Las etapas que transitamos

Podríamos diferenciar tres etapas básicas en nuestras vidas, cada una caracterizada por distintas actividades. En la Infancia-Adolescencia, nos dedicamos a formarnos, en la madurez a producir y en la tercera edad a actividades que no suponen ni trabajo ni formación. Y ¿por qué estos tres compartimentos parecen estancos? Según Fernando Nájera esto tiene mucho que ver con el espíritu emprendedor o siendo más precisos con nuestra falta de iniciativa y poca creatividad.


Una clasificación muy sencilla de las diferentes etapas a través de las cuales transita el ser humano a lo largo de su vida es la que compartimenta  nuestra existencia en Infancia – Adolescencia, Madurez y Tercera edad y  los que hayan tenido la suerte de haber morado  en cada una de ellas o al menos se hayan fijado en como lo han hecho los que lo hayan podido hacer, no tardarán en percatarse de que a cada una  le corresponde una actividad principal que tiende a constituirse en monopolio.

Así en una primera etapa. desde  que ingresamos en la guardería hasta que nos licenciamos en  la universidad nos dedicamos fundamentalmente a adquirir conocimientos, relegando el trabajo remunerado o no y el solaz y a un segundo o tercer plano, constituyendo en todo caso algo accesorio y residual.
Creo preferible que el joven se forme trabajando y que dedique algo de tiempo al esparcimiento y la reflexión. Que la persona madura compagine la actividad laboral con una formación continuada y que los jubilados, si están en buenas condiciones,  trabajen un poco y por supuesto se formen.
Posteriormente al comenzar la vida laboral, la mayoría de nosotros nos centramos en producir y aunque es obvio que aprendemos cosas, lo hacemos en muchos casos inconscientemente y casi por capilaridad, pero lo que no solemos hacer es plantearnos una formación sería, sistemática y relativamente profunda, y aunque excepciones siempre las podernos encontrar, éstas se limitarán en la mayoría de las ocasiones a los primeros años de esta  etapa.

Más tarde cuando nuestra vida laboral toca a su fin y la jubilación, prejubilación o como lo queramos llamar nos atrapa,  nos dedicamos si somos algo más sofisticados a jugar al golf y si por el contario somos de costumbres más campechanas, a la petanca, pero en ambos casos serán minoría los que se preocupen por trabajar aunque sea un poco y de formarse mejor no hablar.

A pesar del tono algo irónico empleado en los párrafos anteriores, es evidente que la actividad central de cada una de las tres edades contempladas se debe corresponder con la que mayoritariamente se desarrolla en la realidad,  ahora bien esto no debe suponer que tengamos que  establecer compartimentos estancos con exclusas que apenas dejen fluir nuestras inquietudes lúdicas, laborales o formativas. Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir…,  pero son ríos, no estanques  con tapones  que sólo se abren 3 veces a lo largo de nuestra vida para pasar de la juventud a la madurez  y de esta a la vejez.

En línea con lo anteriormente considerado, creo preferible  que el joven a la vez que se forma, trabaje,  o expresado de otra forma que se forme  trabajando y por supuesto que dedique algo de tiempo al esparcimiento y sobre todo a la reflexión. De igual modo la persona madura debe compaginar la actividad laboral con una formación continuada a lo largo de toda su vida  y por supuesto que los jubilados además de la petanca pueden y deben, si están en buenas condiciones trabajar un poco y por supuesto formarse.

¿Pero, ¿ Por qué es esto así? A mi modo de entender tiene mucho que ver con el espíritu emprendedor o siendo más precisos con nuestra falta de iniciativa y poca creatividad:

Al niño y al joven se le estabula en un aula donde se le inoculan programas herméticos que le dejan muy poco margen de elección, yo recuerdo nítidamente como algunos profesores no te daban un problema por bien resuelto si no llegabas a la solución por el camino que ellos te habían marcado.

A la persona madura, después del adiestramiento de su juventud y de las jerarquías laborales, administrativas y de todo tipo, si le queda alguna inquietud no le quedará tiempo y sí muchas obligaciones por lo que no optará por considerar la formación y el esparcimiento lo practicará con cuenta gotas, de acuerdo a estereotipos y con pocos ingredientes intelectuales.

Los mayores tienden a pensar que ya han hecho todo lo que tenían que hacer y rellenan su tiempo con retales, pero es ahora que disponen de tiempo y las obligaciones menudean cuando el espíritu emprendedor debería renacer  ya que es uno de los exponentes máximos de libertad y por tanto de humanidad y es ahora cuando uno se puede lanzar a la aventura por mero solaz, sin necesidad de pensar en labrase un futuro, si bien es cierto que tantos años de ver frustrado ese espíritu y la merma de facultades nos lo va a dificultar al menos en parte. El mayor cuando piensa lo hace mirando por el  retrovisor, valorando lo que hizo, por qué lo hizo o por qué no hizo otra cosa pero pocas veces lo hace proactivamente enfocando al futuro y con voluntad de actuar. Cultiva más las memorias que el ensayo sin darse cuenta de que descubrir que puedes imaginar las cosas de otra manera e incluso llevarlas a cabo te puede proporcionar mucha más satisfacción.

En definitiva, con la formación se amplía nuestro horizonte y se incrementan nuestras posibilidades de elección; Con el esparcimiento sosegado y no compulsivo podremos reflexionar sobre lo que sabemos, podemos o queremos  hacer y con el trabajo todas aquellas  inquietudes y habilidades que hemos descubierto  que habitan nuestro ánimo  pueden tomar cuerpo  y plasmarse en realidades.

Ahora bien sin el emprendimiento, sin las ganas de hacer cosas nuevas, de innovar, de lanzarse al ruedo, todo el proceso se puede quedar en nada, si por el contrario somos capaces de conseguir un equilibrio dinámico entre la formación, la reflexión y el trabajo y a su vez adoptamos una actitud proactiva, podremos en cada una de las etapas de la vida no sólo crecer más y mejor sino que dominar nuestro entorno, de modo que si se produjesen cambios en éste, sean de la naturaleza que sean, nos podamos sentir más tranquilos, más dueños de nuestro destino y en todo caso en muchas mejores condiciones para afrontarlos con éxito.

Fernando Nájera es el Director del Master Profesional en Ingenieria y Gestion Medioambiental (Madrid).

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