Salgo del cine. Es una tarde cualquiera de un domingo de invierno, que pone fin a una semana intensa de desgaste y batallas profesionales, en muchas ocasiones frustrante y desvinculada de MI felicidad y crecimiento personal. Vivimos en general una realidad simple, despiadadamente simple, que forma parte parte del río imparable que nos lleva y que compensamos con fines de semana en los que procuramos recargar las baterías GASTADAs y disfrutar de las posibilidades de ocio que ofrece la ciudad.
Y como digo me fui al cine elegí la película "KATMANDU, un espejo en el cielo", la historia de una joven profesora que sólo con la fuerza de su voluntad y la ilusión consigue transformar radicalmente una realidad lejana y desconocida. Apuesta por crear escuelas donde antes había unicamente solares. Inocula entre los "intocables" la necesidad de aprender, única vía para crear seres libres y alejados de las cloacas y la explotación infantil. Cruza los puentes de las diferencias de idioma y cultura con el fin de lograr su objetivo.
Cada vez detesto más los discursos sobre solidaridad y cooperación y me sobrecogen y emocionan por el contrario las personas que actúan y son capaces de poner sus sentimientos en marcha, desterrando el afán de riqueza y estatus.Su generosidad sin límites te conduce inmediatamente a reflexionar sobre la capacidad transformadora de cada individuo desde su micro cosmos particular. Una marea imparable capaz de alterar en profundidad el perfil de las realidades olvidadas.
Hace unos días y en el marco de un estudio europeo tuve la oportunidad de participar en un debate de ideas sobre la evolución de la Sociedad occidental. El concepto general del desencanto sobre los políticos y las instituciones fue neutralizado rápidamente por una opinión general, que destacó la increible potencia motora de la individualidad comprometida y como esa fuerza es capaz de proyectar desarrollo, movilizar personas y cambiar realidades. Es fundamentalmente a través de pequeñas aportaciones como las de la protagonista de la película que el mundo se transforma. No hacen falta grandes proyectos, ni presupuestos faraónicos. Tan sólo el deseo imparable de querer cambiar algo. Y hacerlo.
Cada vez detesto más los discursos sobre solidaridad y cooperación y me sobrecogen y emocionan por el contrario las personas que actúan y son capaces de poner sus sentimientos en marcha, desterrando el afán de riqueza y estatus, VOLCANDOSE en algo que merece la pena. Son verdaderos ejecutores capaces de colorear el gris lienzo frente a ellos, invisible para la mayor parte de la gente que los rodea. Porque el cuadro está allí aunque no lo percibamos y lo mejor es que es posible cambiarlo. Con ilusión y voluntad.
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