Cualquier cota de poder pone a prueba los valores de quien lo ejerce. ¿Estás preparado para pasarla con excelente? Responsabilidad y compromiso son dos imprescindibles, pero ahí no queda todo. Hasta el humano más desposeído y solitario de la tierra tiene capacidad para ejercer poder. Hacerlo desde el «ser valioso» que todos llevamos dentro sólo depende de nosotros mismos.
La percepción de cada uno
El humano que posee poder lo ejerce desde la percepción que tiene de la vida y si no está liberado de los velos de la ofuscación, el egocentrismo, la avaricia, el odio y las tendencias nocivas; trastornará todo lo que toque. Pero si ha superado todo lo anterior, alcanza un modo especial de percibir, ver y sentir. El resultado será una mente lúcida y equilibrada. Alguien lleno de compasión, de pensar sosegado, palabra justa, proceder correcto y poseedor de un completo sentimiento de unidad.
Los vínculos de afecto, al ayudar a identificar la percepción del amor en uno mismo, pueden llegar a ser palanca que permita convertirse en mejor persona y más evolucionada a quien no lo esDesarrollar la mente para alcanzar ese equilibrio es tan importante para la persona como absorber el oxígeno y el resto de nutrientes que le aporta la naturaleza. Porque desde ahí sí puede emplearse en hacer que ejercer la vida en la tierra sea una experiencia valiosa de verdad para todos los que la habitan. Lo que constituye, en sí mismo, la verdadera esencia de la existencia humana.
Desde ahí, actuar con poder, por nimio que éste sea, alimentará en positivo a aquellos a los que afecte y ellos a su vez, otorgarán autoridad a quien lo ejerza. Todo ha de suceder como un flujo natural, pues autoridad y poder son fuerzas recíprocas abocadas a encontrarse si lo que prima en su origen es la sabiduría de quien lo ejerce y la honestidad de quien lo recibe.
Los que no son lo que parecen
Hay humanos que parece que están preparados para ejercer poder, pero no son lo que parecen. La historia de la humanidad deja tristes y dolorosos ejemplos de seres así. Niños convertidos en adultos poderosos estando ellos, como humanos, a medio hacer.
Y es que la persona, en su aprendizaje de sociabilización, aprende a enmascarar sus «traumas» hasta olvidarse de que los tiene. Integrándolos a lo largo de su vida en su forma de percibir las cosas y después, pasa a ejercer de sí misma con todo ello, completamente convencida de que no hay más verdad que la suya.
Si a ese convencimiento le sumamos el apoyo de los que le rodean, el sujeto en cuestión fortalece su visión de la realidad y avanza completamente convencido de que lo que hace y dice es lo correcto, por más que la memoria del tiempo recuerde que, con esos planteamientos, ya se equivocaron otros.
En el trabajo y en casa
En el trabajo quien tiene cota de poder sobre un grupo, si es un encubierto, puede convertirse en el cáncer de su equipo. Por lo general, son personas «obedientes» en la gestión hacia arriba; «encantadoras» con sus iguales; y «sin valores» hacia abajo.
En el ejercicio de la vida pública (el trabajo lo es), el superficial y materialista ojo humano, siempre con prisa para profundizar de verdad en el perfil de aquel a quien otorga autoridad sobre sí, se equivoca a menudo. Sin embargo, en el ámbito de lo privado, todo es más evidente.
Los vínculos de afecto, al ayudar a identificar la percepción del amor en uno mismo, pueden llegar a ser palanca que permita convertirse en mejor persona y más evolucionada a quien no lo es. Pues el amor es una fuerza vital altamente regeneradora del espíritu humano capaz de guiarle con éxito hacia el encuentro con el ser valioso que lleva dentro.
En la vida, que nuestro contacto con los demás deje una estela de valiosa permanencia, es tarea de cada uno por eso hay que aprender a amar. Al final, todos pasamos el mismo examen ante la catarsis de la muerte y, para entonces, ya nada tiene remedio.