Begoña Zunzunegui –bilbaína nacida en el ´36-asegura que la capacidad de trabajo se desarrolla, como un músculo. Se recuerda a sí misma como una señorita de buena familia y colegio de monjas con once años de actividad deportiva y un enorme sentido común. Con tipo juvenil y derroche de energía, se ufana de sus diez nietos y de ser la creadora de Becara, una marca con estilo en la decoración española, que exporta el 50% de su producción.
“Me casé a los 19 y a los 23 ya tenía a mis 4 hijos. Era un ama de casa con inquietudes, que guisaba y atendía a mi familia, iba al rastro o pensaba negocios. Cualquier cosa menos perder el tiempo”.A poco de casarse se marchó a EEUU “Afuera veía negocios por todos lados: casas funerarias… me traje una maleta con panes precocinados…” y ya de vuelta, en el 62, la suerte adversa de la empresa de su marido le hizo “colgar” literalmente el bridge y el golf y ponerse a trabajar 12 horas por día. “Fue un cambio rotundo, trabajaba el 90% de los sábados y domingos del año. Creo que donde fuera hubiera hecho un buen negocio, pero son las circunstancias las que te hacen tomar decisiones.”
Entre tantas inquietudes ¿Cómo definiste tu proyecto de negocio?
Conocía el mundo de las antigüedades, de la decoración…pero una tienda no es diferente a escribir un libro, hay que tener algo que decir: un concepto, un estilo, un precio. Tengo la capacidad de buscar y encontrar. Todos vendían lo mismo y no había comercio exterior. Así que pensé que debería inventar algo para venderles.
¿Y de qué manera empezaste?
Con orfebres y mis propios moldes. Yo hacía todo, creaba, llevaba, traía, cobraba… Pedí prestadas cincuenta mil pesetas, que devolví en veinticuatro horas. El primer local tenía 20 m2, me visitaban de tanto en tanto las ratas y en lugar de baldosas tenía cartón rulé y telas tapando la tristeza de las paredes. Empecé a ganar dinero y todo lo que no se iba en la subsistencia familiar iba a la hucha.
¿Cómo afrontaste el crecimiento?
Trabajando y sin temor. En el 73, aprovechando la apertura de las relaciones comerciales con China, fui una de las primeras mujeres en viajar buscando nuevos lugares de fabricación. Me dejaron entrar con muchos recaudos. Y dejé de lado mis prevenciones: dormí con seis chinos en el mismo cuarto.
¿Sobrevivió tu matrimonio semejante atrevimiento de tu parte?
Con mi marido nos conocimos a los 14 años y somos muy compañeros. Nunca le pedí permiso. Era lo que había y yo estaba dispuesta a sacarle tajada a esa oportunidad. Siempre me acompañó y aún hoy es un fuerte respaldo.
¿Algún aprendizaje de esa experiencia?
Que lo que es fácil de comprar es difícil de vender. Que para seguir adelante en la adversidad hace falta equilibrio emocional, que enfadarse es carísimo y que los retos son buenos. Que hay que olvidarse del éxito y reconocer los errores al primer síntoma.
¿Te hubiera sido más fácil siendo hombre?
No lo sé. Yo supe afrontar el riesgo –que todavía es muy masculino- y es muchas veces ineludible. Por otro lado, soy una verdadera entusiasta del empleo femenino, aún con las pegas maternales. La mujer valora su trabajo, tiene mayor estabilidad y se las arregla como sea para cumplir aunque tenga al niño con fiebre o a la madre internada. Los hombres se manejan de otra manera. ¿Has visto que son huérfanos?#
*Por Mercedes Wullich