Emisiones electromagnéticas y salud

A raíz de la expansión de la telefonía móvil y de la proliferación de las infraestructuras que le dan soporte, se ha extendido la creencia de que las ondas electromagnéticas utilizadas por este servicio podrían tener consecuencias negativas para la salud. ¿Hay motivos para la alarma o estamos una vez más ante una leyenda urbana, retroalimentada por el desconocimiento y los intereses de determinados colectivos?

La Historia se repite
En los albores de la telefonía fija, cuando el paisaje empezaba a llenarse de postes que sostenían mazos de hilos de cobre, cundió el pánico cuando se culpó a los hilos de cobre de ser los responsables de la proliferación de la viruela. Multitudes enardecidas intentaron quemar centrales telefónicas en Canadá y Estados Unidos. Pasaron años hasta que la evidencia demostró que aquel temor no tenía ningún fundamento. Hoy, en pleno siglo XXI, el fenómeno parece repetirse. Las antenas de telefonía móvil se han convertido en chivo expiatorio a quien se intenta cargar la culpa de la proliferación de determinadas enfermedades en la sociedad actual, en particular del cáncer de uno u otro tipo.

El espectro electromagnético
Conviene recordar que las ondas electromagnéticas están presentes de forma natural en el ambiente y se utilizan también como soporte de las telecomunicaciones desde que éstas existen, es decir, hace más de 100 años. La telefonía móvil no deja de ser un servicio más de telecomunicación que funciona gracias a estas ondas, pero también lo hacen la radio, la televisión, el radar y otros muchos servicios, incluida la telefonía fija.

Por debajo de la luz visible, que es la parte del espectro utilizada en telecomunicaciones, no existe evidencia de que se produzca ningún efecto pernicioso, excepto la generación de calor.

Las ondas forman parte del espectro electromagnético, al igual que la luz, los rayos ultravioleta, los infrarrojos, los rayos X y los rayos gamma. Cada parte del espectro se caracteriza por una banda de frecuencia y una energía. Por encima de las frecuencias correspondientes a la luz visible, las emisiones tienen capacidad para alterar la estructura de las células y son perjudiciales para la salud humana. Se les llama radiaciones ionizantes. Por debajo de la luz visible, que es la parte del espectro utilizada en telecomunicaciones, no existe evidencia de que se produzca ningún efecto pernicioso, excepto la generación de calor. Estas emisiones se conocen como no ionizantes.

Ondas de telecomunicación
Por tanto todos los servicios de telecomunicación, la telefonía móvil también, hacen uso de emisiones cuya inocuidad parece quedar fuera de duda: no hay evidencia científica de lo contrario. Pero además, la operación de estos servicios es una de las actividades sobre las que más control se ejerce. Cada antena emisora tiene su potencia controlada y limitada y es inspeccionada periódicamente. Los límites máximos de emisión están regulados a nivel internacional y llevan implícito un factor de precaución sobre el valor máximo admisible.

Si medimos el nivel de emisión electromagnética en cualquier punto de una ciudad, nos encontraremos que solo un pequeño porcentaje de ese nivel se debe a la telefonía móvil.

La telefonía móvil
La multiplicación de antenas de telefonía móvil, parece ser una de las causas que ha provocado el temor a los efectos de las ondas. Se asocia número de antenas o cercanía a mayor nivel de emisiones. Sin embargo estas antenas funcionan con potencias muy bajas. Una antena de radio o televisión emite con potencias varios miles de veces superiores. Y si medimos el nivel de emisión electromagnética en cualquier punto de una ciudad, nos encontraremos que solo un pequeño porcentaje de ese nivel se debe a la telefonía móvil. El resto lo aportan fundamentalmente las señales de radio y televisión.

En conclusión
Las ondas utilizadas por la telefonía móvil no son diferentes de las utilizadas por otros servicios de telecomunicación y no existen evidencias científicas de que produzcan perjuicios en la salud humana. Sin embargo el miedo irracional, el desconocimiento, pueden provocar que la alarma prolifere, crezca el rechazo social a estas infraestructuras y se ponga en peligro el desarrollo e implantación de las nuevas tecnologías. Y no olvidemos que la Sociedad de la Información depende de ellas.

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