Las caricias que nos unen y la química que nos separa

“M” (femenino singular) acude a la reunión perezosa e indiferente. “Fea costumbre tenemos en este país de tratar de hacer negocios durante y después de las comidas”. Si bien la predisposición de “J” (masculino singular) no es mejor que la de “M” (femenino singular), éste juega con la ventaja de ser el persuadido y no el persuasor del Business en cuestión.

“M” es Ejecutiva de Cuentas en una agencia de eventos cuyo principal cliente es un Grupo editorial (tan español como la fea costumbre de hacer negocios durante y después de las comidas). “J” es el Director de Comunicación de una distinguida multinacional de automóviles. El noble propósito de la reunión no es otro que lograr que “J” acceda a patrocinar la entrega de premios anual del Grupo editorial cliente de “M”.

Ningún soporte habría podido captar lo que sucedió en aquella sala. Sólo estando en la piel de “M” y/o de “J”, hubiéramos sido capaces de comprender  cómo un encuentro cuyo guión no se desvía ni una sola línea de la supuesta rigidez corporativa, puede llegar a desencadenar un tsunami de emociones.Si alguien hubiera dejado una grabadora sobre la mesa y escuchado la cinta después, el diálogo entre “M” y “J” le hubiera resultado tedioso y desapasionado. Si en lugar de la grabadora, ese alguien hubiera colocado una cámara oculta estratégicamente, el mensaje ya habría sido otro.

Pero la verdad es que ningún soporte habría podido captar lo que sucedió en aquella sala. Sólo estando en la piel de “M” y/o de “J”, hubiéramos sido capaces de comprender  cómo un encuentro cuyo guión no se desvía ni una sola línea de la supuesta rigidez corporativa, puede llegar a desencadenar un tsunami de emociones.

Después del encuentro, “M” sabía lo mismo de “J” que “J” de “M”: nada.

“M” bien podría haber sido embajadora de una ONG, bailarina de barra americana, militante de un partido político, saltimbanqui, madre coraje o numeraria. “J” podría haber sido un apasionado del ski, de la petanca o el senderismo. Un vago redomado. Un maestro de esgrima o un coleccionista de colas de conejo. “M” y “J” podrían haber sido nada o todo lo anterior, porque… no se conocían…

Pero a pesar del limbo, salieron de la sala aturdidos; sin recordar muy bien lo que habían dicho pero con la terrible sensación de haberlo dicho rematadamente mal. Cabizbajos, ruborizados y vacilantes, no supieron muy bien ni cómo ni hasta cuándo despedirse…

Puede que Eros no se deje caer a menudo por las salas de reuniones, pensarán las lectoras. Menos aún cuando los protas del encuentro, no hablan de otra cosa que de negocios. Pero puede suceder. Y así sucedió con “M” y “J”. Acabaron interesados el uno por el otro, embelesados, encantados, curiosos y…¿acaso enamorados?

Y es que, la comunicación NO verbal, desnuda de palabras pero plena de emociones, descarga ráfagas de información de hombres sobre mujeres y mujeres sobre hombres. Es incalculable lo que nos transmite una sonrisa, la expresión de nuestro rostro, el movimiento de nuestro cuerpo, nuestra forma de vestir, el espacio que nos une y el que nos separa.

La comunicación NO verbal, desnuda de palabras pero plena de emociones, descarga ráfagas de información de hombres sobre mujeres y mujeres sobre hombres. Es incalculable lo que nos transmite una sonrisa, la expresión de nuestro rostro, el movimiento de
nuestro cuerpo…
Capítulo aparte merecería el olor. Ese penetrante e insistente sentido que puede despertar los recuerdos más punzantes y desatar la más demencial de las pasiones. Tal es el poder de los olores, que hay quienes piensan que en Occidente los subestimamos porque, en el fondo, los tememos. En otras culturas, sin embargo, los hombres parecen reconocer la elevación de este sentido y llegan a pedir oler a la novia antes de entregarse a un casamiento apalabrado.

Determinar si lo “NO verbal” afecta a hombres y mujeres en la misma medida no es un ejercicio fácil y podría llevarnos a debates poco precisos y a conclusiones tan vagas como “Depende del hombre. Depende de la mujer”
Parece ser que existen diferencias biológicas entre ellos y nosotras que podrían llevarnos a sentir de forma diferente la energía psíquica de lo No verbal. Este sería el caso de la mayor presencia de la oxitocina  o también llamada “hormona de los abrazos” en la mujer. Lo anterior podría llevarnos a ser criaturas más dependientes desde el punto de vista emocional, a cometer más sacrificios de la cuenta, hacernos blanco más fácil de relaciones poco creíbles y convertirnos en almas bastante resistentes pero confiadas en exceso.

La primitiva condición de cazador del hombre sería la posible causa de su mayor espesor dérmico; hecho que le permite aislarse del medio hostil y protegerse de las agresiones externas.

Pero ¿acaso la mayor presencia de oxitocina en nosotras significa que en ellos no exista el apego? Y…¿qué decir sobre la piel más gruesa? ¿Convierte a los hombres en poco menos que guerreros con armaduras impermeables a nuestras caricias? Mi respuesta a las dos preguntas anteriores es NO.

Efectivamente, sería muy complejo determinar los distintos niveles de “esclavitud” de hombres y mujeres ante lo No Verbal. Pero me atrevo a decir que, tanto ellos como nosotras cedemos ante lo táctil, lo postural, lo  implícito, lo gestual y, en definitiva, lo No verbal.

Si nos apartamos por un momento de las diferencias biológicas y antropológicas para centrarnos en nuestro día a día, el mensaje apto tanto para  hombres como para mujeres resulta bastante uniforme.Yo, hasta la fecha, no conozco a un solo hombre ni a una sola mujer que no se haya enternecido con un arrumaco, estremecido con el roce, sonrojado con una mirada o enamorado de una sonrisa. El ser humano se rinde ante lo NO Verbal.

El antropólogo y pionero de la cinesis (estudio lenguaje no verbal), Ray BirdWhistel, tras largos años de observaciones, terapias y grabaciones, llegó a la conclusión de que la base de la comunicación humana reside en lo NO verbal, quedando en entredicho la importancia real de las palabras. Lo anterior nos llevaría a situar la comunicación y sus efectos en un nivel inferior al de la conciencia. Vigoroso, cierto e impredecible. En ocasiones implacable y contra corriente…contra la corriente tanto de los hombres como de las mujeres.

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