¿Qué hacer cuando nada se puede hacer? ¿Enfadarse, almacenar rabia, soltar improperios y poner impedimentos, enfrentarse a todo, ponerse a la defensiva, ocultar lo que se siente?
Del devenir de los acontecimientos
Podría llenar la página de preguntas pero la vida me ha enseñado que el único camino posible ante la impotencia es confiar en que lo que sucede alguna razón de ser tendrá. Y que las piezas de ese extraño puzle que constituye el devenir de los acontecimientos, acabarán todas encajando con el paso del tiempo.
Y una se sorprende viendo las vidas ajenas y la propia porque, al final, con el paso de los años, te acabas dando cuenta que todas, en lo esencial, tienen algo en lo que parecerse. Me refiero al hecho de que el protagonista que somos cada cual, acabe acumulando experiencias de sobra para aprender de confianza, tolerancia, paciencia, generosidad, desapego, aceptación, y un largo etcétera que ya todos conocemos.
De lo positivo y lo negativo
Cito aquí, con intención, sólo valores positivos y liberadores de la psique humana. Porque los negativos fluyen y destacan tanto en el paso de los días que, sinceramente, no necesitan ser citados.
De lo malo que nos acontece tenemos que aprender lo bueno, pues es el único sentido constructivo de esa experiencia. Siendo el construir lo que nos liga a la vida en positivo.
En la voluntad de todos descansa el germen que nos lleva a querer que eso sea así. Otra cosa es el entorno y los acontecimientos que envuelven a cada cual desde el nacimiento. La naturaleza de la psique humana es de tal fragilidad y requiere de tales fortalezas para asimilar las experiencias que si en el primer estadio de la vida no tiene lo esencial, se quiebra sin remedio o con remedio, pero a muy largo plazo y con un gran sufrimiento de por medio.
Lo esencial en el origen de la vida es bien simple: amor incondicional por parte de aquellos que te rodeen. Dan igual los vínculos de sangre.
De lo esencial y sus dificultades
Ejercer el amor incondicional es un hábito al que hay que llegar y en el que adquieres tu maestría cuando decides asumir la responsabilidad de otro ser humano. O bien por alumbramiento, o bien por adopción o por cualquier otra circunstancia sobrevenida.
La práctica del amor incondicional tiene muchas caras y cada uno tendrá que saber dónde y cómo ejercerlo. Hay personas que no conectan jamás con él y otras viven en él y otras que lo aplican de vez en cuando.
¡Amar sin condiciones! Un tópico en la sociedad en la que vivimos en la que lo primero que nos enseñan es que somos diferentes de los demás y que lo que tenemos es lo que nos hace mejores. Mal punto de partida para alcanzar el «hábito». Con todo, lo primero será tenerlo identificado como un valor esencial para la vida, cuestión ésta que no siempre se da.
Ante la impotencia, confianza
La confianza se torna un básico cuando, aquellos con los que has ejercido de «amadora incondicional», echan a andar. Entre otras cosas porque no te queda otra más que aceptar que tu obra está terminada y que, lo hayas hecho bien o mal, lo que tienes delante es fruto de tu esfuerzo te guste más o menos el resultado.
Y te sientes impotente, pues por más que has intentado supervisar y tener todo atado hasta el límite un buen día te levantas y compruebas que, al igual que tus mayores se olvidaron de sí mismos sin darse cuenta y tuviste que tomar las riendas, con los otros tienes que soltarlas.
Aprendes a confiar desde la comprensión de que eres vulnerable y que no lo puedes todo. Y aprendes por fin a aceptar que esa impotencia que tanta rabia te genera es el sabio camino que te lleva, una vez más, al aprendizaje de todo lo bueno que hay en ti.