Cuotas y poder

Hay un cierto escándalo cuando se habla del establecimiento de cuotas para que las mujeres también puedan ejercer el poder. Lo curioso es que el sistema de cuotas está funcionando desde hace siglos y a nadie le había parecido mal. Nadie había cuestionado que fuera injusto, ni tampoco los beneficiados se habían sentido ofendidos por ser elegidos en función de unas cuotas. 

Cuotas las ha habido siempre. Cuotas reservadas a  determinadas familias que heredan el poder como quien hereda el genotipo. Cuotas reservadas para determinadas religiones, para determinadas razas o para determinado grupo étnico. Cuotas a repartir entre cada partido o cada región para seleccionar a quienes trabajarán en los organismos de más alto nivel del Estado. Y también cuotas para que fueran solo los hombres quienes tuvieran la opción de ocupar el poder.

La Historia nos dice claramente que siempre ha habido cuota en razón de sexo para el ejercicio de la autoridad y que ésta ha sido al cien por cien para las personas de sexo masculino. Porque la Historia, tanto la que aparece en los libros de las grandes crónicas como la que se escribe en la cotidianidad de las sociedades, nos dice claramente que siempre ha habido cuota en razón de sexo para el ejercicio de la autoridad y que ésta ha sido al cien por cien para las personas de sexo masculino.

Cuota cien por cien masculina
Si fuera un niño”, “Si fuera hombre..”.
Esta cantinela ya no se oye, o no se oye apenas porque en nuestro entorno europeo ahora no sería aceptable socialmente. Las formas hay que guardarlas. Pero no hace tanto, a la hora de pedir una beca para que una adolescente de buenas notas estudiara ingeniería, se le decía “…lástima, si fuera un chico…”. Si en la familia los recursos escaseaban, eran los chicos los que accedían a los estudios superiores. Nadie protestaba.

También parecía algo natural que en las pruebas de acceso a un trabajo, la frase que se decía con naturalidad era que “… queremos un hombre para este puesto”. Se veía como algo normal que la totalidad de la cuota para determinados trabajos o simplemente para estudiar determinadas materias fuera para el sexo masculino.

Ahora ya nadie dirá estas frases, pero los resultados de los procesos de selección,  para el acceso a determinados puestos, son muy parecidos. Basta ver cuántas mujeres consiguen llegar a los cargos donde se toman las decisiones clave.

Todavía hay Estados, muchos estados, que sin ningún rubor mantienen por ley una cuota cien por cien masculina para el ejercicio de la autoridad. La actualidad nos acaba de recordar cómo el Vaticano, en su aspecto más terrenal, también mantiene una cuota totalmente masculina para su jerarca supremo. Es más probable que se elimine el celibato obligatorio para los sacerdotes, a que se permita a las mujeres acceder a ser representantes de Dios en la tierra.

Eliminemos las cuotas
Las personas competentes y honradas no quieren cuotas en razón de sexo, ni en razón de nada que no sea la capacidad para desempeñar a lo que se opta. Creen que el talento debe ser el elemento que debe primar para  elegir a quien tenga que desempeñar un puesto de responsabilidad.

Muchas mujeres reniegan de las cuotas. No quieren que haya la más mínima duda de que han sido elegidas por su competencia y no por cuotas asignadas a su sexo. Sin embargo no he conocido, ni he oído nunca, que algún hombre haya manifestado un reparo semejante. No pocos han sido  conscientes de que su sexo masculino ha sido determinante para que les dieran un determinado cargo cuando competían con alguna mujer y no les ha importado en absoluto.

Quitemos las cuotas puesto que parece que nadie las desea. Una forma de quitarlas o, al menos de neutralizarlas,  es imponiendo cuotas equilibradas en función del sexo, para, no lo olvidemos, evitar que sea solo uno de los dos posibles, el que acapare como hasta ahora todo el poder. 

*Mª Teresa Pascual Ogueta es Ingeniera de Telecomunicación y también escritora. Autora, entre otros,  del  libro “Despidos, la edad y otros pretextos”(Díaz de Santos, 2012).

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