Conciliación es la palabra de moda y suena muy bien, pero tiene truco. Conciliación o "Trabajar para vivir y no vivir para trabajar". Eso, claro, no excluye los matices, las excepciones de cada uno, las propias querencias, los deseos y las pasiones para que cada cual se dedique a lo que más le interese. La libertad de elección. Pero ya sabemos que la libertad propia termina donde comienza la de los demás. Nadie debería vivir sus sueños a costa de los sueños de otros.
Los estereotipos
Primero habría que deshacer un tópico. Se ignora que las mujeres han trabajado desde siempre. Quienes no han trabajado, ni lo hacen, son determinadas capas de la sociedad, hombres y mujeres, que han podido y pueden vivir sin gran esfuerzo. Son una minoría. Dicho esto, el trabajo que se hacía en las casas ha cambiado en muchos aspectos, como también lo ha hecho el del resto de los entornos de trabajo. Los avances tecnológicos han tenido como consecuencia una mayor facilidad en la realización de determinadas quehaceres. En cambio, a diferencia de lo ocurrido en otros ámbitos, en el entorno doméstico se siguen todavía pautas de reparto de tareas heredadas de otros momentos económicos y sociales.
Lo llaman conciliación pero no lo es
Una buena amiga mía lo expresaba muy bien. "Como otras muchas mujeres de mi generación, debo a mi madre que me abriera los ojos, que me diera confianza y me convenciera de lo que es evidente: que las mujeres tenemos las mismas capacidades que tienen los hombres y podemos aspirar a alcanzar lo que deseemos, pero cometió un fallo que nunca le agradeceré bastante. Me dijo que nosotras teníamos que hacer doble trabajo porque el doméstico era exclusivamente nuestro. Con quince años no se admiten componendas ante las injusticias y me negué en rotundo a aceptarlo. Nunca entendí que mi hermano descansara mientras yo ayudaba. Nunca acepté que las tareas caseras y el cuidado de los hijos comunes fueran de mi exclusiva responsabilidad. Por eso me cuesta creer que, tantos años después, se proponga como un progreso social que la mitad de la población realice doble trabajo que la otra mitad."
Parece que la costumbre y lo que vemos desde que nacemos conforma nuestras ideas. "A mí no me han enseñado" se oye a modo de justificación. Como si no hubiéramos aprendido por nuestra cuenta todo lo que nos ha interesado, como si no hubiéramos cambiado tantas cosas que vimos desde siempre como inmutables.
¿Conciliación para quién?
Si se legisla sólo para que una parte de la población concilie, se produce, quizá sin pretenderlo, un retroceso. Si la ley permite ciertas "ventajas" a las mujeres para el cuidado de la familia, se producen efectos indeseados:
1º Las empresas no contratarán mujeres porque la sola posibilidad de que puedan hacer uso de esos derechos, las descarta.
2º Se discrimina a los hombres que quieren compartir sus responsabilidades.
3º Muchas mujeres se verían obligadas a asumir en exclusiva un cometido que no desean porque sólo a ellas les permite la ley esas "ventajas".
La obsesión por promover la natalidad está provocando la vuelta a actitudes ante las mujeres que parecían olvidadas. Sorprendentemente, se ignora en lo que se dice o legisla que los hijos son cosa de dos.
Conciliemos, pero todos
Conciliemos todos. Los solteros y los emparejados, los que tienen hijos y los que no. Y cuando haya responsabilidades comunes: compartamos.
Pensándolo con frialdad ¿por qué las mujeres tienen obligatoriamente que fregar, barrer, planchar, …? ¿Qué tiene que ver eso con su inteligencia o su capacidad de engendrar? Porque engendrar es una capacidad, no lo olvidemos.
*Teresa Pascual Ogueta, es Ingeniero Superior de Telecomunicación y experta en implantación de nuevas tecnologías en la empresa. Conferencista y autora de varias publicaciones se especializa en el análisis crítico de las noticias.
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