Últimamente veo mucha tristeza y desencanto alrededor. En las conversaciones en mi día a día con amigos, compañeros y gente a la que aparentemente no le pasa nada importante, sólo oigo hablar de tristeza, preocupación por el trabajo, comentarios acerca de la falta de alegría, desmotivación, pesimismo y miedo al futuro. No es generalizado, pero me preocupa. Siempre queda una voz de alguna persona cercana que dice que saldremos, que de las crisis se aprende y que del fracaso y de las caídas las personas luchadoras se levantan. Pero estas voces cada vez son menos frecuentes y lo manifiestan "bajito", porque el ser optimista está hoy mal visto y es percibido como síntoma de ingenuidad.
Es cierto que la situación general de la economía española no contribuye a derrochar sentimientos positivos. Las medidas que tiene que tomar el Gobierno nos gusten o no, que en general no nos gustan porque afectan a nuestra vida y a nuestra economía personal, contribuyen a aumentar nuestro pesimismo. No existen mensajes de ánimo a corto plazo y nuestro individualismo nos hace preocuparnos más de nuestro yo que del interés general, que requiere sacrificarse y unir nuestras fuerzas para salir de ésta. El espíritu solidario de que “juntos podemos” no es a mi juicio una de las cualidades de los españoles. Y en los momentos duros como los que atravesamos, se nota.
No existen mensajes de ánimo a corto plazo y nuestro individualismo nos hace preocuparnos más de nuestro yo que del interés general, que requiere sacrificarse y unir nuestras fuerzas para salir de ésta. Pero en medio del pesimismo que rodea casi todo lo que hacemos o decimos, existe un oasis de alegría y color: la Feria de Sevilla, donde tuve la gran suerte de estar esta semana con buenos amigos, a los que dedico este artículo. La ciudad se viste de fiesta, las mujeres se engalanan con trajes preciosos de colores que realzan sus figuras y les hacen sentirse bien, los bares están llenos de personas que ríen y piden que se les llene la copa de fino y el plato de buen jamón, de forma que la vida grisácea se tiña de vivos colores. Suena la música por cualquiera de las casetas de la feria. El pueblo sevillano quiere disfrutar, olvidar sus problemas y reir. Y ese espíritu colectivo te atrapa y envuelve en una vorágine de alegría y sensaciones.
Dejan sus penas y sus preocupaciones. Y se unen en casetas que han financiado con sus ahorros y, sí aunque para muchos sea censurable, incluso con préstamos que los bancos conceden exclusivamente con este fin. ¿Y es que disfrutar no forma parte de nuestra esencia?
Y mientras en un Consejo de Ministros se habla de la subida del IVA y de los impuestos especiales, ellos bailan y ríen. Porque no se gana nada con la tristeza. Porque en los momentos duros es donde hay que disfrutar, confiar y sacar toda nuestra energía constructiva y porque al final, en la vida, lo que te permite enfrentarte a cada día es la sucesión de momentos agradables que dan verdadero sentido a la existencia.
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