Pensando las pérdidas, separaciones y duelos

Hace unos días el New York Times publicó una nota del psicólogo Adam Grant que intenta ponerle nombre a un estado emocional que nos afecta a partir de la pandemia. Lo define con la palabra languidez, una de esas palabras que casi no usamos y que significa flojedad y decaimiento

Grant lo describe así: “Se siente como si uno estuviera pasando los días sin rumbo, mirando la vida a través de un parabrisas empañado. Una sensación de estancamiento y vacío”. Pero además afirma que con el tiempo ese estado puede llevar a un cuadro de depresión.

El artículo de Adam Grant ha sido retomado por varios periodistas que pusieron el acento en alertar a la comunidad de que la languidez puede ser el camino hacia una depresión severa.

Y aquí viene mi preocupación. La depresión es el resultado de interacciones complejas entre factores sociales, psicológicos y biológicos. Y, sin duda, las circunstancias adversas como el desempleo o las experiencias traumáticas o esta misma pandemia, pueden ser el disparador de esta enfermedad. Pero no son la causa.

Cuando pensamos la languidez como una consecuencia de la pandemia, estamos hablando de un factor externo que produce desmotivación en personas sin predisposición a la depresión.

La depresión es el resultado de interacciones complejas entre factores sociales, psicológicos y biológicos. las circunstancias adversas como el desempleo o las experiencias traumáticas o esta misma pandemia, pueden ser el disparador. 

Digo esto porque me parece peligroso confundir un estado que es consecuencia de una crisis mundial con una patología específica. Definirlo como una amenaza va a sumarse a la angustia de cada uno, si empezamos a creer que podemos estar incubando una enfermedad mental grave como es la depresión. 

La vivencia subjetiva de pérdida, la depresión, se experimenta a través de una variedad de síntomas: disminución de la autoestima, pérdida del sentido del humor, agresividad, sensación de irrealidad, síntomas somáticos, falta de entusiasmo e iniciativa, parálisis del pensamiento y las acciones.

Cuando la depresión se instala, surgen el deterioro físico o intelectual, la pérdida de relaciones afectivas y vínculos significativos, el fracaso laboral. Si a lo largo de la vida las separaciones y pérdidas no han sido elaboradas, los cambios vitales, la pérdida de la pareja, el trabajo o el prestigio, el crecimiento y la partida de los hijos, son vividos dramáticamente. 

Si la persona se encuentra en un estado de fragilidad y el fallo de sus referentes afectivos es masivo, la tendencia será el derrumbe y el vacío en sus distintas versiones: desde la depresión hasta la muerte misma. También es cierto que la capacidad del ambiente de contener la situación de pérdida, influirá favorablemente en la posibilidad de recuperación, pero a veces no alcanza.

En esos momentos en que sentimos que nada vale la pena, nos cuesta darnos cuenta de lo que valemos. Así es como junto con la desmotivación se nos tambalea la autoestima.

Hoy, en mayor o menor medida, la pandemia y el consecuente confinamiento nos han hecho perder muchas cosas. Entonces sí sufrimos esa vivencia de languidez. Un conjunto de sensaciones y emociones variadas agrupadas con este nuevo término.

Languidez puede ser esa inercia que nos hace quedarnos viendo una serie vieja o poco interesante hasta la madrugada, aunque tengamos que trabajar al día siguiente. O la necesidad de jugar jueguitos con el celu sin registrar el tiempo que pasa y a las personas que nos rodean. Quizá no poder dormir o no poder levantarse. Son situaciones inquietantes para nuestra vida interior y para nuestras formas de relacionarnos, pero no se pueden definir como depresión.

Durante el primer año generamos rutinas, nos acostumbramos, pero al ver que la pandemia continuaba fuimos perdiendo la ilusión, las ganas, la motivación. Ahora nos cuesta más concentrarnos, se nos acaba el entusiasmo y perdemos energía. En este segundo año estamos más agotados, entregados, cansados de la vida que nos toca llevar

Los duelos normales no son depresión. Son el reconocimiento de una pérdida que vamos a tener que elaborar. Y eso requiere tolerancia con uno mismo y con los otros, permiso para aflojar.

Todavía angustiados pero más resignados, nuestros días transcurren entre el agotamiento y el aburrimiento. Y en esos momentos en que sentimos que nada vale la pena, nos cuesta darnos cuenta de lo que valemos. Así es como junto con la desmotivación se nos tambalea la autoestima.

Y me viene otra palabra que se usa poco: desasosiego. Un estado de inquietud, ansiedad, malestar. Nos sentimos incómodos y no sabemos bien hacia dónde ir. En realidad el “estado covid” se parece más a un duelo genuino por lo que estamos perdiendo. Tiempo de vida, crisis laborales y económicas, tranquilidad, seguridad. Y en algunos casos a un ser querido.

Pero los duelos normales no son depresión. Son el reconocimiento de una pérdida que vamos a tener que elaborar. Y eso requiere tolerancia con uno mismo y con los otros, permiso para aflojar, acompañarnos en este sentimiento. Así, sin prisa pero sin pausa se van procesando los micro y macro duelos.

Tranquila gente, esto es muy duro de pasar, es difícil, duele, da miedo… pero no nos condena a la enfermedad mental.

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Sonia Abadi es médica y psicoanalista. Le interesan la creatividad, la innovación y las redes humanas. Viajera incorregible y enamorada de la cultura popular. Exploró diversas disciplinas artísticas para mi propio placer y desarrollo personal. Escribo, canto y bailo. Me gusta compartir ideas, pasiones y proyectos. Creadora del método Pensamiento en Red, me dedico a potenciar el desarrollo de personas y organizaciones. Hoy estoy jugando a crear un nuevo espacio donde arte, ciencia y cultura puedan encontrarse y fecundarse. Ejerce la psicoterapia con encuentros presenciales y también virtuales. Hoy las redes le permiten acortar distancias con varias ciudades de Brasil, Londres, París, Caracas, Nueva York, México y Barcelona.