Madres e hijos, antes de que llegue el vendaval

Lo difícil en esta vida es plantarse. Decir no, le pese a quien le pese y enfrentarse a las cosas con brío torero. Lo peor es cuando para llegar al no, se agotan todas las posibilidades de decirlo con tranquilidad. Entonces el vendaval es imparable y arrasa allá por donde pasa. Se me ocurren diferentes escenarios posibles en los que una persona aparentemente tranquila y normal pueda perder los nervios y reaccionar de forma completamente extraordinaria. Pero vamos a centrarnos, por esta vez, en los hijos. ¡Los muy amados hijos!

La madre prehistórica mejor que la actual
El arte de la maternidad, gracias al cual la raza humana sigue en pie, se ha sostenido siempre sobre dos pilares esenciales: la obligación de enseñar, alimentar y cuidar y el derecho a ser correspondido con obediencia, atención y cariño. Llegado el niño a adulto emprende su camino solo. Raíces y alas. Buen equipaje para empezar en una vida.

Hoy, esta explicación se queda corta y peca de simplista. Pero, complejidades propias de la sociedad actual aparte, se sostiene en lo esencial de su planteamiento y provoca en mí una profunda angustia cuando compruebo cómo estos nuevos tiempos han desvirtuado el único derecho que, ya en el pleistoceno, tenían mis antecesoras.

Hijos indomables y tu particular ataque de ira por agotamiento
Vaya por delante que no hablo aquí de los hijos que no dan ruido. Me referiré a los que yo llamo indomables.

Te gustaría ser siempre la madre encantadora que no discute ni impone su ley pero, un buen día, te encuentras contra todo pronóstico, diciendo cosas que jamás creíste que llegarías a decir. A esto, Emilio Calatayud, juez de menores de Granada (cuya forma de ver este asunto comparto abiertamente) lo llamaría darle un "pescozón" y decirle al niño, "por aquí tienes que ir", sin más miramientos.

Ante el conflicto aplicas todo tu talante negociador y te armas de paciencia. Cuando son pequeños lloran. Pero cuando son mayores y te exigen que te controles, que razones y además que en pleno ataque de ira por agotamiento te expliques de forma que puedan entenderte para llevarte la contraria; te dan ganas de hacer la maleta y salir por la puerta.

Lo malo es que, cuando la paciencia se agota, y salta la tormenta, suele ser por bien poco. De manera que tienes que estar muy centrada para, cuando te dicen eso de: "¡cómo te pones, si no es para tanto! (si te lo dicen), saber exactamente lo que debes responder. Coherencia y precisión. Tu discurso debe estar hilado hasta el último detalle y no debe quedar nada al azar. Es la única forma de salir airosa del debate. Tienes poco tiempo para dar en la diana ya que, habitualmente prefieren no escuchar pues así se quitan la tarea de tener que obedecer.

Conciliar hasta los ocho años de los niños: se queda corto
Hoy ya podemos solicitar reducciones de jornada hasta que nuestros hijos cumplen los ocho años. Después de esa edad alguien debió pensar que los hijos ya van solos.

Desde luego quien hizo la norma tenía a los hijos criados. O no los había tenido nunca. O se los había educado otra persona. O, sencillamente, no tenía ni idea de la complejidad tan enorme que supone hoy día educar a un menor.

Los niños que se educan en la enseñanza pública salen a los doce años del colegio para entrar en el instituto y empezar sus estudios de secundaria. A la primera realidad con la que se enfrentan es la de encontrarse con otro mundo al que se tienen que adaptar inmediatamente y en el que no sirven las blandenguerías. Compañeros mayores, unos mejores y otros peores, que hacen lo propio de su edad, alardear de lo que no deben. Tabaco, droga, botellón, alcohol y sexo malentendido. En resumen, tras el impacto, dos años después, te puedes encontrar con un preadolescente que ha sabido mantener el tipo o que ha caído.

Para el control, el remedio: presencia inteligente
La única forma de controlar esta situación es ponerle remedio antes de que llegue. Hasta los ocho años el mensaje recibido y los hábitos creados son cruciales; entre los ocho y los once una buena solución es construirles un ambiente de ocio que los padres puedan controlar; de esta forma, cuando lleguen los doce habrán consolidado amigos, costumbres y valores. Tendrán claro "qué no y qué sí". Con todo, si la cosa se pone difícil, es un momento tan crítico que será indispensable tener presencia "inteligente" en su vida. Es un momento en el que hay que estar cerca. Tener presencia interviniendo lo justo y necesario. Pero tenerla. Ahí sí que no puedes no estar. Por tanto, el derecho a una jornada reducida más allá de los ocho años de los hijos debería estar plenamente reconocido. Es más, una madre o un padre, deberían tener libertad para solicitarla hasta la mayoría de edad. ¿Por qué no?

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