Y llegó la corona que monopolizó el planeta. De pronto se nos altera el cotidiano y nos enfrentamos, una vez más, a la incertidumbre que aparece ahora con la más cruel de sus caras: incertidumbre vital. Cuando lo que está en juego es la vida las reacciones son extremas, como extremo es el aislamiento, el suspender todo contacto con los demás, con quienes trabajamos, para quienes trabajamos, con nuestras familias y amigos, con nuestros vecinos, con nuestra vida tal como la veníamos viviendo.
Tengo miedo y me siento insegura. Pero también algo en mí que venía olfateando el rumbo de un mundo sin rumbo de dimensión humana, se ha apaciguado. Al menos un poco.
A muchos nos controla el miedo, ese consejero nefasto que nos conduce sin piedad a estrechar nuestras miradas reduciéndonos a lo instintivo. Otros gozan de increíbles niveles de negación al punto de establecer una ecuación de igualdad entre cuarentena y vacaciones. Y otros reaccionamos calmándonos a nosotros mismos y a nuestros cercanos, observando el desarrollo de las cosas. Pensando.
No soy inmune a la incertidumbre.
Tengo miedo y me siento insegura. Pero también algo en mí que venía olfateando el rumbo de un mundo sin rumbo de dimensión humana, se ha apaciguado. Al menos un poco.
Abrirnos a posibles reflexiones
Como mujer que ha elegido ver el medio vaso lleno, aprecio las conductas solidarias que florecen día a día, celebro los consensos que se han logrado. Y mucho más celebro que los políticos logren consensos, sin banderas, sin diferencias, sólo basados en las urgentes y necesarias coincidencias. Lo creo un ejercicio de civilidad y madurez.
Comparto opiniones como esta, (gracias www.jaquealarte.com) y copio el final esperanzador de Los diarios de Franco Berardi, publicados en Caja Negra Editora:
«Existe una divergencia en el tiempo que viene: podríamos salir de esta situación imaginando una posibilidad que hasta ayer parecía impensable: redistribución del ingreso, reducción del tiempo de trabajo. Igualdad, frugalidad, abandono del paradigma del crecimiento, inversión de energías sociales en investigación, en educación, en salud.
No podemos saber cómo saldremos de la pandemia cuyas condiciones fueron creadas por el neoliberalismo, por los recortes a la salud pública, por la hiperexplotación nerviosa. Podríamos salir de ella definitivamente solos, agresivos, competitivos.
Pero, por el contrario, podríamos salir de ella con un gran deseo de abrazar: solidaridad social, contacto, igualdad.
El virus es la condición de un salto mental que ninguna prédica política habría podido producir. La igualdad ha vuelto al centro de la escena. Imaginémosla como el punto de partida para el tiempo que vendrá».
Silencio! Estoy pensando
En este tiempo en que el habitar el aquí y ahora resulta imprescindible, yo siento una enorme inclinación a pensar. Pensar que el “tiempo que vendrá” lo será de abrazos, que aprenderemos algo como humanidad. Pertenezco a una generación inspirada por utopías. Más de una nos ha dejado heridas imborrables pero muchas de nosotras gozamos de un enorme potencial de resiliencia: trabajamos en las transformaciones, somos parte de los cambios que implican crecimiento y mayores niveles de justicia social, amamos lo heterogéneo, abogamos por la inclusión y la paz. Sin embargo, negar el complejo entramado de intereses económicos y políticos, más que abrazar la utopía sería estar loca. ¿Estar loca?
Lo digo, lo escribo, lo pienso y de pronto estar loca no me parece una condición de gravedad extrema.
Tal vez sólo quienes estamos un poco locos tenemos la capacidad no sólo de innovar en los procedimientos sino de imaginar realidades innovadoras.
Tal vez sólo quienes estamos un poco locos tenemos la capacidad no sólo de innovar en los procedimientos sino de imaginar realidades innovadoras.
La naturaleza nos brinda lecciones ineludibles. En cuanto dejamos de agredirlo, el medio ambiente se regenera rápidamente, mucho más rápido de lo que fuera posible calcular, y nos sorprende. Somos parte de esa naturaleza y este momento histórico y global nos lo demuestra dolorosamente. Tal vez sea también un tiempo de escuchar las soluciones y propuestas de quienes vienen proponiendo alternativas más amigables a nuestros sistemas. Tal vez el comercio justo, la economía circular, la economía azul… podrían dejar de ser aportes innovadores sin escala global para ocupar el centro de los valores que sin duda deberemos discutir cuando todo esto pase.
Tal vez la crisis es la oportunidad
Tal vez la crisis de la educación, el crecimiento imparable de la pobreza, el daño a la naturaleza, la economía sangrienta, el estigma que siempre es de otro, la violencia, los horrores de las guerras y la indiferencia como respuesta deban aprovechar este momento para cambiar radicalmente. Toda crisis es una oportunidad. ¿Seremos intrépidos frente a ésta? ¿Será la oportunidad del cambio? ¿Cuál de las respuestas posibles logrará masa crítica suficiente para sentar las bases de una convivencia humana mejor, justa, sin postergaciones?
Tal vez la nostalgia del abrazo al que estamos sometidos nos permita abrazar sin límites ideológicos tal y como los conocemos ahora. ¿Abriremos el tiempo de un nuevo orden mundial?
No tengo ni una sola respuesta acerca del futuro. Tampoco soy quien debe aportarlas: las respuestas serán superadoras del individuo, serán grupales, sociales, nacionales, mundiales, globales o no serán. Mientras tanto pienso y confio en la utopía del abrazo y en la caída definitiva de todo aquello que lo impida o restrinja.