¿Vejez?: ¡Sí! ¿Y qué?

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¡Si llego a envejecer quiero ser como las mujeres de los anuncios: anciana alegre, vital, positiva, ágil e independiente!.  Conecto con lo que yo soy y me siento en plenitud a pesar de los avatares de la vida. Empezaré ahora, para tener el hábito cogido cuando llegue el momento 🙂

La realidad del marketing y la vida
Personalmente me cuesta escribir sobre aquello que no he vivido, conozco bien o siento.  Para el caso, ni soy anciana, ni conozco la vejez  más que de lejos, ni me siento mayor.  Pero, por alguna razón que todavía no acabo de identificar, llevo bastante tiempo observando con detenimiento a las personas mayores con las que me cruzo y siempre veo lo mismo: caras tristes.

El verano pasado fui con el coro a cantar a una  residencia.  Cuando pude fijarme bien descubrí en nuestro público un mar de rocas redondeadas por el batir de años de olas y nostalgias. Unos sin memoria, otros conectados a una bombona de oxígeno, aquel con andador, este con silla de ruedas.    Por fin pudimos ver alguna sonrisa e incluso algunos se animaron. Los menos. Porque los más, miraban fijamente y aplaudían sin mostrar mas que un lejano entusiasmo.

Tuve la sensación de que todos se empeñaban en vivir de más. Luego me sentí terriblemente culpable por ver las cosas de ese modo. Y por último me consolé diciéndome que mi percepción no contenía maldad alguna.

Envejecer cuesta.  Una no llega a anciana en veinte años. Necesitas setenta y muchos para abandonar la madurez y meterte de lleno en la vejez.
En los únicos entornos en los que la ancianidad se vincula con la alegría y el entusiasmo son aquellos en los que el marketing exige ponerle cara a la venta de servicios para mayores.  Digo los únicos porque a la hora de la verdad de cada diez que una ve por la calle, siete exhiben el rictus antedicho. Al cual si además le sumamos las canas, manchas y achaques es una auténtica tristeza.

¡Basta ya!
Envejecer cuesta.  Una no llega a anciana en veinte años. Necesitas setenta y muchos para abandonar la madurez y meterte de lleno en la vejez.  Tenemos tiempo de sobra para organizar nuestra mente y nuestros hábitos lo suficientemente bien como para no caer en el abandono. Porque abandonarse es la clave para todo deterioro sea de la clase que sea.

¡Basta ya! No al abandono personal. Y no acepto el lastre de los sufrimientos de la vida como justificación ante semejante comportamiento. Sencillamente: ¡no me da la gana!  Siempre hay gente que lo ha pasado peor y que además sabe mantener la sonrisa, ser generosa y con su hacer, dar lecciones (sin saberlo y sin quererlo) al resto de los mortales.

Cierto que el deterioro físico nos pone tristes. Cierto que la enfermedad nos bloquea. Cierto que la vida nos dedica siempre un final ¡sorprendente!. Me refiero al acto de  morirse.  Sorprendente porque vivimos como si no fuéramos a morir.   Y cierto, por fin, que la antesala de semejante desenlace es la vejez.

Pues bien, ante tal panorama, soy de la opinión de que lo que hay que hacer es : "entregarse al gesto de vivir intensamente".

Vejez intensa
La vejez es una etapa de la vida como otra cualquiera. Contiene desafíos como todas las etapas. Pero es muchísimo más valiosa que ninguna de ellas porque la envergadura de los mismos es mayor que nunca.  Quien no ha tenido limitaciones físicas, las conocerá; quien ha sido egoísta toda su vida, sentirá el egoísmo en su piel; quien ha sido siempre agrio de carácter, no tendrá alegría;  y así sucesivamente.

¡Pues bien!, afrontémosla con la menor cantidad de química posible. ¡Por favor!. Y trabajemos desde el corazón, por débil que esté.     Conectar con quien somos es sagrado (¡como me gusta esa palabra!).  Ya lo he escrito antes refiriéndome a todas las etapas de la vida. Pero ahora, insisto en ello porque en la vejez es vital.

Menos química y menos televisión. Hay que sentir la tierra, disfrutar de todos los atardeceres que nos queden, sonreír y reír a carcajadas por defecto, gozar de cada minuto dando atención y cariño (porque dando recibimos). Leer y si los ojos no nos dejan y no tenemos quien nos lea leernos a nosotros mismos. Meditar: con las manos, con la mirada, con los pies, con el silencio, con la quietud. Da igual. Meditar es conectar con nuestro silencio interior.  ¡Abraza un árbol y siéntelo! Y si no puedes ponerte en pié: acaricia la hoja de una planta. ¡Siente y ama-te!

Despedida a medida
Morirse es irse. Al menos para mi. Y yo quiero decidir, pasado el trámite de la vejez (si llega el caso) cómo y cuándo. Me niego a vivir un "tránsito" traumático. No quiero prolongar mi estancia aquí porque los códigos deontológicos de los que me rodeen en ese momento mandan que lo que hay que hacer es otra cosa.

A nadie, más que a los que me han amado y a mí misma, habrá importado mi existencia. ¿Qué derecho tiene la sociedad a decidir sobre cuándo y cómo debo salir de ella?  

Y puestos a organizar, estos son los básicos que se me antojan imprescindibles para la partida: preparar a los míos para aceptar mi ausencia y dotarme de un entorno amable para la despedida.  Desde ahí, sólo queda una cosa por hacer:  conectar con lo que sientes cuando amas.  ¡Sin ese billete, hay viaje, pero la partida no es tan bonita!.

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