La comunicación política en la era de Wikileaks

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En una sociedad decepcionada, crítica y muy informada, la política democrática está cada vez más vigilada por los ciudadanos. Se está produciendo un cambio radical en la comprensión y aceptación de una determinada praxis en la gestión política e institucional.

Este libro pretende explorar el fenómeno creciente de la política vigilada, así como hacer un recorrido por los principales conceptos que la sustentan y explican, mostrando un buen número de iniciativas que, sin ánimo excluyente ni compilatorio, nos enseñan cómo la ciudadanía digital y los nuevos actores sociales irrumpen en el panorama mediático y en la construcción de la agenda pública con una inusitada fuerza, legitimidad y visibilidad.

Esta nueva realidad, con sus límites, retos y riesgos, apunta directamente a la credibilidad de los actores protagonistas de la política democrática: los partidos y los políticos. También a nuestro sistema de representación. La política vigilada debe ser un acicate para la renovación y un contrapunto para romper la fuerza y la exclusividad (y con ella, sus posibles déficits) de los partidos en el sistema democrático.

El efecto a largo plazo es que la revolución digital cambiará completamente los gobiernos y los mercados.Como señala Daniel Innerarity en el prólogo, "como es propio de toda situación crítica, de cambio o al menos de agitación, hay un elemento de ambivalencia que dificulta la tarea de los futurólogos. ¿Estamos a las puertas de una radicalización democrática o en la antesala de nuevos populismos? ¿Debemos esperar de las redes sociales la utopía de un mundo sin autoridad o haríamos mejor en entender y protegernos frente a las nuevas distribuciones del poder? ¿Desestabilizará esto nuestros sistemas políticos o contribuirá a mejorarlos? Mientras resolvemos esos interrogantes, tal vez haríamos bien en abandonar la retórica de los grandes cambios que acontecen porque se hubieran desatado ciertas fuerzas imparables y sustituirla por la indagación de las posibilidades de aprendizaje colectivo que todo esto nos ofrece.

Ahora que parecen haberse puesto de moda los escritos que exhortan a otros a hacer algo en política -a indignarse o comprometerse-yo propondría -pese a que casi nunca he sabido lo que deben hacer los demás- un eslogan alternativo: ¡Comprended! Tomo la palabra comprensión en el doble sentido de, por un lado, hacerse cargo de la complejidad del mundo y las constricciones que nos impone nuestra condición política y, por otro lado, ser comprensivo con estas dificultades. Toda crítica que no parta de ambas actitudes -respeto a la dificultad de la política y benevolencia hacia los que se dedican a ella- no será todo lo radical que podría ser para impugnar con buenas razones sus evidentes deficiencias".

Existe un pálpito de exigencia nueva. Impaciente. Ya hemos esperado demasiado. A menos transparencia, más vigilancia. A menos participación, más control. A menos rendición de cuentas, más fiscalización. A menos comunicación e información, más visualización y geolocalización. A menos democratización… más democracia. No hay vuelta atrás. La política debe ser rescatada de su deriva. Y no sobran brazos, dentro y fuera de las organizaciones políticas. Y, quizás, también necesitaremos nuevos instrumentos. Exploremos. Juntos. Inaplazablemente. Urgentemente.

Joichi Ito, Director del Media Lab del Instituto Tecnológico de Massachussetts, apuntaba en una entrevista durante un viaje a Madrid: "El efecto a largo plazo es que la revolución digital cambiará completamente los gobiernos y los mercados. El cambio va a ser tan sustancial que ni siquiera podemos imaginarlo en estos momentos y esto puede que ocurra en 50 años, no sé cuando se producirá exactamente. Cuando se derrumben las barreras y todo el mundo pueda estar conectado, cuando el software nos permita comunicar y dar el poder al ciudadano, todo cambiará. El mercado asume que todo el mundo es egoísta y que el comportamiento egoísta es la fuerza que permite la asignación de recursos. Esta metáfora funcionaba en un contexto de escasez. No creo que los mercados y los banqueros vayan a arreglar esto. Creo que, de algún modo, algo contribuirá a que cambien las cosas. El software de código abierto, las ONG, los emprendedores sociales, las redes sociales e Internet servirán para dar el poder a la ciudadanía".

El titular que encabezaba la entrevista era una de sus frases: Las voces serán más importantes que los votos. Me impresionó por su contundencia provocadora. Pero, rápidamente, me pareció inspirador y lúcido. Y muy oportuno para tomar el impulso a finales de julio de 2011 que me ha permitido llegar hasta aquí.

Pero estos cambios no llegarán solos, ni por la suave pendiente de la inercia. No, se trata de un camino posible, pero no seguro. La tecnología social, en su capacidad disruptiva y su penetración global puede favorecer un ecosistema digital en el que las personas puedan reconstruir su identidad personal y colectiva. Pero deberemos empujar para garantizar el poder de los sin poder.

La tecnología social nos hace la vida más fácil, extraordinariamente cómoda, pero no puede simplificar nuestro pensamiento y comportamiento a riesgo de clonarnos socialmente. Debemos esforzarnos en pro de la pluralidad y la diversidad, garantes de la libertad.

Antoni Gutiérrez-Rubí
www.gutierrez-rubi.es/la-politica-vigilada

@antonigr

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