Las personas expuestas a los focos de actualidad exhiben diversas facetas: normalmente la mediática acaba eclipsando la verdadera, la íntima, la esencia genuina de cada cual. Por ello jamás hay que quedarse en la superficie, hay que indagar, rebuscar, adentrarse, porque detrás de una personaje público fascinante suele esconderse una persona aún más interesante.
Bajo el recinto acristalado del rebautizado como Palacio de Cibeles –magnífica bóveda de 2.800 metros cuadrados formada por 5.000 triángulos, el mayor patio cubierto de la capital, que recuerda levemente a la galería milanesa de Víctor Manuel pero con un toque vanguardista- se entregaron el día de San IMidro las medallas de la ciudad de Madrid a dos mujeres de rompe y rasga: la Duquesa de Alba y Luz Casal.
Cayetana de Alba supo y quiso hacer las cosas a su manera, probando, experimentando, amando, contraviniendo, quebrantando, saboreando lo censurado, en definitiva, viviendo intensamente. De la aristócrata se ha dicho y escrito casi de todo, pero yo me quedo con su afición permanente a ponerse el mundo por montera. Sus títulos no tienen más valor que el anecdótico en pleno siglo XXI -cinco veces duquesa, dieciocho marquesa, veinte condesa, condesa-duquesa, además de ser catorce veces Grande de España– pero sus ganas de transgredir desde la adolescencia merecen mi admiración. Una mujer rebelde a pesar de la carga de un linaje pesado, y de ser contemporánea de una época en la que los convencionalismos marcaban el ritmo de una sociedad encorsetada por la importancia de las apariencias.
Cayetana de Alba supo y quiso hacer las cosas a su manera, probando, experimentando, amando, contraviniendo, quebrantando, saboreando lo censurado, en definitiva, viviendo intensamente. Una persona que disponiendo de todo lo material desde la cuna, eligió las decisiones polémicas -en ocasiones las más alejadas de lo que de ella se esperaba-, ignorando sabiamente el qué dirán, las críticas gratuitas, los dimes y diretes… Lo sigue haciendo a sus casi noventa años, señal inequívoca de que se siente orgullosa de una trayectoria vital que eligió sin descuidar en ningún momento la responsabilidad que conlleva un apellido que forma parte de la Historia de España. Genio y figura… ¿Y saben qué? Cuando la Duquesa se vaya, los cuadros de Goya, los palacios y las alhajas de Eugenia de Montijo aquí se quedarán para el disfrute de otros, pero las risas, experiencias, amigos, amores, complicidades y los momentos inolvidables, se los llevará ella y sólo ella en su viaje al más allá. El mejor título en la partida es la fidelidad a uno mismo a lo largo de toda una vida.
Luz Casal, además de una trayectoria artística intachable, es de esas mujeres que haciendo honor a su nombre: resplandece, irradia fortaleza, personalidad. Presume de perseverancia sin abandonar una modestia sincera y una timidez patológica, retraimiento que se guarda en el bolsillo cuando sube a un escenario y emociona al personal con una voz honda, desgarrada, mientras entona algunas de las letras más sentidas e íntimas de la música patria. Radiante tras superar un cáncer, agradecía a Madrid algo que compartimos todos aquellos que algún día llegamos aquí con poco equipaje pero repletos de ilusión: la acogida sin reservas de una ciudad generosa, que ofrece oportunidades a quienes las buscan sin desfallecer, pero sobre todo, regala felicidad a los que no dejan de perseguir sus sueños: y es que le pese a quien le pese, los sueños -hasta los más osados- a veces se cumplen.
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