Yoshie Watanabe es un japonés que sobrevive a la bomba atómica de Nagasaki, aunque queda huérfano tras la explosión. Ya en su juventud, viaja a Europa y trabaja como ejecutivo de una compañía de televisores, en un intento de huir del epicentro de su tragedia. FRACTURA narra su historia.
El viaje del japonés, cuyo pretexto es profesional, funciona como onda expansiva de la memoria preferiblemente silenciada por la víctima.
Emprende un periplo que lo llevará por cuatro ciudades: el París de los 60, una Nueva York contracultural y politizada contra la Guerra del Vietnam, Buenos Aires en su apertura a la democracia y el Madrid de los 90, en pleno desarrollo socioeconómico. Escenarios donde Watanabe conocerá a cuatro mujeres: Violet, Lorrie, Mariela y Carmen. Cada una de estas voces, concebidas estructuralmente como contrapunto al narrador omnisciente que refiere al protagonista, ofrece una inmersión psicológica en cuatro personajes femeninos, mujeres que aman e interactúan con Watanabe a lo largo de su vida.
Además, dichas voces ofrecen una visión sociocultural del siglo XX al servicio de la concepción histórica de la obra. El viaje del japonés, cuyo pretexto es profesional, funciona como onda expansiva de la memoria preferiblemente silenciada por la víctima. El amor intercultural, migratorio, une y deja huellas en las vidas de los amantes: crea unas veces malentendidos lingüísticos o de otra índole, establece, otras, nuevas complicidades; hace de traductor entre las personas, pero no parece ser suficiente para borrar la profundidad de la herida. Hay contradicciones y fracturas internas imborrables. Otro personaje, apenas esbozado, aunque interesante, es el periodista argentino, Pinedo, que acecha con tenacidad a Watanabe, porque desea escribir un reportaje utilizando sus testimonios, y que es repetidamente rechazado.
Lo nuevo que renace de lo roto
El proceso de reconstrucción vital de Yoshie Watanabe funciona como metáfora del viejo arte japonés del “kintsugi”
El proceso de reconstrucción vital de Yoshie Watanabe funciona como metáfora del viejo arte japonés del “kintsugi” que repara las grietas de los objetos de porcelana rotos rellenándolas con oro o metales, de tal manera que en lo recompuesto se asume tanto la fractura como el proceso de integración, surgiendo así algo nuevo que renace de lo roto. Al final, la narración retornará de nuevo hasta el epicentro del cataclismo personal de Watanabe: Japón, el lugar de la fractura. Y es que será allí donde el protagonista, ya en su jubilación, contemplará voluntariamente, durante un viaje, los efectos de la fuga radioactiva de la central nuclear de Fukushima, ocasionada por el terremoto de 2011.
Lugares y sensaciones, personas y relaciones, como sucede en la vida, se asocian y, posteriormente, se alejan en esta novela que discurre entre las conmociones causadas por los temblores de un siglo trepidante y trágico. FRACTURA, es una novela ambiciosa en su propósito, que parece querer aspirar no ya tanto a encontrar un orden satisfactorio o explicación particular a los problemas de diversa índole que plantea, sino a alertarnos sobre como: “lo esencial un día puede ser hecho pedazos mientras vemos la televisión” o a despertar la sensibilidad individual de su sueño egoísta para aspirar a conservar aquello que, verdaderamente, tenemos en común y perdurará, si sabemos conservarlo.