Pasan los años y vemos como cada vez parece que los conceptos se redefinen, se cuestionan los viejos paradigmas y se hace necesaria la aplicación de nuevas visiones del mundo y de los hechos para dar solución a problemas de actualidad en el continuo evolucionar de la vida. Sin embargo, estos cambios no siempre se encaminan a llevarnos como sociedad hacia un camino mejor que el que teníamos hace 50 o 100 años.
Tomando un ejemplo trivial como es la industria de la moda, vemos como se reciclan las ideas cada 20 o 30 años y podemos revisar el armario de la madre o alguna tía y estar acorde con las últimas tendencias. Parece ser que no solo la moda sino los gustos y las conductas se repiten una y otra vez, cambiando tan solo la identidad de los personajes.
El niño de 4 años que llega a una tienda y agarra todo, tumba todo, corre por entre los anaqueles y termina por tirar abajo la mitad de la tienda; las empleadas reclaman a la madre o padre que le acompañe y se excusan diciendo “es solo un niño”.Me contaba mi abuela mientras crecía que en sus tiempos no le permitieron salir sola con un chico hasta que llegó un joven que de mirarla de lejos supo que quería casarse con ella y pasar el resto de la vida juntos. Me asombraba, igual que a cualquiera en la situación de solo pensar en compartir la vida con un desconocido porque las costumbres no permitían ir más allá con anterioridad a la decisión de si formar una familia o no. Ahora, 64 años después las cosas han cambiado mucho y creo que para mejor en algunos aspectos, aunque en otros parece que nunca debimos salir de los tiempos de mi abuela.
Hoy día vas por la calle, entras a un restaurante o a un museo y no puedes evitar fijarte en el niño de 5 o 6 años que va por libre haciendo lo que se le antoja como si estuviera en un prado de cerezos. Me devuelvo a mi infancia y no tengo ningún recuerdo en el cual a su edad yo tuviera la libertad suficiente para levantarme de la mesa y corretear entre las mesas sin que mi madre o mi padre me fustigaran con la mirada y me dejaran sentada como piedra hasta llegar al coche. Cada día me tropiezo con más situaciones de este tipo. El niño de 4 años que llega a una tienda y agarra todo, tumba todo, corre por entre los anaqueles y termina por tirar abajo la mitad de la tienda; las empleadas reclaman a la madre o padre que le acompañe y se excusan diciendo “es solo un niño”.
No comprendo. ¿Será que hay una edad en la que al cumplirla por simple ósmosis al despertarte ese día señalado recibes en tu cerebro todas las normas de cortesía, modales y educación, que son necesarias para desenvolverte en el mundo real fuera del campo de cerezos?, insisto: no comprendo.
Por lo visto hay una nueva generación de niños a los que las normas y la educación les traumatizan y causan un sinnúmero de fobias que solo evitarán permitiéndoles hacer lo que les plazca. No comprendo.
Mi reflexión está dirigida no a regresar en ningún caso a que “la letra entra con sangre”, o algún otro método radical, lleno de maltrato y de humillación que solo terminaba en baja autoestima y depresión en niños que debían por naturaleza ser felices. Mi intención es hacer un llamado de atención porque tal parece que ahora el maltrato no es con los golpes sino con la excesiva indiferencia con la que se crían los niños hoy en día. Es irnos de un extremo a otro sin pasar por Go.
Es cierto que nadie nace aprendido en la materia de educar un hijo, pero la simple idea de permitirle que viole todas las normas sociales justificándose en que “es un niño” parece tan absurda como pensar que nunca crecerá para tener que respetarlas. Si al ir a un zoológico dejas que el niño pase las líneas fijadas para la seguridad para tomarle una fotografía espectacular o mire más de cerca el animalito, alimente los animales al lado del cartel que indica que NO debe hacerlo, tire la basura en el suelo; ¿cómo esperas que se comporte diferente cuando tenga 15, 30 o 50 años?. Es igual que aprender un idioma, si lo haces desde que eres pequeño cuando seas adulto no te costará nada hablarlo y lo recordarás para siempre.
Hay que reflexionar y recapacitar sobre a dónde estamos llevando al adulto del mañana, porque el niño al que hoy le consentimos todo, le reímos cuando dice obscenidades porque es “gracioso”, permitimos que nos golpee porque “no duele, es un niño”, es el mismo niño que crecerá creyendo que todas esas conductas son normales, correctas, aceptadas, y las repetirá en todos los entornos cuando salga del seno familiar.
Hay que criar niños teniendo presente siempre que será el adulto del mañana y que el futuro de su vida, de su familia y de su país está en sus manos.
*Nairoby Guzman es MBA en Biotecnología
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