Jane Goodall y el poder de observar

Jane Goodall tenía diez años cuando leyó Tarzan of the Apes. Un libro de 1914, escrito por Edgar Rice Burroughs, que contaba la historia de un niño criado por una manada de chimpancés (la misma historia que luego inspiraría a Disney a crear su versión animada).

Tarzan of the Apes era un libro de aventuras, de selva, de libertad. En esas páginas estaba Jane Porter, una etnóloga que llegaba a África para estudiar gorilas junto a su padre. Científica, decidida, curiosa: un personaje que la marcó de por vida.

Ese fue el primer impulso: la imaginación. La segunda fue la confianza. No de la escuela, ni de los científicos, sino de su madre: Vanne Goodall. Ella fue quien la animó a seguir su sueño de ir a África y escribir libros sobre animales. Mientras todo el mundo le decía que persiguiera un sueño más apropiado para su edad, su género y su capacidad económica, su madre le repetía: «Si de verdad quieres hacer algo así, vas a tener que trabajar muy duro y aprovechar cada oportunidad».

Jane Goodall y el poder de observar

Cuando a los 23 años, Jane consiguió un trabajo como secretaria en Kenia, su madre la acompañó. Y cuando un joven paleontólogo llamado Louis Leakey le propuso ir a observar chimpancés salvajes en Tanzania —algo que ninguna mujer había hecho antes—, fue también su madre quien viajó con ella.

Así empezó todo. Sin carrera universitaria. Sin títulos. Pero con una mirada distinta. Una que no buscaba dominar, sino comprender. Que no veía a los animales como objetos de estudio, sino como sujetos con emociones, vínculos, cultura.

Jane Goodall fue la primera en ver cómo los chimpancés usaban herramientas. Cómo cazaban en grupo. Cómo lloraban a sus muertos. Todo lo que la ciencia creía imposible, ella lo descubrió sentada, callada, esperando. Observando con paciencia, como quien espera que algo sagrado se revele. Y lo hizo.

Lo que siguió ya es historia: doctorado en Cambridge, fundación de su instituto, programas educativos en más de 100 países, liderazgo ambiental global.

Pero su legado más profundo quizás sea otro: demostrar que el conocimiento también puede partir de la intuición. Que el cuidado, la empatía y la observación son formas de saber. Y que una niña que lee novelas de aventuras puede cambiar el rumbo de la ciencia.

A sus más de 90 años, Jane Goodall sigue sosteniendo que Tarzán se casó con la Jane incorrecta. Pero nosotros sabemos que ella siempre fue la Jane que importaba. La que se quedó. La que miró distinto. La que no necesitó a Tarzán, ni permiso, ni aprobación. Solo una tienda, una libreta, una madre que creyó en ella, y el deseo de entender a otros sin querer poseerlos.

Porque a veces, para cambiar el mundo, basta con sentarse en silencio. Y mirar. Hasta que lo invisible aparece.

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