Todos tenemos sueños que no soñamos, son nuestros anhelos más íntimos, aquellos que nos lanzan a perseguir metas a lo largo de nuestra vida. Estos sueños, yo siempre los imagino viajando en tren. Nos gustaría que lo hicieran en ferrocarriles de alta velocidad, para que llegaran rápido y directamente a la estación destino, pero a menudo circulan en algún convoy empeñado en recorrer despacio el trayecto que nos separa de su consecución, y realizar paradas interminables en estaciones misteriosas a las que no encontramos ningún sentido. El miedo a descarrilar o a llegar con retraso nos puede angustiar a lo largo de estos periplos únicos. Pero son estos viajes los que enriquecen nuestro sueño y lo configuran hasta hacerlo real.
¡Sólo unos pocos afortunados consiguen hacer realidad su sueño por un golpe de suerte! Deseamos hacernos ricos con cualquier juego de azar, o ser tocados por la fortuna en algún concurso televisivo de forma súbita y sin esfuerzo… Pero ¿Es esto cumplir un sueño? Yo creo que no. Conseguir un sueño es desear, planificar, trabajar y deleitarse en el viaje que nos lleva hacia él, y aprender de cada paisaje singular que visitamos hasta llegar al andén de nuestro deseo.
Deseamos hacernos ricos con cualquier juego de azar, o ser tocados por la fortuna en algún concurso televisivo de forma súbita y sin esfuerzo… Pero ¿Es esto cumplir un sueño?No resulta sencillo ni placentero viajar con un sueño, más bien la impaciencia por llegar o las dificultades que encontramos en nuestro recorrido nos suelen desesperar. Entonces, nos entran ganas de abandonar. La derrota camina siempre a nuestro lado para mostrarnos el lado fácil de la renuncia, y nos invita suavemente a interrumpir nuestro viaje.
Sólo nuestro coraje y tesón impiden que nos apeemos de ese tren en una estación secundaria, y nos impulsan a continuar hasta el final del trayecto.
A veces, ni siquiera con la firmeza como compañera, somos capaces de llegar a la estación del destino soñado y tenemos que despedirnos de esa quimera tan anhelada. Entonces, con frecuencia nos lamentamos del tiempo invertido en el viaje, y creemos inútil todo el esfuerzo realizado. Pero si dejamos que se enfríe el lamento por el deseo incumplido, empezaremos a saborear lo aprendido durante el trayecto
Si perseguir un sueño no es tarea fácil, tampoco lo es alcanzarlo. Algunas veces, cuando por fin rozamos ese lugar tan deseado, la realidad nos puede sorprender pintando nuestro ideal, mil veces imaginado, de colores tan diferentes a los esperados, que podemos sentir como nos invade la decepción ¿Era éste el fin que tanto anhelábamos?, nos preguntamos. Sí y no, podríamos contestar, porque nuestro sueño no estaba escondido tras la estación de llegada, sino que ha ido tomando cuerpo a lo largo de esas vías por las que, con brújula enigmática, nos ha guiado nuestro tren.
Y es que, como en el cuento del arquero que quería cazar la luna, y que noche tras noche tensaba su arco para disparar sus flechas hacia ella, quizá nunca alcancemos nuestro sueño, o quizá cuando lo atrapemos, el desenlace no sea tan brillante como esperábamos y la decepción nos pellizque el corazón… Pero al igual que ese cazador lunático llegó a convertirse en el mejor arquero del mundo, nuestro viaje nos habrá conducido a un lugar diferente y singular, un andén particular tan simbólico como real desde el donde partir hacia otros destinos de ensueño.
*Inmaculada Gilaberte es psiquiatra y autora del libro Equilibristas: Entre la maternidad y la profesión
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