A medida que nos hacemos mayores aumenta la inteligencia emocional, sobre todo a partir de los 60 años. Además, los ancianos empatizan más con las personas menos afortunadas. Estas son algunas de las principales conclusiones de un estudio realizado por la Universidad de California, en Berkeley.
Los resultados obtenidos por este equipo de psicólogos estadounidenses dirigidos por Robert Levenson respaldan la teoría de que la inteligencia emocional y las habilidades cognitivas cambian a medida que cumplimos años y pueden agudizarse a partir de los 60 años.
Estos avances cognitivos supondrían una ventaja para las personas mayores, tanto en el contexto laboral como en el personal.
La elevada sensibilidad a la tristeza no se relaciona con un mayor riesgo de padecer depresión, sino que es un marcador de salud.En palabras de Levenson, según este estudio, parece que “el propósito principal de las últimas etapas de la vida estuviera orientado hacia las relaciones sociales, hacia el cuidar a otros y el ser cuidados por otros.
Es como si la evolución hubiera afinado nuestro sistema nervioso de manera favorable a este tipo actividades interpersonales y compasivas, a medida que envejecemos”.
Resultados del estudio
Los resultados de este estudio fueron los siguientes: las personas mayores del grupo fueron las mejores reinterpretando las escenas negativas de manera positiva, es decir, en la aplicación de la técnica de revaluación positiva.
Por su parte, los participantes más jóvenes o de mediana edad fueron mejores utilizando la técnica de valoración distanciada, por desvío de la atención de las imágenes desagradables. Esta estrategia es posible gracias a la función ejecutiva del área prefrontal del cerebro (responsable de la memoria, la planificación y el control de impulsos), una función que se sabe disminuye a medida que envejecemos.
Los tres grupos de voluntarios estuvieron igualados en el uso de la técnica de supresión del comportamiento, para evitar cualquier respuesta emocional.
Además, en un segundo estudio los científicos utilizaron métodos similares para comprobar cómo se modifica nuestra sensibilidad a la tristeza a medida que envejecemos.
En este experimento, los participantes mayores mostraron, en comparación con los más jóvenes, mayor tristeza frente a las escenas emotivas.
Según los científicos, en la etapa final de la vida, la gente toma perspectivas distintas y adopta objetivos diferentes, más centrados en las relaciones personales. Esta actitud tiene como efecto el de estar más sensibles a la tristeza, dado que la capacidad para compartir la tristeza aumenta el grado de intimidad en las relaciones.
Al contrario de lo que cabría esperar, esta elevada sensibilidad a la tristeza no pudo relacionarse con un riesgo mayor de padecer depresión, sino que resultó ser un marcador de salud.
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