos los subíndices en ocho años (2006-2014).
Desde el Fondo Monetario Internacional se reconoce que la contribución femenina a la economía, el crecimiento y bienestar no despliega su potencial, lo cual tiene “serias consecuencias macroeconómicas”. En ciertas regiones, por ejemplo, las disparidades de género condicionan pérdidas en el PIB per cápita, a veces de hasta el 27 %.
Sin dejar de defender el fundamento ético de la igualdad, es evidente que desbrozar el camino de las mujeres para su plena integración en la fuerza laboral trae aparejado beneficios cuantificables: para las economías que envejecen a un ritmo acelerado, la participación de las mujeres en el mercado de trabajo podría estimular el crecimiento paliando las consecuencias de la reducción de mano de obra y, esto a su vez, elevaría el nivel de cualificación de esta que responde al mayor nivel formativo de las mujeres. Por su parte, las economías en desarrollo eventualmente garantizarían un desarrollo económico más amplio de permitir que sus mujeres obtuviesen ingresos y los controlaran; esto debido a que es más probable que sean ellas quienes inviertan los ingresos familiares en educación para los hijos, activando así un proceso virtuoso desde la infancia. En un reporte conjunto de 2007, el Banco Mundial y FMI advertían que la igualdad de género “tiene sentido desde el punto de vista económico y contribuye a alcanzar otros objetivos de desarrollo, entre ellos la educación, la nutrición y la reducción de la mortalidad infantil”.
Se ha afirmado que, en la práctica, “las mujeres subvencionan la economía, ya que dedican al trabajo no remunerado una media de entre dos y cinco horas diarias más que los hombres”. Cálculos que permiten medir el valor monetario de los trabajos de cuidados no retribuidos los cifran entre el 10 % y más del 50 % del PIB en las veinte economías más poderosas del mundo. A este dato cabe añadir la “aportación oculta” del trabajo no remunerado en general que ascendería, de ser reconocido, a entre el 20 y 60 % de ese mismo PIB. Asimismo se sabe que la renta per cápita en quince de las principales economías en desarrollo crecería un 14 % para 2020 y un 20 % para el año 2030 si la tasa de actividad remunerada fuese la misma para hombres y mujeres.
Otras organizaciones sugieren que el cierre de brecha ocupacional entre hombres y mujeres ha representado para la economía europea un impulso clave en la última década, lo que en números tiene una implicación de hasta el 13 % de su Producto Interior Bruto y para otras economías desarrolladas del 9 %.
La investigación sostiene que, de cerrarse la brecha laboral entre hombres y mujeres en el Japón su PIB engrosaría hasta 16 %, o que las restricciones impuestas a las mujeres para trabajar en la región Asia Pacífico cuestan a sus naciones entre 42 y 46 mil millones de dólares por año. Aún más, se sabe que en tanto las mujeres se hacen más independientes económicamente su rol como consumidoras de bienes y servicios es aún más relevante, de modo que el impacto combinado de una creciente igualdad de género, la emergente clase media y las prioridades femeninas de gasto se espera conduzcan a elevadas tasas de ahorro doméstico y cambios en patrones de consumo, afectando a sectores como alimentación, salud, educación, cuidado infantil, vestido, productos no perecederos y servicios financieros.
MARUANI, Margaret. “Vida profesional: paridad sin igual”. En: OCKRENT, Christine (Dir). El libro negro de la condición de la mujer. Madrid: Santillana, 2007. Pp. 761, 766 y 767
OXFAM INTERNACIONAL. El G20 y la igualdad de género. Cómo el G20 puede hacer avanzar los derechos de las mujeres en el ámbito laboral, la protección social y las políticas fiscales . Oxford (UK): Oxfam GB, julio de 2014 . URL: ˂http://bit.ly/1raT82j˃ Pág. 2
WORLD ECONOMIC FORUM. The Global Gender Gap Report 2014 . Geneva: WEF, 2014 . URL: ˂http://bit.ly/1wLFTYK˃ Pp. 7, 12, 13