Hubo un tiempo en el que yo me inventaba historias con una facilidad pasmosa. Facilidad nivel: una mirada, un café correcto y ya tenía el tráiler de la película en la cabeza. Con argumento. Con banda sonora. Y con final feliz aprobado sin pasar por producción.
Vivía un poco en las nubes. No en plan grave, más bien en plan “romántica funcional con tendencia a la fantasía”.
De las que piensan: si parece especial, seguro que lo es. Spoiler: no siempre. NEXT.
Hoy soy otra cosa. No mejor —porque sigo teniendo mis momentos—, pero sí más consciente. Y desde ese lugar más despierto me hago una pregunta que cada vez escucho más entre mujeres de mi generación: ¿Cómo se conoce hoy a alguien sin perder la cabeza, la dignidad o el sentido del humor por el camino?
Planteo la disyuntiva. Primera opción: hacer como ellos. Conocer a varias personas a la vez. Un café el martes, una cena el jueves, mensajes cruzados el domingo. Poner moras, quitar moras —como dice el refrán— hasta que una destaca y entonces, quizá, elegir.
No por frialdad, sino por supervivencia emocional. Para no cerrarte demasiado pronto. Para no apostar todo a una sola carta cuando aún no sabes ni si el juego merece la pena… o si el otro sabe jugar. Y si no, NEXT.
Segunda opción: volver al romanticismo consciente. Conocer a una persona. Una. Mirarla con atención, escucharla sin distracciones, sentir qué pasa dentro de mí cuando estoy con ella. Y si no es… parar.
Parar de verdad. No llenar el hueco con otro nombre. No quedar “por si acaso”. No abrir otra app a los diez minutos diciendo que estoy fenomenal cuando claramente no lo estoy. Parar, asumirlo, respirarlo… y luego, cuando toca, NEXT.
Darme un tiempo. Curar el corazón. Y solo entonces, cuando vuelvo a estar abierta, empezar de nuevo.
No conocer por conocer. No conformarme. No acumular cafés, cuerpos o conversaciones solo para no sentir el silencio.
Cuando le conté todo esto a Martín, me escuchó en silencio. Como hace siempre. Sin interrumpir, sin asentir demasiado, sin emocionarse en exceso.
Y luego dijo:
— A ver. Ni una cosa ni la otra. Ni conocer a veinte personas a la vez como si fuera un casting, ni encerrarte emocionalmente en alguien que todavía no sabes quién es.
Le pregunté entonces qué haría él.
— Yo conozco a alguien —me dijo—. Me interesa. Le presto atención. Pero no le entrego mi exclusividad emocional antes de tiempo. Eso no es romanticismo, es adelantarse a una película que igual ni se rueda.
Me miró y remató:
— El problema no es conocer a varias personas. El problema es comprometerte por dentro cuando todavía no hay nada fuera. Y eso, Marian, lo hacéis mucho más vosotras que nosotros.
Ahí me dolió un poco. Porque tenía razón.
— Si no es —añadió—, se acepta, se descansa y luego NEXT. Pero sin drama y sin convertir cada cita en una promesa.
Y ahí entendí que quizá la clave no está en copiarles ni en resistirse a ellos, sino en aprender a dosificar la ilusión.
Ni blindarse demasiado pronto. Ni vivir como si nada importara.
Porque luego está la tercera cosa, la más silenciosa y quizá la más absurda: esa especie de fidelidad emocional que me aparece incluso cuando aún no ha pasado nada.
Conozco a alguien y, sin saber muy bien por qué, mi corazón se cierra al resto. No porque haya compromiso explícito, ni promesas, ni exclusividad firmada ante notario. Simplemente porque yo funciono así.
Me gusta llegar limpia. Sin mochilas. Sin otros nombres de fondo. Con la sensación de estar disponible de verdad… aunque luego la historia dure lo que dura un café largo. Y si no es, duele un poco, se aprende algo… y NEXT.
Antes confundía eso con idealización. Hoy sé que también tiene que ver con mis valores, con el compromiso interno y con cómo entiendo el vínculo.
No sé cuál es la respuesta correcta. No sé si deberíamos aprender de su ligereza o recuperar nuestra profundidad. No sé si el equilibrio está en probar más… o en sentir mejor.
Solo sé que ya no quiero inventarme historias. Quiero verlas. Vivirlas. Y si no son, despedirme con dignidad, una risa nerviosa y una charla con mis amigas.
Y si eso significa conocer a una persona cada vez, mirarla bien y, si no es, parar, esperar y volver a empezar cuando estoy preparada… entonces quizá no lo esté haciendo tan mal.
Sigo siendo romántica. Pero ahora también sé decir NEXT sin sentirme culpable.
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- ¡¡Ya salió la novela homónima!! Un libro que completa este universo sobre los vínculos, la ironía y la búsqueda de autenticidad en tiempos de pantallas.

