El título de este artículo me vino a la cabeza después de una discusión monumental con una de mis hijas. En el debate (por una tontería tipo: "limpia tu cuarto de una vez", respuesta: "mi cuarto está perfecto"), que duró del orden de una hora, yo sabía que tenía que mantener mi posición sí o sí, es más, hasta le añadí cierto tinte dramático. Lo usé como si fuera un cañón derribando las defensas de una gran fortaleza.
Tienes que aceptar lo que ves en el otro y si no te gusta te apartas.
En algún momento tuve claro que lo que estábamos haciendo era evolutivo y, por tanto, altamente aconsejable. ¡Así que, no me amilané! La percepción me reforzó internamente para , a esas velocidades indómitas a las que se mueve el cerebro, buscar una línea argumental que me permitiera posicionarla internamente en emociones que provocasen en ella (como mínimo) un sentimiento de "vergüenza torera" ante tanto desatino. La cosa acabó con portazo, llantos y silencio de cementerio. ¡Pero algo se consiguió! Comprendí que tenía que enseñarle a dar las gracias con el alma.
LOS OJOS NO VEN, SABEN
"Los ojos no ven, saben" es una frase de Goytisolo. Se la oí por primera vez a mi profesor de literatura a los diecisiete maños y la hice mía. Tiro de ella aquí porque soy de las que piensan que no hay que quedarse sólo con la apariencia de las cosas. Miras, ves y ¿qué sabes de eso que ves?. ¡Pues depende!. Para el caso de la discusión de la que hablaba antes, me podía haber quedado con el "limpia tu cuarto". ¡Pero no!
Mis ojos la ven y saben. ¡Es mágico!. Eso me permite sentir su trascendencia y adivinar su trayectoria vital. No hacen falta palabras. No son necesarias. Y comprendo cuál es mi rol con ella. Guiarla para que haga el viaje de fuera adentro. Para que se encuentre con el maravilloso ser que es. Abandonando todo lo que se ha echado encima hasta llegar a su ser adolescente.
Curiosamente no hay recetas para "cómo ser mejor guía". Al menos yo no conozco ninguna. Tan sólo sé de amor y paciencia. Y de que cultivar mi propia evolución es sagrado para poder ir por delante en lo que a mi condición de guía se refiere. Que no lo sé todo y que ella, con sus maneras, también es una gran maestra para mí. (Esto último se lo diré cuando cumpla los treinta, ¡ahora ni pensarlo!, ¡que limpie y ordene su cuarto!)
LO QUE SABES DE LOS DEMÁS
Los demás ya son otra cosa. Existe el hábito de juzgar lo que no se conoce, incluidas a las personas. Tienes que aceptar lo que ves en el otro y si no te gusta te apartas. Cada humano tiene que hacer su camino con lo que lleva puesto. ¡No hay que interferir en trayectorias ajenas! Son escuelas privadas.
Son tiempos de que cada uno asumamos la responsabilidad de nuestra propia evolución. ¿Evolucionar hacia dónde? Lo he escrito antes (y este año quizá lo repita más veces) hacia una mente libre y un corazón compasivo. Con una humanidad así, la vida en la Tierra se convierte en un paseo maravilloso.
¡GRATITUD, DIVINO TESORO!
El dar las gracias a no se sabe qué, que no se toca ni se ve, es un ejercicio para el alma absolutamente sanador. Viene a cuento con lo dicho hasta aquí porque es el punto de partida para comprender qué pasa más allá de lo que tus ojos ven.
Aplica a cualquier situación de la vida. Es como un golpe de oxígeno, que te serena y, según seas, te conmueve hasta darte cuenta de por donde tirar. Sí, estoy pensando en situaciones muy graves y dolorosas también. Hasta los dramas más grandes tienen una explicación más allá de lo que nuestros ojos ven. Por duro que pueda ser.
Una gratitud bien entendida te posiciona ante el mundo con un mar de sentimientos positivos tremendamente útiles para vivir con paz interior y sentimiento de plenitud. ¡Y es contagioso!. Los que te rodean no se quedan indiferentes. Regalas buen humor y sirves de guía para que otros se sorprendan con un encuentro feliz con ellos mismos.
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